El biólogo Humberto Maturana, la antropóloga Sonia Montecino -ambos premios nacionales en sus respectivas áreas- y el narrador Jorge Baradit escriben sobre la sociedad chilena actual: sus problemas pendientes, sus conquistas y desafíos.

Humberto Maturana

Humberto Maturana

Como seres humanos vivimos y convivimos en un presente de mucha desarmonía y fragmentación psíquica-corporal: ¿Por qué?

Porque convivimos como si pensáramos que todo lo bueno, todo lo deseable, todo lo de calidad en la convivencia se obtuviese en la competencia, en la lucha, en el esfuerzo y en la búsqueda del "éxito", que en este presente consiste en alcanzar el "poder" que nos da el dinero y la certidumbre de la verdad. Y para alcanzar este "poder" nos enajenamos en tener que hacerlo mejor que otro… y hasta en la propaganda radial decimos el que pestañea pierde, ¿pierde qué?

En el mundo biológico no hay competencia. El competir es un emocionar estrictamente humano, es un fenómeno cultural que requiere de la reflexión, pues ocurre como un acto que busca consciente e inconscientemente negar al otro, a los otros, y en el cual nos negamos a nosotros mismos, pues el otro pasa a ser el referente de la calidad de lo que hacemos.

¿Cómo se sale de esta trampa? Desde entender que nosotros los seres humanos somos los únicos seres vivos que vivimos en la reflexión que ve al otro, a los otros y a nosotros mismos, y a comprender que podemos actuar desde la conciencia de nuestros más íntimos deseos de bien-estar.

De hecho, si nos detenemos a mirar nuestra historia evolutiva encontramos que en ésta lo central ha sido la colaboración, el cuidado recíproco, la ayuda mutua, la búsqueda e invención de formas de generar y de compartir el bien-estar en la convivencia de manera intencional. Si somos finos como observadores podemos ver que otros seres vivos que no conviven en el lenguaje también se ayudan y cooperan orientados desde sus sentires íntimos hacia su bien-estar. Lo peculiar en nosotros como seres humanos, como personas, es que esto ha sido el eje de nuestra historia evolutiva cultural, porque la ayuda mutua consciente pertenece a nuestro actuar reflexivo en nuestro vivir y convivir cotidiano.

Es en este presente social-cultural en que vivimos donde al afirmar que queremos un vivir y convivir en el bien-estar nos encontramos con la noción de democracia como un modo de vivir y convivir deseable. Y al encontrar que no sabemos cómo se hace, buscamos crear instituciones que nos aseguren ese modo de convivir.

Pienso que ese modo de convivir es sencillo y simple; pensamos que el convivir democrático resulta de escoger un modo individual ético de vivir como guía de nuestro convivir, y no como declaración de intención. Y esto entendiendo que la conducta ética ocurre como una dinámica relacional donde cada persona es responsable de sus actos en el deseo consciente de no dañarse a sí mismo/a, a otros/as ni a la comunidad ni al ámbito ecológico en la que vive.

Pienso que si en verdad queremos convivir nos encontraremos espontáneamente viviendo y conviviendo en el mutuo respeto, en el respeto por nosotros mismos, en la honestidad, en la ética social, en la equidad, en la colaboración y en el conversar reflexivo, en el deseo de conservar ese convivir. Y en este proceso nos encontraremos también sin darnos cuenta en un convivir democrático, dispuestos a no hablar más de la oposición en los procesos de gobierno, sino de la colaboración. Esto es simple si queremos convivir.

Por esto, queridos conciudadanos, nuestro presente y nuestro futuro ocurrirán según cómo contestemos esa sencilla pregunta: ¿Queremos o no queremos convivir?

