Johana Gutiérrez está parada frente a un pequeño cobijo provisorio de madera. Cada cierto tiempo, la joven de 21 años dirige su mirada hacia la Ruta 5 Sur, colindante al sitio semiabandonado en el que hace cuatro meses vive con su marido, su hija de siete años y dos sobrinos, en la comuna de Lo Espejo. Y rodea su vientre con las manos: otro niño viene en camino.

Johanna es boliviana, oriunda de Santa Cruz de la Sierra, y es parte de los casi 477 mil extranjeros que actualmente viven en Chile. Según relata, decidió venir porque le hablaron de las oportunidades laborales que ofrecía esta tierra. "Hay personas que hablan maravillas de Chile, pero, en realidad, no es tan así. Yo jamás le diría a alguien que Chile está de maravilla, porque no me gustaría que otra persona pase lo que nosotros hemos pasado", sostiene con tristeza, mientras observa las carpas instaladas en el terreno donde, al igual que ella y su familia, se han instalado personas en situación de calle.

Cuando llegó a Chile junto a su hermana, hace más de un año, consiguió empleo como asesora del hogar en una parcela. El salario era de 380 mil pesos mensuales, un sueldo atractivo al compararlo con los 150 mil pesos chilenos que gana una persona por la misma labor en Bolivia.

Tuvo problemas. No le hicieron contrato, nunca vio el sueldo completo y trabajaba de lunes a viernes, en jornadas de más de quince horas diarias. Cuando trató de marcharse, la empleadora amenazó con denunciarla e intentó quitarle el pasaporte.

A pesar de esta dificultad inicial, Johana no se rindió. Siguió trabajando en otro lugar y, cuando se estabilizó económicamente, decidió traer a su hija y su marido. Juntos, y con algunos ahorros, intentaron arrendar una casa. Sin embargo, el sueño se fue por la borda cuando se dieron cuenta de que los habían estafado.

"Llegó el momento de trasladarnos con las cosas y resultó que la casa no era de la persona. Nunca recuperamos el dinero", dice. Y así fue como terminaron viviendo en el sitio eriazo.

Actualmente, no existen cifras oficiales sobre el número de inmigrantes en situación de calle. Sin embargo, desde el Ministerio de Desarrollo Social señalan que el último Catastro de Calle, realizado en 2011, detectó la existencia de 12.250 personas viviendo en esta condición, de las cuales un total de 1.474 indicaron no haber nacido en Chile. Sin embargo, como se trató de una información entregada espontáneamente, no pudo ser ahondada ni trabajada en forma estadística.

A través de sus trabajos en terreno, distintas organizaciones de la sociedad civil han detectado casos de inmigrantes sin techo y en condición de extrema pobreza. Francisco Javier Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle -entidad que asiste a 350 personas que viven esta realidad- indica que, en los últimos cinco años, por la institución han pasado tres españoles, un japonés, un chino y, en este último tiempo, un colombiano y dos haitianos. Están al tanto de otros veinte casos más.

La situación más compleja hoy en día, según detalla Román, es la de un joven haitiano que se vino a trabajar al país y, por un conflicto con sus compatriotas, fue expulsado de la residencia en la que vivía, quedando a la deriva. Por ello, considerando sus precarias condiciones, la organización busca ayudarlo a retornar a Haití.

"El no habla español, está con depresión, no tiene dinero y su familia no quiere que regrese, porque hicieron una inversión", detalla Román.

En el Servicio Jesuita al Migrante (SJM) han detectado nueve casos este año. Si bien el director de la organización, Miguel Jaksic, señala que "son aislados", aclara que se trata de "personas que en su país de origen no venían de situación de calle; son personas que tenían trabajo. El que migra es alguien que tiene ciertas condiciones básicas para hacerlo".

