Medellín es hoy una urbe feliz. Hace sólo dos semanas, la capital del departamento de Antioquia recibió el premio Lee Kuan Yew, también conocido como el Nobel de las ciudades, galardón que resalta la transformación en infraestructura, sostenibilidad e inclusión social. El fútbol también reparte alegrías en la ciudad de las flores: el Deportivo Independiente de Medellín obtuvo en junio el título de la liga colombiana, mientras el Atlético Nacional buscará mañana, ante Independiente del Valle, la Copa Libertadores, trofeo que solo ha ganado una vez en su historia (1989).
Mucho ha cambiado la situación en los últimos 27 años. Cuando el cuadro verdolaga consiguió el título continental, el capitán del plantel actual, Alexis Henríquez, sólo tenía seis años de edad, mientras el goleador Miguel Ángel Borja aún no había nacido. Y Medellín también era otra. Entonces, el único premio que se ostentaba era el de la ciudad más violenta del mundo, situación que era provocada por el dominio que tenía el narcotráfico sobre esta zona enclavada en la cordillera central de los Andes.
El fútbol, deporte rey en Colombia, no escapó a su ilícito entorno. Pablo Escobar, El Patrón, era un gran aficionado al balompié. Lo jugaba con asiduidad y miraba todos los partidos que podía. En el Valle de Aburrá, se dice que era hincha del DIM, aunque su cercanía también se extendió al Nacional. El jefe del Cártel de Medellín pagaba los contratos de futbolistas de renombre para los equipos de su ciudad con el objetivo de hacer frente a los conjuntos de Cali, que también recibían financiamiento del oscuro negocio del narcotráfico, en este caso de los hermanos Rodríguez Orejuela.
La intervención de Escobar convirtió al Atlético Nacional en un equipo potente a finales de los ochenta. El fútbol era una vía expedita para blanquear el dinero procedente del tráfico de cocaína. El ejercicio ilegal era un secreto a voces, pero se miraba hacia el costado de la cancha.
La situación llegó a límites insospechados en 1989, cuando tras un partido entre el Independiente de Medellín y el América de Cali fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega. Luego, según testimonio de Jhon Jairo Velásquez, lugarteniente de Escobar, se supo que el crimen fue ordenado por El Patrón, quien consideró que el juez había perjudicado al equipo paisa. Ese mismo año, Atlético Nacional alcanzó la gloria y le dio a Colombia el primer título de la Libertadores.
En ese equipo, dirigido técnicamente por Francisco Pacho Maturana, destacaban René Higuita, Leonel Álvarez, Andrés Escobar y Albeiro Usuriaga. Los dos últimos sufrieron en carne propia la violencia que rodeaba al fútbol colombiano en esa época: Escobar fue asesinado en 1994, pocos días después de marcar un autogol en un duelo del Mundial entre Colombia y Estados Unidos. La investigación del caso arrojó que el homicidio fue perpetrado por una mafia de apostadores. Mientras, Palomo Usuriaga, que durante su carrera fue sancionado por consumo de cocaína, cayó ante las balas en 2004, cuando ya había colgado los botines, mientras compartía con amigos en su Cali natal.
Aún hoy en Medellín, donde actualmente disfrutan de los pases de Lobo Guerra y Macnelly Torres y las galopadas de Orlando Berrío y Marlos Moreno, recuerdan con nostalgia aquel equipo del 89. Jugaban como los ángeles y, cuando la pelota no quería entrar, se sospecha que contaban con apoyo externo. En Paraguay se cree que la final de la Libertadores ante Olimpia fue comprada por Pablo Escobar. El equipo de Asunción ganó en su feudo 2-0, pero en la vuelta, en Bogotá, Nacional volteó la serie y se llegó a la definición por penales, en la cual los verdes se coronaron.
"Plata o plomo", era el lema de los facinerosos de Medellín. Se comprobó un año después, cuando el árbitro uruguayo Daniel Cardellino denunció ante la Conmebol haber recibido intentos de soborno y amenazas de muerte para favorecer a Atlético Nacional en un partido ante Vasco da Gama. El primer choque, ganado 2-0 por el equipo verdolaga, fue anulado y se repitió en Santiago de Chile, donde el vigente campeón se impuso por la mínima. Sin embargo, por este incidente los equipos colombianos fueron apartados de los torneos internacionales hasta 1992.
En esa época de violencia y triunfos en la cancha, la revista Forbes ubicó a Escobar entre las diez personas más ricas del mundo. Hoy, el escenario es distinto. Atlético Nacional pertenece desde 1996 a la Organización Ardila Lülle -con lo cual se convirtió en el primer club colombiano en pertenecer a capital privado-, cuyo dueño, el empresario Carlos Ardila, es el cuarto colombiano más rico del mundo, con una fortuna de $1.600 millones. El buen fútbol, los grandes jugadores y el dinero sigue presente en Medellín, pero de las balas y la violencia se ha pasado al progreso y la paz. Con Escobar en la memoria, la gloria continental vuelve a tocar las puertas de Medellín.