Sonia Montecino

"Democracia en el pais y en la casa" fue un lema que los feminismos chilenos de los 80 y 90 modularon para expresar que a las mujeres no les bastaba con derrotar la dictadura para conquistar la democracia. Subyace a este enunciado un conjunto de supuestos que hoy cobran relevancia y que nos permiten proponer una mirada a las relaciones sociales de género y a su peso en los modos en que las estructuras de poder permanecen o se rearticulan en Chile. País y casa son signos poblados de historicidad que nos remiten al ensamblaje de pasado y presente, pero sobre todo sirven para pensarnos a través de las esferas que nos construyen y socializan como sujetos anclados en una cultura y en un contexto social y biográfico. Formulan, al mismo tiempo, la idea de que ambos caminan juntos, pues en ellos se aprende a conocer, a distribuir, a participar, a oponerse o a ser autónomo del poder. Por ello, cuando se perseguía la democracia en esos dos espacios se apuntaba a la búsqueda de una sociedad que superara las estructuras de prestigio y poder autoritarias y jerárquicas (asociadas al mundo masculino) para reemplazarla por otras más horizontales basadas en la solidaridad y la cooperación (ligadas al femenino) y no en la competencia, la discriminación y la violencia.

¿Qué nos dicen las relaciones de género contemporáneas leídas desde el país y la casa? Por cierto que hay conquistas en el acceso al poder económico y político: ha aumentado el trabajo femenino remunerado y una mujer ha alcanzado la Presidencia de la República. Por otro lado, en la casa la institución matrimonio no tiene el peso de antes (más mujeres tienen hijos(as) fuera de él, aumentan las parejas de hecho y las "madres solteras"), y se han debilitado las antiguas concepciones católicas y cristianas sobre el lugar social de las mujeres. Estos cambios, entre otros, indicarían que el Chile de hoy les es más propicio. No obstante, desde una perspectiva de género estamos frente a los reacomodos de un modelo que sigue desvalorizando el aporte de las mujeres al mundo público y privado. En el plano político, su porcentaje en las cámaras es bajísimo y, lo que es peor, no todas las que acceden a ese poder tienen conciencia de género. Desde el punto de vista económico, las brechas salariales son conocidas, y la distribución del ingreso muestra a las mujeres de los sectores populares e indígenas como las más precarias de las precarias. Asimismo, aumentan los feminicidios (tal vez como revanchismo ante los mayores niveles de libertad femenina) y se exacerba el imaginario de las mujeres como objetos (medios, industrias y tecnologías se alían para condenarlas al cuerpo como destino y la prohibición del aborto es una de sus variantes). El neomachismo es hoy la expresión de las arcaicas ideas patriarcales recicladas en lo "políticamente correcto" o en la naturalización del dominio (como sucede con el acoso sexual en colegios y universidades). Las mujeres están ausentes del debate social (basta ver quiénes hablan y son considerados líderes de opinión).

Por ello, democratizar el país y la casa es una tarea pendiente, quizás hoy con más esperanzas de lograrlo, pues aumenta la cantidad de mujeres que buscan, a través de diversos movimientos, la ruptura de los sistemas simbólicos que sustentan y permean las estructuras sociales, comprendiendo que las desigualdades de género tienen su espejeo y se vinculan estrechamente a las que produce el modelo económico y sus efectos perversos en las identidades: se fomentan la diversidad y la diferencia (como en el mercado), pero no el sentido ético de la valoración igualitaria y de la comparecencia pública y política de todos(as) con sus singularidades en la negociación del destino común. El Chile de hoy está lejos de esa democracia de género que se soñó en los 80 y 90, pero más cerca, por su necesidad, en medio de las disputas por reformas más o por reformas menos: sin considerar la piedra angular desde donde se construye el poder social (las relaciones de género) todo parece ser simple cosmética.

Jorge Baradit

2016 Jorge Baradit ( en la Foto), escritor chileno, realiza produccion para seccion manifiesto de Suplemento Reportajes. Foto:Marcelo Segura / La Tercera.

