A un mes de que Michelle Bachelet asumiera su segundo mandato, la Presidenta se contactó con Luis Maira, quien luego de ser embajador en Argentina entre 2006 y 2010, se había retirado de la primera línea política. La Mandataria le ofreció ser representante de Chile, en el rol de Estado "acompañante", en los diálogos de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el gobierno de Bogotá.
Desde entonces Maira viajó, en promedio, una vez al mes a La Habana, donde se desarrollaron los acercamientos entre el grupo armado y el gobierno de Colombia. Un trabajo que hizo en compañía del "representante adjunto" Raúl Vergara, ex oficial de la Fach quien, en palabras de Maira, aportó "una dimensión militar y de seguridad que yo no conocía". Una labor que Maira hizo ad honorem: "No acepté remuneración. Se entiende que en un trabajo así pagan, pero a mí me pareció que es honroso hacerlo y no tenía sentido cobrarlo", dice.
¿Cuáles fue el punto más complejo en el proceso de diálogo?
El punto más difícil, sin duda, fue sobre justicia para la violación de derechos humanos con reclusión carcelaria. Ahí se demoró cinco a seis meses sin lograr ningún tipo de acuerdo. Hubo dos posiciones que parecían incompatibles.
¿Cuáles eran?
Hay una gran demanda en la sociedad colombiana para que se paguen los crímenes de violación sistemática a los derechos humanos con sanción efectiva. Estamos hablando de ambas partes. Todo el trabajo que se hizo no era Farc versus el gobierno, sino que eran personas de cualquier sector que hubiera cometido algún tipo de estos delitos. Se da la preferencia de buscar medidas que tuvieran efectos reparatorios, sin reclusión carcelaria, versus la opinión de que era fundamental penas de cárcel. Eso paró cinco a seis meses el proceso. Curiosamente, el tema más fácil fue el abandono de cultivo de drogas y su vinculación con grupos guerrilleros. Se resolvió en apenas dos sesiones.
¿Qué implica el rol de Estado "acompañante" que tuvo Chile?
Los países garantes respondían por la continuidad y la logística del proceso; organización y seguridad del diálogo, garantía para las partes. Ese papel lo tenían Noruega y Cuba. Y los acompañantes, Venezuela y Chile, recibían una información completa de cada una de las partes cuando terminaba un ciclo. Esto era particularmente relevante cuando había desacuerdo. Nos hacían una suerte de alegato y nos explicaban por qué ellos tenían un cierto punto de vista y por qué creían tener razón. Muchas veces, al escuchar esas versiones, nos dábamos cuenta de que había posibilidades de acercamiento, de resolver este desacuerdo posturas comunes. Si los convencíamos, ellos tenían la facultad de reestablecer un vínculo directo y muchas veces resolver diferendos que parecían difíciles.
¿Qué se pensó para sumar a Chile en este proceso?
Se buscó a Chile porque tenía cierto prestigio en justicia y derecho internacional. El presidente Piñera aceptó, labor que continuó la Presidenta Bachelet por voluntad de Colombia.
¿Cuándo se enteró del acuerdo?
Nosotros sabíamos que había acuerdo. Este terminó de pavimentarse en la célebre reunión del 26 de septiembre, a la que asistió el Presidente Santos y el jefe de la Farc. Ahí anunciaron que el punto más difícil, justicia, lo habían acordado. Lo demás eran detalles. Entonces, lo que se anunciará mañana (hoy) es lo suficiente para decir "la guerra terminó".
¿Por qué el escenario de diálogo fue La Habana?
Cuba fue el escenario natural porque ahí ocurrieron todas las exploraciones preliminares.