Se parece a lo sucedido hace unos años, cuando las juntas de ex compañeros se pusieron de moda gracias a Facebook. El público se reconoce, se celebra, abrazos y saludos efusivos porque el calendario parece detenido, o es mejor creer que así sucede. Han pasado más de 30 años desde que Los Fabulosos Cadillacs tocaron por primera vez en Argentina, y nadie figura como en aquel tiempo, pero en el fondo quizás si. Al que le gusta la joda le seguirá gustando. En esta noche de jueves en el Movistar Arena, en la primera de dos jornadas para celebrar las tres décadas de rodaje, la fantasía implica retroceder el reloj a pesar de las canas, y las carnes más sueltas.
Y así, aunque llevan años reunidos y sacan discos donde, a lo sumo, versionan sin necesidad sus viejos grandes éxitos, Los Fabulosos Cadillacs desembarcan en el primer país que les dio crédito más allá de sus fronteras; la tierra donde son banda sonora hace largo rato para toda una generación, que encontró en ellos las razones para creer en un verdadero rock latino con la misma fórmula fraguada por Los Jaivas, adaptar el lenguaje del rock a los dialectos musicales de la América morena. Si en otras ocasiones tras haberse reagrupado, parecía que los trasandinos se instalaban en el escenario con la actitud de quien cree que hace un favor, partiendo por la expresión displicente y amodorrada de Vicentico, ahora la ocasión les entusiasma. Los nueve músicos en escena no son un torbellino, pero si una máquina ajustada de ritmos y madura efervescencia.
En dos horas LFC despachan sus mayores éxitos y un par de anodinos temas nuevos titulados Crecen y La música. Con El león todos bailaron mientras el trío de bronces con el vistoso Sergio Rotman a la cabeza (cada vez más parecido al compadre Moncho), se divirtió con las tonteritas que el público arrojaba. A pesar de las risas y el relajo, resaltó el oficio instrumental en Piazzolla, con sus intrincados cambios de tiempo, como en Calaveras y diablitos los que tenían a quien abrazar lo hicieron, para bailar con suave cadencia.
Al turno de la roquera Saco azul, Florián Fernández y Astor Cianciarulo, hijos de Vicentico y Flavio respectivamente, se colgaron guitarra y bajo para lucirse acompañando y soleando, presencia que se extendió en el cover de The Clash, Revolution rock, uno de los momentos de la noche en que el público saltó como un resorte. Luego, un suspiro generalizado recibió a Siguiendo a la luna, para rematar antes del bis con Mal bicho y Matador.
Puede que Los Fabulosos Cadillacs ya no sean un ente creativo como en los 90, y que las giras representen un incentivo para mantener proyectos solistas. Pero aún pueden encantar convincentemente a miles de personas, en una combinación de juerga y nostalgia.