La dictadura de Pinochet le hizo una quimioterapia a la conciencia política chilena; luego la Concerta, por omisión, se hizo la loca y contribuyó al desvanecimiento de sus últimos respiros. Era más fácil gobernar a un país que sólo debía preocuparse de ganar más y ascender en la escala social que de andar cuestionando las políticas públicas o sus efectos. En esos años les celebrábamos haber dirigido el fin de la dictadura. Estábamos tan acostumbrados a una forma de catacumba social que agradecimos salir a un suelo mínimo de derechos. Con los años esto no fue suficiente, la indignación cundió cuando nuevos ojos, de nuevas generaciones, nos hicieron ver lo humillados que seguíamos. Hoy, la clase política paga caro la despolitización de esa sociedad: hay una turba enojada que anda trayendo la guillotina en el bolsillo, no hay lenguaje común, no hay interlocutor, no hay relato contra el que dialogar, sólo el enojo de un país políticamente iletrado con el que no se puede conversar. No sabe lo que quiere, pero lo quiere ya. Una turba punk, que es capaz de retirarle su apoyo incluso a quienes promovían los cambios, capaz de dispararse en los pies y hundir el bote completo en su respetable indignación. Manipulable en su ceguera a veces por los mismos poderes que la oprimen. Somos monos con navaja apocalípticos.

La democracia y la República son inventos. Que somos todos iguales es una invención reciente, una decisión, un consenso que no tiene más de 300 años. Es una construcción cultural, no natural, que debe ser reforzada, enseñada y valorada por la sociedad. No se puede dejar a los avatares de un paradigma basado en la competencia y la sobrevivencia del más apto. Sería un retroceso catastrófico. Construimos sociedad para levantar un espacio protegido donde TODOS podamos alcanzar la felicidad, todos con la ayuda de todos; no para matarnos en una competencia que deja muertos, heridos y "gente poco viable" en el camino. Eso tiene otro nombre. La fraternidad es la salida. Por esto, es importante repolitizar la sociedad, hacerla consciente de su rol en la conducción del país, de lo importante que es su participación educada.

¿Son tiempos terribles estos? Creo que no, la tecnología ha abierto puertas y ventanas y ha obligado a las autoridades a exponerse en una transparencia forzada que ha desnudado sus dinámicas más oscuras. Desde las redes sociales rompiendo los cercos informativos de medios comprados por el poder económico, hasta los nuevos Robin Hood, como Assange, Anonymus o Snowden, que les roban la info a los poderosos para dárselas a los más pobres. Ese flujo de correos, cuentas en paraísos fiscales y archivos secretos expuestos no parará más. No está todo más terrible, simplemente estamos descorriendo una cortina que existió desde siempre.

Históricamente, las instituciones se manejaban con una ética interna propia, no necesariamente igual a la pública. Se entiende que eso tampoco va más. Que las autoridades sorprendidas tendrán que hacer la pérdida, porque para las personas comunes no hay diferencia. Esto es bueno, es un gran momento, ya no podrán estafar, negociar y coludirse en manejos internos que terminan teniendo efectos externos, para todos. Ya no les resultará tan fácil arreglar todo por debajo. Tendrán que inventar nuevas maneras de estafarnos. Hay dos generaciones de políticos manchados por estas prácticas que deberán irse para la casa sin siquiera haber probado el poder, y los que vienen saben que nacieron con una pistola en la nuca. Eso es bueno. ¿Qué resta? Que esta turba deje de disparar hacia todos lados sin control y encuentre una vía de expresión para enfocar sus esfuerzos en vez de desperdigarlos en la forma de pura indignación. La pregunta es desde dónde vendrá ese relato y quiénes lo encabezarán, porque de momento sólo reaccionamos a las crisis y no somos capaces de generar instancias de reflexión (por eso nos sentimos tan cómodos conversando en los Encuentros Locales Autoconvocados, no es lo usual pensar el país desde la calma). En momentos en donde los poderosos no son capaces de entender que el marco legal dejó de ser la referencia para la gente, reconozco un sentido común ético que subyace, vivo y poderoso en las personas. Ese sentido las hace ser capaces de reconocer lo incorrecto en ciertas acciones más allá de si son legales o no y que las lleva a la indignación. Ese sentido común que ha sobrevivido parece ser una nueva guía mínima de la que podríamos aferrarnos. Para esa reconstrucción me inclino por movimientos ciudadanos, pequeñas comunidades organizadas basadas en la ética y el sentido común, como primer paso para una reconstrucción política nacional que debe venir desde abajo.