Traía un paquete incómodo y pesado, amarrado afanosamente con pita de cáñamo, que de inmediato llamó la atención en la aduana del aeropuerto de Santiago. "Son libros de Pablo Neruda, mi esposo", contestó en voz alta Matilde Urrutia cuando un funcionario la interrogó y se vio rodeada de un grupo de personas que la saludaban. Ante el alboroto, la dejaron pasar sin revisar el paquete. Sabía que si lo abrían requisarían su contenido. Corría mayo de 1974 y la viuda del poeta volvía a Chile con un material altamente irritante para la Junta Militar recién instalada en La Moneda: 36 copias de Confieso que he vivido, las memorias póstumas de Neruda.
Mientras el libro empezaba a circular clandestinamente por el país, en España y Argentina se lanzaba simultáneamente como un acontecimiento cultural y político: Neruda cerraba el relato de su agitada vida con una contingente condena al Golpe Militar. También era su despedida. Muerto el 23 de septiembre -por causas que hoy investiga la justicia-, el autor de Canto general trabajó en Confieso que he vivido incluso en la Clínica Santa María, donde llegó acorralado por el cáncer a pasar sus últimos cinco días. Mañana se cumplirían exactamente 40 años de que dictara las páginas finales. En cualquier caso, no alcanzó a terminar el libro.
Como buena parte de la propia vida de Neruda, sus memorias están rodeadas de leyendas. Que fueron intervenidas, que no incluyen todo lo que el poeta escribió, que tantas omisiones claves (como de su hija o Volodia Teitelboim) no fueron al azar, que habría sido otro libro si el poeta hubiera llegado a los 70 años, etc., etc. Lo que dejó al morir fue un proyecto por ensamblar, que Matilde organizó raudamente. El biógrafo del Nobel, Hernán Loyola, puso el libro en el tomo de textos dispersos de las Obras completas, mientras otro nerudiano, David Schidlowsky, opta por la desconfianza: "Busca mitificar la memoria del poeta y omite cuestiones problemáticas de su vida".
Dejó la embajada de Francia en noviembre de 1972, para regresar a Chile. Y aunque el cáncer a la próstata lo tenía débil, Neruda venía lleno de proyectos. Mientras trabajaba en poemarios como El mar y las campanas, El libro de las preguntas o en Defectos escogidos, se ocupaba de Confieso que he vivido con la ambición de publicarlo en 1974, para celebrar sus 70 años. Según una carta que le envió a Teiltelboim en agosto del 72, su amigo y secretario Homero Arce estaba diariamente ayudándolo en sus memorias en Francia: "Se trata de completar el texto del Cruzeiro hasta formar un libro importante", escribe.
Como cuenta Loyola, lo que quiere completar Neruda son 10 crónicas autobiográficas que publicó en 1962 en la revista brasileña O' Cruzeiro. Esa es la base, pero también irá sumando otros textos diseminados, como Discurso al alimón, hecho con García Lorca, de 1933. Arce, poeta y hombre de confianza desde los años 20, asume la tarea de pasar al limpio lo que dicta el poeta. El escritor Germán Marín -a cargo de las fallidas Ediciones Isla Negra- los vio en acción: por las mañanas Neruda dicta y por la tarde, tras una siesta, revisa lo que Arce ha pasado a máquina. Tienen un acuerdo: Homero puede ajustar las palabras de Pablo.
Trabajan contra el tiempo. Mientras el cáncer avanza, la Unidad Popular se desmorona. El Golpe del 11 de septiembre lo acelera todo: según el nerudiano Abraham Quezada, el sábado 15 de septiembre Neruda le habría dictado a Arce las cinco páginas finales del libro. Se titulan Allende, y el presidente muerto es puesto por el poeta a la altura de José Manuel Balmaceda. Cuatro días después, es hospitalizado; aun así, Homero sigue escuchando dictados, enmiendas, apuntes, etc. No logran llegar al punto final; muere el 23 de septiembre.
Días después del funeral del poeta, Matilde toma el control de las memorias. "¿Cómo darle forma a este libro?", se pregunta en su libro Mi vida junto a Pablo Neruda. La respuesta viene de Venezuela: llama a su amigo Luis Otero Silva, senador y escritor, y echan a andar el proyecto. Poco después, los materiales de Confieso que he vivido viajan en valija diplomática hacia Caracas. Ella vuela en noviembre.
En ese tránsito, Arce salió de escena. Según contó Matilde en su libro, fue el secretario quien asustado tras el Golpe dio un paso al costado. No todos creen esa versión. "Matilde aprovechó para sacárselo de encima", dice Marín. Según él, la viuda era muy celosa de los cercanos a Neruda y particularmente de la amistad a fuego que mantenía con Arce. Schidlowsky, autor de la biografía Las furias y las penas, añade: "Urrutia se peleó con Arce y por eso éste no alcanzó a corregir o introducir textos que Neruda le dictó". En 1975, sin embargo, el secretario le escribe a la "amiga" Matilde una nota de agradecimiento por cancelarle fondos que le asignó el poeta. Como sea, en Confieso que he vivido no aparece ninguna mención a Arce.
Publicado por Seix Barral y Losada en marzo de 1974, Matilde demoró dos meses en ordenarlo. Al ingresarlo a Chile lo cubrió con la portada de Teresa Batista, cansada de guerra, de Jorge Amado. "No fue agregado ni quitado nada", anotó en sus memorias, aludiendo a los rumores que desató. Menos que una autobiografía, el libro fue definido por Neruda como "recuerdos intermitentes y a ratos olvidadizos". El olvido no es poco. Si a su tercera esposa Delia del Carril apenas la menciona, sobre la segunda, María Antonieta Hagenaar, no habla: la dejó cuando estallaba la II Guerra Mundial en Holanda, con la hija de ambos, Malva Marina, una niña afectada por una hidrocefalia que murió a los ocho años.
Tampoco hay rastros del Volodia Teitelboim en Confieso que he vivido, pese a que Neruda le informa que está escribiéndolo en 1972. El jerarca del PC, además, tenía comunicación con Matilde mientras trabaja en el libro. "Merecía estar ahí. Tenían una tremenda amistad, creo que fue falta de tiempo", sostiene Quezada. Jorge Edwards, en cambio, señala que más que una amistad íntima, entre Teitelboim y Neruda había una estrecha relación política. "No creo que hayan sido intervenidas por Matilde, pero el libro tiene una edición medio rara. Hay que saber leerlo entre líneas", dice Edwards.
Al borde del libro de viajes y plagado de nombres célebres del siglo XX, Confieso que he vivido pocas veces muestra las sombras de Neruda. Es un libro luminoso y emotivo, acaso consciente de cada huevo que pisa y rodeado de preguntas. Los manuscritos podrían estar, como dice Quezada, en manos de su agente Carmen Balcells, pero no todos: es posible, según Schid-lowsky, que parte de lo que el poeta le dictó a Homero Arce se quemara junto con su casa en 1987. Sabemos, eso sí, que lo que Neruda quería decirnos de sí mismo no era sólo esto.