Nadie en su sano juicio duda de que la población de Crimea votará el domingo a favor de la reunificación de la península con Rusia. No sólo porque la región está controlada por rusos, sino porque estos constituyen la mayoría de las personas que la habitan. La pregunta clave es ahora qué pasará con las otras provincias ucranianas que tienen un alto porcentaje de población rusohablante. ¿Seguirán algunas el ejemplo crimeo? Y si lo hacen, ¿cuál será la posición del Kremlin ante ello?

Quien mire un mapa político de Ucrania y tenga al lado los resultados del último censo oficial (2001), verá de inmediato que el punto débil para Ucrania está en el extremo noreste del país: allí se encuentran Lugansk y, colindando por el sur con esta provincia, Donetsk.

En Lugansk, en 2001, el 68% de la población era rusohablante, según el citado censo. Y esto se refleja en la posición política que ha adoptado gran parte de sus cerca de dos millones de habitantes, que exigen un referendo a semejanza del de Crimea. El domingo, miles de manifestantes que se habían congregado frente a la Administración Provincial rompieron el cordón policial, se tomaron la sede del Ejecutivo y obligaron al gobernador Mijail Bolotski a dimitir.

En Ucrania, es Kiev el que nombra a los gobernadores de las provincias, sin que haya elecciones y ni siquiera sin que se deba tener la luz verde de la asamblea local, como sí ocurría en Rusia después de que se eliminaran las elecciones directas.

Lugansk limita al norte, al oeste y al sur con las provincias rusas de Belgorod, Voronezh y Rostov, por lo que sería muy fácil para Moscú acudir en ayuda de "sus hermanos". Al suroeste, Lugansk colinda con Donetsk, ciudad ucraniana que también tiene mayoría rusohablante.

En esa región, la población rusohablante llega al 74%. Los ánimos prorrusos de muchos de los habitantes de Donetsk son allí claros: eligieron un gobernador popular, el activista prorruso Pavel Gubarev; exigieron la dimisión de las nuevas autoridades nombradas por el gobierno de Kiev y, a principios de marzo, lograron temporalmente izar la bandera rusa en la sede de la Administración Provincial y por un tiempo se creó una dualidad de poder. Pero Gubarev fue arrestado y los dirigentes nombrados por el nuevo gobierno ucraniano pudieron hacerse cargo del poder, al menos por ahora. Las manifestaciones prorrusas continúan y no está claro cómo se desarrollará la situación en esa provincia donde, como en Lugansk y otras del este de Ucrania, el ruso era lengua regional cooficial desde 2012.

Al oeste de Lugansk está la ciudad de Jarkov, cuya población, siempre según el censo de 2001, está dividida: 53,8% ucranianos, 44,3% rusohablantes. La situación en Jarkov es tensa. En la ciudad se desarrollan mítines tanto proucranianos como prorrusos y el domingo ya se produjeron los primeros muertos.

Similares porcentajes de rusohablantes tienen, asimismo, las provincias de Zaporizhia (50,2% contra 48,2) y Odessa (46,3% y 41,9%), ninguna de las cuales limita con Rusia.

Todas estas regiones ya se han convertido en serios focos de tensión, y la situación puede desbordarse y comenzar una auténtica guerra civil, seguida luego de una intervención por parte del gran vecino. Las autoridades de Kiev pueden insistir en tratar de imponerse sin tener en cuenta los ánimos de la población de esas regiones o pueden elegir una vía democrática, que pasaría por elecciones directas de las autoridades provinciales y por garantizar la cooficialidad del ruso en la zona este. La primera vía encierra el peligro de una rebelión, con la consiguiente guerra civil y posible pérdida de territorios; la segunda, que predominen los ánimos federalistas, cosa que para Kiev no es deseable.