La madrugada del domingo 29 de septiembre, cuando los nueve militares en retiro provenientes del penal Cordillera llegaron hasta la cárcel de Punta Peuco, en Tiltil, lo único que encontraron en sus celdas individuales fue una cama. El módulo 3 del recinto, que había sido acondicionado para recibirlos, no tenía mucho más. Las paredes estaban limpias. Cada una de las ocho celdas -de unos tres por dos metros-, tiene, además, un baño con lavamanos, sin agua caliente. Las duchas están en un espacio común.
Allí fueron distribuidos el general (R) Manuel Contreras -caso que motivó la construcción del recinto durante el gobierno de Eduardo Frei, en el marco de su condena por el crimen del ex canciller Orlando Letelier- y otros siete oficiales (R). Hugo Salas -ex jefe de la CNI- fue destinado al módulo 4. El 3 ya estaba copado.
"Cuando llegaron pudieron descansar. La situación (del traslado) fue muy estresante y ahora él está tranquilo, por el hecho de poder dormir", dice Samuel Correa, abogado del general (R) César Manríquez (82).
Así comenzaba una semana marcada por las repercusiones del suicidio del general (R) Odlanier Mena, mientras hacía uso de su beneficio de salida de fin de semana; el debate respecto del futuro de Cordillera; los planes para ampliar los cupos en Punta Peuco ante la posible llegada de más internos y las disputas surgidas entre el gobierno y los partidos de la Alianza, tras el anuncio del Mandatario de clausurar el penal del sector oriente.
Correa visitó a Manríquez el lunes. En la sala acondicionada para recibir a los abogados, le entregó dos diarios y una revista. "Está con el ánimo regular", dice Correa.
Cercanos a los militares (R) trasladados coincidieron en que se trató de una semana de adaptación: en que comenzaron a decorar sus celdas con sus objetos personales y en que no tuvieron contacto con los internos de los módulos 1 y 2, donde están los oficiales (R) que se encontraban desde antes en la cárcel de Tiltil.
En esos días los más antiguos manifestaron su preocupación porque fueran a restringir sus horarios de visita (miércoles, sábados y domingos, de 10.00 a 12.30 y de 14.00 a 17.00), lo que efectivamente se resolvió avanzada la semana, cuando se decidió igualarlas a las del resto de las cárceles. Es decir: seis horas semanales.
RECORRIDO POR TILTIL
Desde temprano comenzaron a llegar, este miércoles, los visitantes de los 53 internos de Punta Peuco. En el acceso principal, ubicado a 41 kilómetros al norte de Santiago, se podía observar a familiares aguardando para entrar al penal, desde antes de las 9.00.
Para ingresar hay que atravesar tres controles, custodiados por una decena de gendarmes. La primera parada es en un portón enrejado, donde los autos quedan inmediatamente detenidos entre este obstáculo y una barrera. Allí un gendarme verifica, a través de la cédula de identidad, a qué interno se va a visitar.
Luego, a casi 300 metros, está la guardia armada del penal. Otro gendarme, nuevamente con el carné, anota los datos y el parentesco de las personas que ingresarán a los módulos: con lápiz rojo el nombre de las cónyuges y con azul el del resto de los familiares y amigos.
A las 10.40 del miércoles, los familiares llevaban bolsas y cajas. El hijo del brigadier (R) Miguel Krassnoff (67 años, ex jefe de la Brigada Lautaro de la Dina) descargaba desde su vehículo cajas con objetos personales que el oficial en retiro dejó en Cordillera.
Luego de registrarse, se atraviesa un portón de acero donde hay un escáner, pero -según se pudo observar esa mañana- los objetos ingresaban sin pasar por la máquina. Tras la revisión de cada persona con un detector de metales, se podía acceder al pasillo que une los cuatro módulos de Punta Peuco.
EL MODULO 3
En los cuatros módulos, la jornada comienza a las 8.30. A esa hora es el desencierro, después del desayuno. Almuerzan (un plato de fondo y postre) cerca de las 12.30, cenan a las 17.00 y regresan a sus piezas a las 22.00. Las comidas las ingieren en sus celdas.
Uno de los visitantes del módulo 3 dice que entre los oficiales (R) se sigue manteniendo un principio que regía en Cordillera: que ninguno habla de las condenas por las que están recluidos, ni de los procesos que enfrentan.
El miércoles, desde el fondo del sector, caminaba a paso lento el oficial en retiro Jorge del Río (69). El ex uniformado tenía su camisa manchada con sangre, producto de una hemorragia nasal. Mientras se limpiaba, comentaba a un visitante que se encontraba en buenas condiciones en el nuevo penal, al igual que el brigadier (R) Krassnoff.
En ese módulo, una pequeña sala de estar, ambientada con tres sofás de color azul con rojo, permite a los condenados recibir visitas. De cerca, dos gendarmes recorrían el miércoles los pasillos de esa área.
Mientras ocurrían las visitas a Punta Peuco a mediados de semana, el general (R) Manuel Contreras era trasladado desde este penal, cercano a Tiltil, hasta el Hospital Militar, en La Reina, para la diálisis que debe hacerse tres veces a la semana. "El traslado duró una hora, la diálisis dura cuatro y la vuelta fue de una hora más", dice su abogado René López, quien lo acompañó en el proceso médico: "Conversamos sobre cómo estaba siendo su día, si estaba satisfecho, y me dijo, como primera respuesta: 'yo soy un soldado".
LOS INTERNOS ANTIGUOS
Para los otros 44 presos de este penal, el miércoles fue un día similar a otros. En el módulo 1, cinco de ellos saludaban a quienes (tras atravesar seis rejas) llegaban a visitarlos. Del grupo, la mayoría sobrepasa los 70 años. Alvaro Corbalán (61 años, ex CNI condenado a cadena perpetua) era el único con el pelo oscuro.
En el módulo hay una sala de estar, con dos living y una biblioteca. Desde allí se accede a las celdas de los más de 10 reclusos que habitan este sector. Del otro lado del módulo está el patio. Una gruta hecha por los mismos reclusos encabeza el espacio de 70 metros cuadrados, aproximadamente. Al centro hay pasto y, por los bordes del muro, unos toldos que sirven para recibir a las visitas. Todo, dicen, lo han traído sus familias.
"Los internos que están en mejores condiciones es porque arreglaron ese lugar, que era un basural cuando llegaron", dice el abogado René López. En el patio de su defendido, en el módulo 3, asegura que hasta el miércoles no había dónde sentarse.
En el patio del módulo 1, bajo un toldo, Raúl Iturriaga (75) compartía esa mañana con sus visitas. Decía, con tono irónico, que esperaba recuperarse pronto de una dolencia en la espalda, para jugar tenis. Gracias a que tienen televisión abierta en sus celdas (con equipos traídos por sus parientes y amigos), han visto las noticias en que se destacaba esa parte de la infraestructura del penal.
En el pasillo de acceso al módulo 1, desde una de las ventanas, se escuchaba a Alvaro Corbalán cantar, con voz grave y tocando la guitarra, una canción compuesta por él: "Difícil es vivir en paz, si el odio debes derrotar. El tiempo ayuda a perdonar, nos debe una oportunidad". Los internos que pasaban por allí no se detenían a escucharlo.