Los relámpagos atravesaban el cielo y la lluvia golpeaba violentamente las ventanas mientras el magnate inmobiliario estadounidense Donald Trump y el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, impermeables a la furia de la tormenta, cortaban la cinta del Trump Ocean Club International Hotel & Tower, el edificio más alto de América Latina.
"Creo que el hotel es verdaderamente magnífico; uno mira el horizonte de Panamá y uno ve cómo éste se destaca", dijo Trump durante la inauguración del edificio, que tiene forma de vela.
"Nuestras reservas están por el techo. Todos quieren estar aquí y realmente pienso que va a ser un éxito tremendo", agregó.
El presidente estaba igualmente entusiasmado con la construcción, uno de seis rascacielos ubicados en una pequeña zona residencial en Ciudad de Panamá conocida como Punta Pacífica.
"Quisiera agradecerle a Donald Trump por venir a Panamá y permitir que este maravilloso edificio lleve su nombre", aseguró Martinelli. "Esto llena a Panamá de orgullo".
BAJO EL AGUA
Sin embargo, fuera del hotel la naturaleza parecía determinada a hacerse patente al inundar las calles y saturar el sistema de drenaje, tornando la península en una isla pantanosa.
Cientos de obreros, que salían de sitios en construcción a ambos lados del hotel, quedaron atrapados.
"¡Qué lío!", dijo un trabajador, mientras junto a docenas de empleados se subía a un camión de ganado, uno de los pocos vehículos capaces de salir de la península inundada.
Trump y Martinelli tuvieron que atravesar las calles en sus todoterrenos ligeros, cuyas luces por poco no quedaban bajo el agua.
"Fue increíble y quedó atrapado ahí", dijo al día siguiente el promotor de Trump Roger Khaffif. "Todos están molestos".
Fue un incidente incómodo tanto para los inversores como para el gobierno y fue sintomático en una ciudad que creció más rápido que su infraestructura.
CRECIMIENTO FEBRIL
Cinco años de crecimiento económico sin precedentes convirtieron a Ciudad de Panamá en un gigante con piernas tambaleantes.
Y las proyecciones para los próximos años hablan de una tasa de entre 8% y 9%.
Desde 2007, han sido construidos -o estarán listos el año próximo- 50 rascacielos.
El tamaño y la escala del crecimiento panameño no se compara con nada en América Central.
La torre más baja construida en Panamá en los últimos cinco años es tres veces más alta que el edificio más grande de Nicaragua.
Pero el crecimiento genera preguntas sobre el excesivo desarrollo. La ciudad ya siente las consecuencias de construir sus deseos de primer mundo con infraestructura de tercer mundo.
"La infraestructura de Panamá no creció a la misma velocidad que la economía o la ciudad, especialmente en los últimos cuatro años", señala el ministro de Obras Públicas, Federico José Suárez.
"El país no previó crecer a este ritmo. (Panamá) es una víctima de su propio éxito".
En un intento por ponerse a tiro, el gobierno de Panamá invertirá una cifra sin precedentes en el país, US$20.000 millones en infraestructura, que incluye US$5.200 millones para una expansión del Canal prevista para 2014.
"Ésa es la inversión que necesitamos para los próximo 50 o 100 años, para que el país pueda mantener el crecimiento y para que podamos administrar ese crecimiento de manera responsable", explica el ministro.
Panamá podría haber usado algo de esa planificación cinco años atrás. En cambio, la ciudad ha crecido al azar y sin regulaciones como una población del siglo XIX en medio de la fiebre del oro.
En la península que alberga el hotel de Trump y otros rascacielos, el ministro ha estado batallando en los últimos dos años para que las firmas constructoras no desechen cemento, escombros y arena en los sistemas de drenaje y saneamiento.
Ha sido una batalla perdida. Suárez dice que el gobierno ha gastado más de US$2 millones en limpiar las tuberías en Punta Pacífica, que están tan tapadas que los trabajadores que deben ingresar al sistema de alcantarillado deben hacerlo con picos.
"Mientras se mantenga esta situación, ninguna cantidad de mantenimiento va a servir", se lamenta el ministro.
Incluso si el ritmo de construcción febril se enlentece, queda la pregunta sobre quién a ocupar todos los edificios que han sido levantados.
Muchos de ellos permanecen a oscuras por las noches, lo que sugiere que no hay una lista de espera para ocuparlos.
INTERES DE CHAVISTAS
Los promotores inmobiliarios defienden que las unidades están siendo vendidas a corporaciones, residentes temporales y extranjeros adinerados -especialmente venezolanos- que buscan huir de problemas en sus países.
Incluso se informa de seguidores del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que han empezado a buscar propiedades en Panamá, en medio de la incertidumbre por la salud del mandatario, de acuerdo a uno de los mayores promotores de la ciudad.
"Ahora tenemos chavistas que están escapando de Venezuela porque Chávez está enfermo y no saben cuánto tiempo más va a estar. Vinieron algo así como seis generales durante el fin de semana. Necesitan un plan B. Están pensando que si 'este tipo estira la pata, quizá nos tengamos que ir'", dice José Manuel Bern, de Empresas Bern.
A Bern le preocupa que el desarrollo y crecimiento económico de su país dependan demasiado de la suerte y no lo suficiente en la planificación.
Khaffif, del Trump Ocean Club, admite que permitir la construcción de todos los edificios en Punta Pacífica antes de tener la infraestructura pública -y la gente para ocuparlos- es un poco como poner la carreta delante de los bueyes.
"Tendrían que haber hecho eso primero; diría que era más importante", dice. "¿Cuál es la utilidad de traer a todos aquí y sólo apilarlos en la ciudad?".