Un adiós que alcanzó varias esferas: desde la Academia, pasando por líderes políticos, hasta las reacciones en redes sociales. El lunes pasado murió el escritor alemán y premio Nobel Günter Grass, a los 87 años. Ese día, horas después, se informaba de la partida del narrador uruguayo Eduardo Galeano, a los 74 años.
El mundo occidental, a este lado y al otro del Atlántico, rememoraba la obra de ambos creadores y su influencia ineludible en el ámbito social. Sus ideas aportaron al debate público y quedaron registradas, de alguna manera, como parte de la historia de Europa y de América del siglo XX.
"Le admiraba por su escritura, por el elemento de comedia negra que introducía en su examen de la historia, por el coraje inolvidable con el que miró a los ojos al gran mal de su época”, escribió en una columna sobre Grass, en el diario El País, el escritor y ensayista británico Salman Rushdie.
"Grass y Galeano. No puede haber dos escritores más moralmente distintos. Grass se hacía preguntas difíciles, el otro, respuestas fáciles", apuntaba tras la muerte de ambos, y levantando la polémica, el escritor Rafael Gumucio.
Grass, el premio Nobel, fue cuestionado por participar a los 17 años en la décima división de tanques Frundsberg de las temibles Waffen-SS y callarlo durante medio siglo; pero también fue calificado como "la conciencia crítica de la Alemania de posguerra" por el material registrado en sus memorias y novelas, como Pelando la cebolla y El tambor de hojalata; mientras Galeano, más popular y callejero, escribió en Las venas abiertas de América Latina una crónica sobre las problemáticas de los países de la región desde la época de la Colonia española. Una lectura de cabecera para la izquierda en los 70, sometida a las dictaduras que se tomaban el poder en el continente.
Escritores que escriben de cara a su sociedad, escriben y tratan de influir en ella. ¿Siguen existiendo en las esferas del pensamiento crítico? Tras el fin de la Guerra Fría, la caída de los regímenes totalitarios y el establecimiento del capitalismo y la economía neoliberal, ¿son necesarios los escritores que apoyan gobiernos, ideologías, causas colectivas o entregan material para la apertura de nuevos caminos?
"Me llamaba por lo menos dos veces por semana para preguntarme sobre asuntos políticos", señaló la escritora estadounidense y premio Nobel Toni Morrison (1931), luego de que Barack Obama asumiera como presidente por primera vez de Estados Unidos, en 2009. Morrison, quien en novelas como Ojos azules o Una bendición retrata el mundo de los afroamericanos, sus dificultades cotidianas para sobrevivir en un ambiente hostil, dijo al recibir el Nobel en 1993: "Soy afroamericana, no norteamericana". Una provocación y una declaración de principios.
Tres décadas antes, el francés Jean-Paul Sartre rechazaba el Nobel, le hacía un desaire a la Academia Sueca y exponía la filosofía existencialista como una ruta contra el pensamiento establecido. Sartre, el emblema del escritor comprometido, en los 60 participaba activamente contra quienes apoyaban la Guerra de Vietnam y se volvía un símbolo en el París del Mayo del 68.
IDEAS EN EL PRESENTE
"Hoy como ayer, hay escritores que opinan de la cosa pública. Lo que está en retirada, al menos desde la crisis de las utopías en los 90, es un tipo de intelectual que más que opinar pretendía 'guiar' desde una supuesta altura superior. El escritor que hoy quiere opinar en política lo hace más a ras de calle", dice el escritor nacional Carlos Franz, quien entre 2006 y 2010 fue agregado cultural de Chile en España.
En el país hay claros ejemplos de escritores con vocación pública, que han ido más allá de la creación artística. Pablo Neruda es quizá el mayor referente. De joven comenzó su carrera diplomática: de cónsul en Asia llegó a embajador en Francia. De gestor del proyecto Winnipeg, a senador de la República y precandidato presidencial del PC.
Le han seguido la huella en Chile Roberto Ampuero y Jorge Edwards, quienes han pasado de apoyar a la izquierda a ser representantes de la derecha como diplomáticos del gobierno de Sebastián Piñera. Un camino similar en Latinoamérica es el de Mario Vargas Llosa (1936). El autor peruano es un reconocido defensor de las ideas liberales, que ha encendido polémicas con ensayos como La civilización del espectáculo. Premio Nobel 2010, ex candidato presidencial de Perú en los 90, presidió la comisión que permitió la creación del Lugar de la Memoria en su país. En el continente destacan escritores intelectuales como el argentino Ricardo Piglia y los mexicanos Juan Villoro, Jorge Volpi y Héctor Aguilar Camín.
"El mundo se ha vuelto muy complejo. En el siglo XX había dos equipos claros, y cada uno criaba a sus propios intelectuales. Las ideologías daban las respuestas y los intelectuales escogían una y la aplicaban. Hoy eso ya no existe", opina el narrador peruano Santiago Roncagliolo.
Tras la muerte de Grass y Galeano, ¿está en retirada el escritor que se compromete y participa en el debate social? "Pienso que no, por mucho que nunca haya abundado este tipo de escritor, y los que hay no suelan mostrar una gran musculatura intelectual. Otra cosa es que el descrédito de las grandes ideologías haga más difícil o menos patente ese compromiso, hoy más necesario que nunca. Por otro lado, faltan plataformas adecuadas para el debate", dice el crítico español Ignacio Echevarría. Mientras, Rafael Gumucio cree que "en Latinoamérica aún hay de estos escritores y los hay también en Francia. En los EE.UU. han preferido a los verdaderos autores de ficción: los economistas".
Así es como en el debate de las ideas, en la actualidad, hay representantes. En Europa, el francés Michel Houellebecq (1958). En enero pasado, antes de publicar su novela Sumisión, ya era parte de la discusión pública. El diario Libération calificó el ejemplar de ser un "panfleto político tanto como una obra literaria". El libro, que imagina a un presidente musulmán el 2022, fue el tema de portada de la revista Charlie Hebdo. El título llegó a librerías el mismo día que los ataques a la revista dejaron 12 muertos.
A su vez, el escritor británico Martin Amis (1949) no ha escapado del conflicto, siendo incómodo incluso para la monarquía. "La familia real británica tendría que dimitir o convertirse en un miembro más de la clase media", dijo Amis cuando publicó Perro callejero (2003), donde retrata a aquella institución en decadencia. Mientras en Lionel Asbo: El estado de Inglaterra (2012) critica otra vez desde la mirada de una familia marginal. "Como ya había demostrado en novelas anteriores, Amis es, como Dickens, un escritor moral, que utiliza la sátira como un género edificante con un noble propósito: la mejora de la sociedad", anotó sobre el libro The New York Times.
Con sarcasmo también molestó a Europa en su último libro: The zone of interest, donde aborda el Holocausto alemán. Un escritor que hace pensar de manera crítica, pone en duda, abre la discusión y el debate, y algo queda.