Eduardo Gamboa (40) nunca olvidará la primera vez que fue al estadio para ver a su padre, del mismo nombre, arbitrar un partido del Campeonato Nacional de fútbol. Tenía doce años y en Chile, en plena década de los ochenta, comenzaba de manera incipiente el fenómeno de la violencia en las barras bravas. Aunque no recuerda qué equipos jugaban en la cancha, imagina que debe haber sido alguno de los clubes grandes, porque esa tarde hubo disturbios entre las hinchadas, algo inusual para la época. Desde la tribuna, el niño veía cómo gente que no conocía le tiraba monedas y botellas a su padre desde la galería. También lo insultaban. Había tenido algunos errores durante el partido, pero nada grave. Ese día la gente estaba especialmente irascible.
En ese momento, Eduardo no tenía en sus planes seguir el oficio de su padre, un árbitro que hacía sus primeras armas en la Primera División. El mayor de los Gamboa soñaba con llegar a ser jugador de fútbol profesional. Su ídolo era el argentino Diego Maradona y jugaba en las inferiores del club Audax Italiano como puntero izquierdo. Su vida giraba en torno al fútbol.
En su casa, en la población Santa Julia de Macul, se hablaba de eso durante todo el día y además le gustaba jugar pichangas en las calles junto a sus amigos. Aunque veía con simpatía que su padre fuera parte del espectáculo, él quería ser protagonista con el balón. "Si hubiese tenido la pasión que tengo hoy por la carrera del arbitraje, yo creo que hubiese sido un buen elemento en el fútbol", reflexiona a la distancia Eduardo Gamboa.
Tres años después de esa visita al estadio, Eduardo veía que su sueño de ser futbolista no era alcanzable, porque jugaba pocos partidos como titular. Entonces su padre, ya consolidado como uno de los árbitros más importantes de Chile y con una carrera que incluía partidos dirigidos en el extranjero, le recomendó hacer un curso de arbitraje para jóvenes. Fue una propuesta solo para probar. Con 15 años, Gamboa lo hizo, pero sin tomarlo demasiado en serio. "Fue una decisión tomada a la ligera, pero que a la larga perdura en el tiempo", comenta.
Luego de hacer el curso, Eduardo entendió por qué a su papá le apasionaba tanto ser árbitro. Le gustaba estar en la cancha e imponer las reglas y lo acercaba un poco a su sueño de jugar profesionalmente. Así empezó a perfeccionarse, primero con el curso de cuatro meses para ser árbitro profesional y avanzando poco a poco. Partió arbitrando partidos de la Primera B y los hinchas no lo perdonaban. "Donde iba me recordaban a mi padre. De mala manera. El árbitro no es querido en ninguna parte y me gritaban insultos por ser su hijo. Los jugadores, en cambio, me molestaban en buena. Me decían que mi papá era bueno y yo malo", recuerda Gamboa hijo.
Así, sin planearlo, Eduardo fue labrando una carrera propia que ha incluido partidos dirigidos en definiciones de Copa Chile, amistosos internacionales y partidos de Copa Libertadores de América y Copa Sudamericana. También ha vivido situaciones polémicas. La más recordada de ellas ocurrió en el superclásico jugado el 6 de abril de 2014 en el Torneo de Clausura. Ese día Colo-Colo ganó por un gol y Gamboa recibió una fuerte agresión del jugador de Universidad de Chile Ramón Fernández, quien sería sancionado con seis partidos sin jugar. Los hinchas azules suelen referirse sin mucho cariño a Gamboa debido a que su imagen está asociada al club albo. "Mi viejo reconoció en una entrevista que era de Colo-Colo y toda la gente asume que uno también es de ese equipo. Cuando niño era hincha de un club, pero no voy a decir cuál. Nuestra sociedad es muy hipócrita y no va a aceptar que uno pueda hacer un buen trabajo pese a tener un gusto por un equipo. Siempre van a pensar que uno va a querer ayudarlos. Cuando entras a tu primer año en el arbitraje, se te quita eso de ser hincha", dice Gamboa.
Sin ir más lejos, el sábado 4 a Eduardo Gamboa le tocó arbitrar el partido entre Unión Española y Colo-Colo por la primera fecha del campeonato nacional. El equipo albo ganó claramente y los hispanos reclamaron ante la prensa por el arbitraje. Gamboa, como le enseñó su padre, hace tiempo está curtido frente a esos comentarios. "Una vez mi papá me fue a ver a un clásico en juveniles que yo arbitraba y no tuve un buen desempeño. Cometí errores que fueron cambiando la temperatura del partido y terminó con expulsados en ambos elencos. Mi papá fue muy categórico en sus apreciaciones. Eran mis primeros años de arbitraje y fue muy difícil recibir sus comentarios. Uno siempre espera apoyo positivo, en ese tiempo me dolió mucho", señala.
Hoy Eduardo Gamboa reconoce que la figura autoritaria y algo distante de su progenitor fue un ejemplo para su vida: "Todos optamos por hacer una carrera como la suya".
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Nicolás Gamboa (30) y Diego Gamboa (25) son los menores del clan. Ambos están empezando sus carreras, el primero dirigiendo en Primera B y el segundo haciendo lo propio en el campeonato sub 19 de la ANFP. Crecieron viendo a su padre y a su hermano mayor en la cancha. Aunque pocas veces pudieron ir al estadio para verlos en directo. "A nuestro papá no le gustaba que lo fuéramos a ver, decía que se desconcentraba con nosotros en la tribuna", recuerdan ambos.
