Poco antes de la medianoche vuelve a ocurrir: un grupo de manifestantes, en parte encapuchados, se deslizan rápidamente entre la multitud y los periodistas los siguen. Las fuerzas de la policía pisan fuerte sobre el asfalto, levantan sus escudos protectores y sacan los bastones. Un policía blanco dirige su rifle semiautomático contra un hombre negro que mira en dirección al arma con los brazos en alto. Ha llegado la noche en Ferguson.
Las luces de las cámaras le dan en el rostro al policía, que se ve rodeado de repente de manifestantes, curiosos y periodistas. Entonces dirige su arma rápidamente de izquierda a derecha contra una decena de personas que no participan en las protestas, mientras las cámaras lo graban todo.
Y justo cuando se teme lo peor, ocurre algo extraordinario: un segundo policía le baja el arma y aparta al policía rodeado. Y en un instante el grupo se disuelve.
Éste fue uno de los pocos momentos de tensión vividos la pasada noche, un suceso que muestra las diferencias con que las fuerzas de la policía de Ferguson reaccionan a amenazas auténticas o a falsas alarmas.
También muy variado es el grupo formado por cientos de mujeres y hombres que volvieron a salir a la calle en la noche del martes al miércoles para protestar por la muerte del joven afroamericano Michael Brown: religiosos, madres, hermanos y algunos encapuchados en camiseta interior.
"Sé que mucho de esto estuvo mal", dice uno de ellos. Pero justifica los saqueos, incendios y la violencia como algo necesario para enviar "un mensaje" hacia fuera. El mensaje de que la población negra de Ferguson está harta de ser reprimida.
¿Y qué diría a los dueños de los negocios que han protegido sus tiendas clavando listones de madera y que registran pérdidas por los disturbios en Ferguson? "¡Que esto pasa cuando nos sublevamos!", dice mientras golpea con fuerza con el puño en su mano izquierda.
Los vehículos acorazados vuelven a circular, el helicóptero de la policía hace la ronda. Tras alguna pelea y un par de lanzamientos de botellas de plástico las calles quedan despejadas. La noche finalizó con un saldo de 47 detenidos. Pero en comparación con las noches anteriores, todo sigue tranquilo, en un ambiente casi amistoso.
Durante horas, cientos de personas protestaron durante la tarde, gritando sus lemas o bailando al ritmo de los eslóganes sobre Michael Brown y la búsqueda de justicia. La gente está decidida, también enfadada, pero no muestra violencia.
Darrell Alexander reparte rosas. "Amigo", dice simplemente al poner a alguien una rosa en la mano. Un conocido descarga un maletero lleno de rosas en la West Florissant Avenue, y el capitán Ron Johnson de la patrulla de autopistas de Missouri incluso recibe un ramo entero.
Delante del pequeño supermercado donde se supone que robó Michael Brown un policía ayuda a un afroameriano a reparar la rueda de atrás de su bicicleta. Éste le da las gracias y se marcha pedaleando con una rosa en la boca.
Y es que muchos están hartos de los enfrentamientos. "También me quiero ir a casa, tengo mujer y una cama", dice un efectivo armado con casco y chaleco antibalas. Muchos manifestantes culpan a la prensa de haber puesto bajo los focos a los alborotadores de forma innecesaria.
"¡Apague la maldita cámara!", increpa un manifestante a un reportero mientras otro camarógrafo de un equipo de televisión es lanzado de golpe al suelo.
Y lo que queda cuando los habitantes de Ferguson se marchan a casa, además de un enfrentamiento por momentos escenificado, es el recuerdo de Michael Brown y ahora también de otro afroamericano muerto a tiros a sólo unos pocos kilómetros de donde murió Brown.
"No fue su culpa", dice la prima de Brown Aaaliyah Trice. El autor de su muerte, Darrell Wilson, debe ser acusado, opina. "Debe acabar en prisión".