Londres, Australia, Nueva York, San Francisco y hace cerca de un año en Santiago. La filosofía de estos restaurantes que nacen para desaparecer un tiempo, llevan el apellido "pop up".

Algunos funcionan por bastante tiempo en un mismo sitio y los otros son cenas esporádicas. Pero todos están gobernados por un rasgo pasajero.

Se avisan por redes sociales, medio a través del cual los interesados se enteran dónde se hará la cena, quiénes estarán y cuál será el menú a degustar. Puede tocar en departamentos, en espacios públicos como calles o locales que deciden darle otro uso a su espacio en horarios que no ocupan.

Hace un año apareció el primer restaurante nómade en la capital, "La Jardín", que tiene programada su fecha de cierre para diciembre.

Sus fundadores, el inglés Tony Hornecker y el chileno Cristóbal Muhr, eligieron el lugar con pinzas. Fue en el estacionamiento semiabandonado de la ex sombrerería Girardi, donde montaron una pequeña casa-invernadero, llena de plantas y almácigos. ¿La carta? Como la de cualquier restaurante informal y de martes a domingo. "Nuestro negocio es vagabundo y busca ser un espacio que gire en torno a la mesa, talleres, exposiciones, obras de teatro y conciertos", dice Muhr, quien adelanta que es posible que abandonen lo de ser "pasajeros".

Cenas pop up

Existe otro formato, el de las cenas que se hacen una vez a la semana o una vez al mes. No se hacen por menos de 10 y por más de 20 personas. Todos pueden pedir a la carta, entre los cinco y 12 platos que preparan los chefs.

Patricio Cáceres, que está detrás de "Motemei", se dedica a difundir sabores chilenos. Tras cerrar su restaurante en Colchagua, se trasladó a la capital y cada miércoles lleva recetas a distintos espacios. Mientras su cocina-taller esté en construcción, arrienda cocinas o lugares para montar su restaurante de un día.

La aventura, que cuesta entre $ 35.000 y $ 40.000, incluye maridaje de vinos, cervezas y espumantes, y la comida es con ingredientes orgánicos de preferencia.

"No pocas veces, cuando la cena termina cerca de la 1 de la mañana, los comensales se quedan cantando karaoke", cuenta Patricio.

Lo de los argentinos Nicolás López y Olivia Dannemann son también cenas esporádicas. Cuando él llegó a Santiago después de trabajar en restaurantes de Venezuela, Australia y Nueva York inventó "Dougnad", que empezó en un espacio llamado La Republiqueta, y ahora lo hace en su departamento de Bustamante.

Lengua con mayonesa de ostras, ensalada de topinambur con yogurt, manzana y polvo de betarragas es lo que desfila por su mesa y por $ 25.000.

"No ganamos tanto, pero es un estilo de vida como chef. Que no estemos en un restaurante no quiere decir que no ofrezcamos el mejor nivel. Es sólo que no funcionamos todos los días, sino una vez a la semana", dice Nicolás, quien disfruta de esta libertad para cocinar.