Unos 20 hombres esperan sentados en el piso bajo una gran carpa que apenas los protege del fulminante sol. Hace solo unas horas acaban de huir de los combates entre el Ejército iraquí y el grupo yihadista Estado Islámico en el casco histórico de Mosul, en Irak. Alrededor de la carpa, tres soldados los vigilan, fusil en mano, y sin sacarles los ojos de encima. Uno de los hombres, quizás el más anciano, se descompone y se recuesta sobre el cemento caliente. Un soldado ordena a otro de los vigilados levantar las piernas del enfermo para que la sangre fluya a la cabeza. La desconfianza de los militares no permite que puedan llevarlo al interior de una de las oficinas con aire acondicionado. Todos estos hombres todavía no fueron liberados de la sospecha de pertenecer al Estado Islámico.

Han transcurrido apenas unos días desde que el gobierno de Bagdad anunciara el final de la batalla, pero todos saben que la guerra no acabó. El Estado Islámico todavía controla una parte del país. Y en las zonas que ya fueron liberados por las Fuerzas Armadas nadie duda de que el conflicto sigue latente esperando el momento preciso para volver a explotar. Debilitado el Estado Islámico aún no fue vencido y algunos de sus combatientes lograron escapar mezclados entre los civiles.

"Ali, Mustafá, Mohamed", dice un oficial de las fuerzas especiales iraquíes mientras devuelve las cédulas de identidad a algunos de los hombres que esperan bajo la carpa. Todos los nombres fueron verificados contra una lista de 90.000 identidades de miembros del grupo yihadista. La nómina fue armada por los servicios de inteligencia de Irak y su veredicto es implacable. Si la persona está en esa lista, es inmediatamente arrestada.

El peligro que enfrenta el gobierno es palpable. Las llamadas células durmientes del Estado Islámico salen de sus escondites y atacan puestos de control o incluso retoman barrios y pueblos enteros liberados hace semanas. En los últimos días de ramadán, el mes sagrado para los musulmanes, dos barrios de Mosul oeste fueron reconquistados por los yihadista durante poco menos de un día. Mientras que en la parte este de la ciudad, liberada en enero, tres atacantes activaron sus cinturones explosivos matando a varios mosulíes. Solo tres días después del anuncio de la liberación de la segunda ciudad de Irak, dos pueblos al sur de Mosul volvieron a caer en las manos del EI.

El casco histórico está infestado de túneles cavados durante los tres años del dominio del Estado Islámico en Mosul. De su interior, las fuerzas especiales siguen sacando yihadistas que se habían escondido.

Bajo la carpa, mientras esperan ser liberados, los hombres cuentan cómo fueron los últimos días del régimen yihadista. "Vivíamos sólo de hierbas", dice uno. "El kilo de harina costaba 18 dólares, el aceite 46 y ¡por la leche estaban pidiendo 100!". Cuando se les pregunta quien vendía esos productos, todos contestan al unísono ¡Al Dawla!, o sea El Estado, como llaman al Estado Islámico (EI) en Irak. "Nos chantajeaban con la comida para que nos unamos a ellos", cuenta otro.

Denuncias contra el EI

Antes de que caiga el sol, el oficial a cargo da la luz verde para que los 20 hombres, libres de toda sospecha, sean llevados a unos de los varios campos de desplazados que pueblan los alrededores de Mosul. Mientras se sientan en la parte de atrás de un camión los hombres sonríen entre ellos. Lo peor ya ha pasado.

Pero el destino de quienes están en la lista es muy diferente. "Tengo información de gente que se unió al EI", dice en voz baja un joven, descalzo y con la ropa sucia, frente al juez que lo escucha. "¿Conoces sus nombres completos?", pregunta con voz calma el magistrado. Un secretario anota con cuidado los nombres que el joven lanza y luego el juez, ya subiendo la voz y con tono agresivo, dice: "¿Eres del EI? Tú eres del EI". "No, yo solo era un mensajero", se justifica el joven. "Eres despreciable y del EI", sentencia el juez. El joven intenta una defensa, pero el magistrado ya decidió. "¡Cállate!", le grita y un oficial retira al acusado de la pequeña sala.

La escena, que dura apenas 10 minutos, pasa en Qaraqosh, a unos 30 km. de Mosul, donde se instaló uno de los tribunales para juzgar a los sospechosos de pertenecer al EI. Solo en esta corte pasan cada día alrededor de 35 acusados. Desde que abrió el tribunal, en enero de este año, ya fueron procesados más de mil. El gobierno juega una carrera contrarreloj para arrestar a los yihadistas que lograron escapar. La delación es uno los métodos para encontrarlos. "El 90% de los detenidos da información sobre otros", dice el juez y explica que colaborando pueden obtener una reducción en la condena.

Pero la ley antiterrorista en Irak no deja mucho margen para el perdón. La pena capital o la condena perpetua es aplicada a la mayoría de los casos. "Los que llegan acá pertenecen al EI. No son sospechosos. El 90% son culpables", dice el juez. El gobierno asigna a cada acusado un abogado que, sentado a un costado de la sala, finge tomar notas. "Sólo estoy acá para validar el proceso y asegurarme que no sean maltratados físicamente", dice el abogado Khalil, 29 años, que ni siquiera se reunió con su defendido antes de la comparecencia. "Quizás lo vea luego", dice.

La principal, y única, fuente de acusación es la famosa lista de nombres, explica el juez, y las denuncias hechas por algunos vecinos. La sed de justicia puede fácilmente confundirse con la sed de venganza, en un país donde la ley del talión sigue vigente. Con la franca retirada del EI, que representaba a la minoría sunita en el país, muchos temen represalias por parte de los dominantes chiitas. Vencer al Estado Islámico será solo un episodio más en la espiral de violencia que rige en Irak desde la caída de Saddam Hussein en 2003.

Mientras, más de 800.000 personas esperan en los campos de desplazados poder volver a sus hogares o a lo que queda de ello en Mosul. Para muchos la espera será de meses o años. Gran parte de la parte oeste de la ciudad fue reducida escombros.