En la guerra que se libra por escribir la historia del arte contemporáneo, Phaidon realizó otra señal de autoridad. La editorial, una de las líderes mundiales en la publicación de libros de arte, se adelantó a su competidora Taschen y puso la primera piedra en la construcción del nuevo canon de arte joven. Se trata de Younger Than Jesús. Artist directory, una especie de guía telefónica que reúne a las promesas del arte actual menores de 33 años. Junto al New Museum en Nueva York, Phaidon reunió a 150 críticos y curadores (de la Tate Modern y de la Bienal de Venecia 2009, entre otros) y seleccionó a 500 artistas de todo el mundo.
De Chile están Michelle Letelier (32) y Nicolás Rupcich (28), elegidos por la colombiana Michele Faguet, directora del Espacio La Rebeca en Bogotá; mientras la curadora Cecilia Brunson puso su mirada en siete nombres: Adolfo Bimer (24), Margarita Dittborn (27), Patricia Domínguez (25), Tomás Fernández (24), Pablo Serra (25), Cristóbal Cea (28) y Diego Ramírez (26). Una generación de artistas que autogestiona sus exposiciones, se asocia a galerías y va a las ferias internacionales.
Alejados del discurso político que en los 90 todavía separaba a los artistas, los jóvenes creadores se interesan en la tecnología, la globalización y en los problemas formales de la pintura. "El arte ya no tiende a lo político, ya se superó el trauma. Ahora se hacen obras con mayor libertad", dice Adolfo Bimer. A los 15 años pintaba las paredes de La Reina con su grupo de amigos grafiteros. Ahora, luego de estudiar arte, sigue pintando murallas, además de reciclar cualquier superficie para pintar sus grandes manchas negras que terminan en mutilaciones humanas y dentaduras. "Mi obra no tiene discurso. El arte está en quien lo percibe", señala.
En la vereda contraria a este estilo espontáneo está la obra de Nicolás Rupcich, quien ilustra en sus fotos la artificialidad de los espacios abandonados, y la de Cristóbal Cea, un verdadero antropólogo de la ciudad, que ocupa programas computacionales para modelar construcciones ficticias que reflexionan sobre la incapacidad del hombre para entender el funcionamiento de la sociedad actual.
Aunque los integrantes de esta generación difieren en los temas (algunos pintan animales, reinterpretan clásicos del arte y otros se preguntan por los problemas de la arquitectura), todos comparten la idea de que trabajar juntos es mejor que por separado. "Siempre escuchamos que en el mundo del arte están todos peleados. Nosotros preferimos unirnos. Muchos tenemos talleres en el mismo barrio, nos juntamos a comer y conversar. De ahí salen proyectos", cuenta Patricia Domínguez, quien desde pequeña se obesionó con los caballos. Primero los dibujó y luego los cabalgó, hasta que en 2001 una caída la devolvió al arte, entrando a estudiar a la UC. Domínguez pinta con oleos y pintura de auto brillantes venados, tiburones, ballenas y focas amontonados en el mar, como si se tratase de pasajeros dentro de un vagón de metro.
Un resultado similar busca Diego Martínez, exponente del nuevo realismo. El pintor basa su trabajo en duplicar el efecto de las fotografías digitales sacadas de Internet. Animales fotografiados de noche y enceguecidos por los flashes de las cámaras protagonizan sus pinturas.
QUE VIVA LA PINTURA
Por algún tiempo la pintura estuvo desahuciada. La instalación y la performance cobraron popularidad en el país durante los 80 y 90, dejando a la pintura. "Pintar hoy es muy raro, anticuado, un poco absurdo e innecesario. Eso mismo es lo que me interesa de la pintura. Un suerte de resistencia ideológica, si se quiere", dice Tomás Fernández, seguidor de Adolfo Couve. Con cartón, alambre y cinta adhesiva, Fernández construye escenas cinematográficas de parejas en poses de dominación/sumisión, que luego fotografía y plasma en óleo. Pablo Serra, en tanto, cree que de la pintura sólo queda su dimensión artesanal. Sin ningún sentimentalismo, crea figuras de Batman, Iron Man y la Mole que su sobrino de 5 años modela en plasticina. Según él, eso le permite desaparecer de la obra. "Pintar modelos hechos por un niño me permite borrar el gesto, acabar con cualquier evidencia de que existe un autor", dice Serra.
En términos monetarios la obra de Fernández y Serra ha tenido diferente repercusión. "Cambiar aspectos de mi trabajo para hacerlo más vendible, es algo que no me interesa hacer", dice Fernández, quien hasta el momento no ha vendido muchas obras. Pablo Serra, en tanto, "arrasa" en las ferias internacionales. "Todo lo que llevé a la feria Arteba de este año, se vendió. Soy un éxito en Argentina", cuenta el pintor, quien está representado por la galería Florencia Loewenthal. A pesar del buen comienzo, Serra piensa que el circuito de arte en Chile es cerrado y el coleccionismo es un práctica casi inexistente. Por eso prefiere presentar proyectos, buscar auspiciadores y así comenzar a crear obras. "Lograr instalarse en el mundo del arte no es imposible, pero hay que trabajar. Soy un tipo de Gran Avenida a quien nadie conoce, entonces la única receta que existe para ser reconocido es hacer las tareas ", señala el artista.
Fue tan difícil para Michelle Letelier entrar en el circuito local que prefirió radicarse en Alemania. Allí continua el estudio sobre el paisaje como fuente de recursos naturales a través de videos y dibujos. "En Chile es difícil vivir el arte, si no eres la 'estrellita' de un curador", agrega Letelier.
Sin embargo, los que lo logran pueden hacerse de un espacio importante en el mercado. Uno de los casos más emblemáticos de gestión es el de Margarita Dittborn. Hija del artista Eugenio Dittborn, la fotógrafa se ha convertido en una de las más reconocidas de su generación. Sus imágenes sobre citas a la historia del arte se han convertido en las más populares de galería Animal, donde participa como artista y gestora cultural. Fue ella quien organizó con Tomás Andreu la Sala Cero, inaugurada a principios de año, que se ha transformado en la vitrina de los artistas emergentes. "Con mi padre tenemos en común la gestión. Si te quedas ahí flojeado, esperando que pase algo, todo mal", dice Dittborn.
Para Domínguez, está generación se caracteriza por el trabajo. "Ya no existe esa visión del artista hippie. Somos todos muy profesionales y trabajadores. Creo que es algo que hemos heredado de la generación anterior. Gente matea como Mario Navarro o Mónica Bengoa, que han trabajado por internacionalizarse y por legitimar su arte", concluye la pintora.