Juan Eduardo Faúndez, subsecretario de Servicios Sociales del Ministerio de Desarrollo Social, señala que "en el caso de la población inmigrante, uno puede suponer que aquel que está pernoctando en la calle es porque quizás vino al territorio nacional en búsqueda de mejores alternativas y que, lamentablemente, no ha podido acceder a oportunidades laborales, de techo, u otras, y por eso está en una extrema vulnerabilidad".

A la deriva

En la comuna de Recoleta, pasadas las 11 de la mañana se comienza a formar una fila de personas que esperan para ingresar al comedor social Fray Andresito. Marco Antonio Ramírez, originario de Chimbote (Perú), espera junto a su pareja chilena, Lucía, a que abran la reja para poder almorzar.

El hombre, de 48 años, vino en 2012 a Chile junto a su madre para trabajar y salir de una compleja situación de consumo de drogas. Tuvo un empleo en la construcción, también lavando loza en un restaurante, en Las Condes, y compartía una pieza con sus familiares. Todo iba bien hasta que su madre retornó a Perú. Marco Antonio cayó en una depresión, perdió el empleo y terminó en la calle, donde vive hace más de un año.

Ramírez actualmente está sin trabajo. Señala que sus días a la deriva, sin un techo para cobijarse, han sido difíciles. No solo por la inseguridad, sino también por la discriminación que siente de parte de chilenos que viven como él.

"Me han dicho muchas veces: 'peruano, ándate de aquí. Por qué vienes a pedir comida a mi país'. Es humillante", sostiene.

En otra calle de Recoleta, Yare, de 20 años, y la Turca -como la conocen los vecinos- están instaladas bajo un toldo hecho de telas y plástico. Tras unas cortinas sostenidas por unos palos hay un colchón que comparten con sus ocho perros, además de una cajonera, algunas revistas y utensilios de aseo.

Yare es de Aruba. Llegó hace dos años a Chile tras pasar un tiempo en Argentina. "Me vine con unos hippies a aventurar. Me quedé pegada acá cuando me robaron los instrumentos para hacer mi artesanía", comenta

Dice que hace unos meses conoció a la Turca en la iglesia. No sabe el nombre real de la mujer. Un vecino peruano cree que la Turca también es de Perú, por su forma de hablar y por los lugares que menciona cuando le preguntan sobre su origen. También indica que las mujeres son consumidoras de drogas y que necesitan ayuda.

Ambas viven de trabajos esporádicos: lavando loza en locales, barriendo, ayudando a cargar y descargar camiones, y también piden monedas a quienes transitan por el sector.

L

a calle no es fácil, reconocen. Y menos para quienes no han nacido ahí. "Aquí vienen en la noche y nos roban las cosas, la comida, el dinero", precisa la Turca. Hay otras vulnerabilidades, según Yare: "Ella (la Turca) fue violada una noche cuando yo no estaba".

Yare señala que quiere volver a hacer sus artesanías e irse a Costa Rica. La Turca, por su parte, solo pide que no se olviden de ella.

Visiones

Para Rodrigo Sandoval, jefe del Departamento de Extranjería y Migración del Ministerio del Interior, hacer un análisis en profundidad sobre esta dimensión de los inmigrantes en Chile es complejo debido, principalmente, a la poca información disponible y contundente que existe sobre el tema, lo que dificulta "interpretar, abordar y gestionar el fenómeno".

Como segundo punto, añade "lo que uno puede entender es que en la medida en que aumenta la cantidad de extranjeros en Chile, también aumenta la cantidad de extranjeros en las más diversas situaciones (…) es perfectamente posible entender que este incremento de extranjeros también va a significar un aumento de extranjeros en situación de calle". También, Sandoval plantea que es relevante entender las condiciones específicas que llevan a los inmigrantes a caer en esta situación.

Desde el Ministerio de Desarrollo Social, en tanto, señalan que en el próximo registro social de personas en situación calle -actualmente en preparación y que se publicará en el primer trimestre de 2017- se incorporará la pregunta de la nacionalidad de origen de los encuestados, entre otros aspectos, para poder tener un diagnóstico certero que permita abordar esta problemática desde las políticas públicas.