Barack Obama se encuentra ante una situación que intentó evitar, pero que se transformó en algo insostenible: el avance del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en el norte de Irak y el este de Siria. La noche del miércoles, el presidente norteamericano les explicó a sus compatriotas que se preparen para una larga guerra contra el EI, "donde quiera que sea".
Sin embargo, la realidad para Obama es mucho más compleja. Su primer problema es que el conflicto en el que se embarcó se lo dejará como "legado" a su sucesor(a). Ello, porque las estimaciones del propio Pentágono apuntan a que la lucha contra los extremistas sunitas se extiendan más allá de la fecha en la que deberá dejar la Casa Blanca. Es decir, en enero de 2017.
El otro frente tiene que ver con los propios "fantasmas" de Obama, quien siempre contrapuso su figura antibélica a la de George W. Bush. De hecho, prometió el retiro de las tropas de Irak, algo que cumplió en 2011, y la salida de Afganistán, programada para finales de 2014. Cuando era candidato, en 2008, el mismo Obama habló de una "guerra tonta" cuando se refirió a la situación en Irak.
Trece años después de los atentados del 11 de septiembre, Obama se ha visto obligado a llevar a su país a una nueva guerra, pese a que en su discurso aclaró que no recurriría a tropas terrestres, sino que a ataques aéreos, tanto en Irak como en Siria, así como también apoyo logístico y entrega de armas a kurdos, algunos grupos rebeldes sirios y al Ejército iraquí, que pretende "re-entrenar".
Pero la estrategia no le asegura el éxito. Si bien Obama comparó su idea con los bombardeos con drones y su campaña contraterrorista que ha llevado a cabo en Somalia y Yemen, el territorio sirio es extremadamente complejo.
Y no sólo porque las armas que Washington piensa suministrar a grupos rebeldes sirios, como Hazem, las brigadas laicas del Frente de Revolucionarios Sirios o el Ejército Libre Sirio, puedan terminar en manos del Ejército del régimen de Basher Assad o del propio Estado Islámico, sino porque también algunos expertos temen que una eventual derrota de los yihadistas permitiría a Assad concentrarse en su lucha contra los rebeldes.
Si bien Obama no hará una alianza explícita con Assad para bombardear el este del país, sí podría haber algo implícito, aunque esa parte del país es tierra de nadie, o más bien, es territorio de los rebeldes y del EI. Los aviones de EE.UU. despegarían de una base operativa en Erbil, en el Kurdistán iraquí.
En el frente interno, Obama también tiene un gran problema. Si bien siete de cada 10 estadounidenses quieren que Washington lleve a cabo una acción contra el EI, la mayoría desaprueba su liderazgo. "En otras palabras, se apoya la política contra el EI, pero no al presidente", que tiene un 42% de respaldo, según The New York Times. Este problema no lo tuvo ni George H. Bush en la guerra del Golfo (1990), ni menos su hijo George W. Bush cuando invadió Afganistán (2001) o Irak (2003).
Así, Obama se ha transformado en el "comandante en jefe" de Estados Unidos que no quería ser.