El real origen del graffiti no tiene que ver con el spray, los adolescentes, ni el siglo XX. Su historia comienza en la Antigua Roma: así se llamaban las marcas raspadas en las paredes de Roma y Pompeya. Milenios después, el término lo adaptaron para las rayas no autorizadas que comenzaron a aparecer en los espacios públicos de Estados Unidos, a fines de los sesenta. Entonces era un movimiento underground, ilegal y casi peligroso. Hoy, es una práctica globalizada (aunque no por eso permitida), con exponentes respetados e incluso invitados a museos y galerías. Entre ellas, la Fundación Cartier de Arte Contemporáneo, en París, que a partir del 7 de julio recorrerá los nebulosos orígenes del graffiti, su explosión en los subterráneos de Nueva York y su posterior expansión por todo el mundo.

Rayados famosos hubo antes de su masificación. Quizá el más comentado es uno de la II Guerra Mundial: el dibujo de un rostro que mira sobre un muro, con el mensaje "Kilroy was here" (Kilroy estuvo aquí).  Aparecía en barcos y muros por donde pasaran los soldados americanos. Dio para mito: ¿Quién lo hacía y cómo aparecía en todos lados? "Kilroy" fue el primer graffiti que traspasó ciudades y continentes, y sigue siendo imitado hasta hoy.

El graffiti moderno, sin embargo, apareció en Filadelfia. Su primera estrella fue un chico conflictivo llamado Darryl McCray, que firmaba como Cornbread. Todo empezó por una mujer: miles de paredes con el mensaje "Cornbread ama a Cynthia", que después cambió por uno más crítico: "Cornbread lives" ("Cornbread vive", en honor a un joven llamado Corn que había muerto de un disparo). Su frecuencia y expansión llamaron la atención de la prensa: ¿Dónde aparecería Cornbread mañana? Un día la prensa lanzó un desafío: ¿Podría el rayador pintar un graffiti en el jet de los Jackson 5? Al día siguiente, el el avión aterrizó con un tag (nombre) de Cornwell.

Aunque hacía un tiempo que pandillas y grupos políticos rayaban paredes, fueron los egos individuales de los artistas los que hicieron evolucionar el graffiti a algo más que una anécdota. La imitación y el desafío de superar a los demás implicó  una rápida evolución de estilo (letras más redondas, más coloridas, más estilizadas) y el desarrollo de una estética que se colaría incluso en el arte de los años siguientes.

Su proliferación por los barrios de Brooklyn y Bronx de Nueva York, durante los 70, fue clave. Nombras como TAKI 183, PHASE 2, PART 1 (tomados de los números de las calles de la ciudad) se tomaron los subterráneos, con los carros del metro como su principal lienzo. TAKI 183 ganó tal presencia que fue destacado incluso por The New York Times. Con el tiempo, más que puras marcas, los "tags" dieron paso a grandes composiciones de colores y formas cuya "obra de arte" era reservada para la parte delantera del carro.

En esos barrios creció Jean-Michel Basquiat, que en 1979 comenzó a pintar sus propias paredes. Su sigla Samo (que viene de "same old shit": "la misma vieja mierda") se multiplicó por los muros con frases irónicas como "Samo salva a los idiotas", que llamaron la atención del semanario Village Voice. Pero a Basquiat no sólo le gustaba el spray, también la pintura. El fue de la primera generación que llevó el ahora llamado "arte urbano" a galerías: en 1980 exhibió junto a otros graffiteros en un almacén en Bronx. El año siguiente fue invitado, firmando  como Basquiat, para exhibir en el PS1 de Nueva York.

A fines de los 80, Basquiat murió de sobredosis de heroína (reforzando la negativa idea  de que el graffiti se relacionaba con drogas y violencia), y las autoridades de Nueva York comenzaron una fuerte ofensiva para repeler los rayados en el metro. Jóvenes con spray eran detenidos y los vagones, cubiertos con pintura repelente.

Pero el graffiti continuó afuera: nuevos rayados y estilos aparecieron en Europa y Sudamérica, donde se desarrolla la última vanguardia graffitera. La muestra de la Fundación Cartier otorga especial énfasis a esta nueva producción, en la que destacan al chileno Basco/Vazko, los brasileños Cripta y Vitché, y el holandés Delta. Es un graffiti visualmente inquieto, con nuevas historias y formas, que a estas alturas ha saltado de los márgenes al centro del arte. Algunos siguen el paso del inglés Banksy, la última superestrella del arte urbano, que es invitado por museos y galerías, pero no abandona su vocación graffitera. Esto es, anónimo, callejero y siempre a punto de escapar.