Creyó que era un garaje para micros viejas. Parecía uno de esos locales donde vendían balones de gas. Por eso, la censista Ana María Huaiquinao dudó en detenerse frente a un portón de lata en la avenida San Luis, en Quilicura. Dudó hasta que vio a un grupo de haitianos saliendo a dejar basura en la calle y a otros entrando con bolsas de compras. Al asomarse, vio a niños jugando con sus bicicletas.
En ese momento, los encuestadores dicen haber quedado sorprendidos con un lugar que no estaba en los registros: una construcción de material ligero de dos pisos. Cincuenta piezas numeradas en que dormían dos o tres personas hacinadas en cinco metros cuadrados. Un pasillo estrecho que separaba filas de habitaciones, donde se mezclaban el olor a comida y las carcajadas de jóvenes hablando en creol por sus celulares. Todos conviviendo en el mismo espacio íntimo a la fuerza.
"Vimos mucho hacinamiento, pero sabemos que si los encuestamos podrían ser ayudados", dice Ana María, quien habla con los haitianos, la mayoría provenientes de Puerto Príncipe, la capital de uno de los países más pobres del mundo.
Jean Innocent (28), jornalero que reside hace dos años en Chile, se esfuerza por hablar español, traduce el problema de sus compatriotas en el lugar: "Vivimos obligados en estas condiciones, porque uno no encuentra casa para arrendar. Nos piden papeles, lo que se hace difícil", cuenta. Esto los lleva a rentar este tipo de habitaciones por $ 100 mil en la población Parinacota. Es lo que alcanza con el sueldo mínimo que recibe la mayoría al comenzar la vida laboral en Chile.
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Los extranjeros viven en pequeños dormitorios. Foto: Juan Farias / La Tercera[/caption]
Aunque vienen de una nación en permanente crisis económica, los inmigrantes cuestionan la calidad de vida que ofrecen estos lugares: "El dueño prometió que se haría aseo, mantención. Pero no ha cumplido, lo que no es correcto", explica uno de los extranjeros.
El censo los tomó por sorpresa. Muchos llevaban pocos meses en Chile, por lo que no estaban informados del sondeo. No hablan español, por lo que traductores voluntarios de la comuna, donde habitan 4.500 extranjeros de diversos países, fueron convocados para apoyar. Maxo Maxime (29) fue uno de los que acudieron al improvisado condominio. Sostiene que algunos de sus compatriotas se negaron a abrir sus puertas cuando quiso entrevistarlos. "Por vergüenza. Por temor a que vean que, por ejemplo, tienen recipientes con orina o que no tienen un espacio para poner la ropa", aclara. Pero luego logra conversar con ellos más allá del cuestionario oficial. A la pregunta sobre si les gusta Chile, responden que sí. Al porqué es mejor este país que Haití, dicen que hay trabajo. Sobre si se quieren quedar: dudan. "Es que nos gustaría estar cada vez mejor", explican algunos mirando fuera de su pieza, en San Luis.
Puertas adentro
Las piezas no tienen baño, por lo que hay que salir al patio para acceder a ellos. Lo que más preocupa a los haitianos es el invierno, pues los escusados y las duchas están alejados de los dormitorios. Y junto a los servicios higiénicos está la cocina, que parece haber sufrido un incendio. Cada arrendatario debe comprar una, en teoría, pero hay algunas que se comparten, porque a los inquilinos nuevos no les alcanza la plata. Otros decidieron preparar su comida en sus piezas. Los que ganan más dinero instalaron un refrigerador.
"Mire, acá todos de alguna manera se quieren ir. Tener un lugar propio y no tener que estar así de manera definitiva", dice Evens Francois, quien llegó hace un año con su pareja desde Puerto Príncipe. Relata que más allá de la aparente pobreza, en esta comunidad se esfuerzan por surgir. Da su propio ejemplo: anhela emigrar a Estados Unidos tras juntar plata en Chile. No le interesa tanto hablar el español de Quilicura. Y se nota, pues prefiere explicarse practicando su inglés cuando puede: "I want to go to U.S. There is a lot of money".