Dicen que lo más complicado de ser hijos de un árbitro fueron los días que pasaba fuera de la casa. Los viajes y concentraciones para cada fecha eran largos y muchas veces el padre no podía asistir a cumpleaños y fiestas familiares. "Recuerdo que estaba muy ausente en la casa, pero era por trabajo. Mi mamá siempre nos dijo eso o nos trataba de explicar cuando le preguntábamos por él. A veces no era solo el fin de semana, sino también durante los días en que había copas internacionales", recuerda Nicolás. Si bien a la madre del clan le tocaba cumplir un rol más presente dentro del hogar, cuando el papá estaba se hacía escuchar. Tal como en la cancha de fútbol: era estricto y riguroso con las reglas del hogar.
Sus hijos lo sabían de sobra.
Nicolás nunca se interesó en seguir la carrera, hasta que debió congelar sus estudios de Ingeniería Civil. Se iba a quedar un año entero sin hacer nada, por lo que su padre le recomendó hacer el curso. Al mes se empezó a entusiasmar. Sin darse cuenta, completó la preparación necesaria y se convirtió en el tercer árbitro de la familia.
Diego, en cambio, se decidió más temprano. Tenía 19 años y acompañó a su padre, ya retirado, a una liga de fútbol amateur. "Vi a quienes arbitraban en los otros partidos y le dije a mi papá que me sabía mejor las reglas que ellos. Que podía hacerlo mejor", recuerda.
Los dos hermanos menores reconocen que la influencia del padre fue importante para el desarrollo de sus respectivas trayectorias. "Tener un árbitro en la familia fue un plus extra. Podíamos ver de mejor manera las situaciones. Recibimos los consejos y la experiencia que tiene, lo que hizo las cosas más fáciles", comentan.
En una carrera que puede durar casi veinte años, ambos tienen metas claras. Y superar el legado del padre es una de ellas. "Quiero poder lograr lo que hizo mi padre, pero soy un poco más ambicioso. También me encantaría llegar aún más lejos. Y creo que a él también le gustaría eso de los tres", reconoce Nicolás.
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"A mí me sirvió para poder criarlos. Es una carrera de mucha disciplina donde tienen que entrenar, cumplir horarios y no pueden beber ni drogarse. Se cuidan demasiado", cuenta Eduardo Gamboa padre. El progenitor del clan dice sentirse feliz de ver a sus tres hijos en la misma carrera que lo hizo conocido pero que, mirado con distancia, admite que esta situación fue una sorpresa. "No me imaginaba que los tres hicieran lo mismo que yo. Nunca les exigí tampoco, fue voluntad de ellos haber accedido al arbitraje", asegura.
El 15 de enero Universidad de Chile jugó un amistoso en La Serena contra Belgrano de Córdoba. A Eduardo Gamboa hijo le tocó ser el juez de ese partido, y a Diego Gamboa, el cuarto árbitro. Era la segunda vez que compartían dentro de la cancha. El mayor de los Gamboa también ha arbitrado junto a Nicolás y, antes de su retiro, junto a su padre. "El trato cuando tienes un hermano arbitrando es igual o incluso peor, ya que hay más confianza", admite el mayor de los Gamboa.
Los tres hermanos juegan juntos en el club amateur Rosario Central de la comuna de Macul. Eduardo lo hace como volante de contención; Nicolás, como volante por derecha y Diego es definido como un delantero goleador. Juegan cuando pueden y cuidándose de las lesiones. Una patada mal puesta los puede dejar meses fuera de la cancha. Los tres asumen que era un sueño común ser jugadores de fútbol profesional. Con el arbitraje pudieron acercarse un poco a ese sueño y ahora es su pasión. Los tres entrenan juntos todos los días desde las ocho y media hasta las diez de la mañana en el complejo deportivo que hay a un costado de la ANFP.
Cuando el clan se junta fuera de la cancha, la conversación sigue girando en torno a la pelota. La última vez que todos se vieron fue para Año Nuevo. En la casa de los Gamboa la televisión pasa encendida en el Canal del Fútbol, donde observan los partidos fijándose no solo en los jugadores o en los movimientos tácticos sino que especialmente en el desempeño de los árbitros. Ahí nadie se salva.
"Mi papá es la persona más crítica que tenemos de nuestro trabajo. No hay nada positivo para él, siempre hay cosas más negativas", dice Diego Gamboa. El padre asume esta condición con naturalidad. "Mi particularidad cuando estaba activo era ser duro, estricto. Entonces, cuando veo un árbitro que no tiene esa cualidad o no la ha aplicado en un partido, me molesta un poco. Eso incluye a mis hijos", reconoce. Eduardo Gamboa padre, además, tiene claro quién podría llegar a emular su carrera: "Creo que Nicolás podría ser, por sus características, el que llegue más lejos. Se parece bastante a mí en su forma de dirigir, aunque en el arbitraje no está nada escrito".
Este clan se ha convertido en un caso único en el fútbol chileno. Si bien hay otros árbitros dentro de una misma familia, como los Mondría o los Lemus, no hay registros de cuatro jueces de la misma sangre. Y el récord se puede alargar. Nicolás Gamboa fue padre hace un año y parte de la familia ya piensa que podría llegar a ser el quinto árbitro del clan. Eso sí, el mayor deseo de sus tíos es que si finalmente decide saltar a la cancha, esta vez rompa la tradición y lo haga como futbolista.