Luis Sepúlveda imagina su destino si no se se hubiera convertido en escritor de best sellers
En La sombra de lo que fuimos, el autor conocido por sus populares libros y por haber fabricado su propia leyenda, narra la historia de cuatro exiliados en el Chile de hoy.

Trabajar no es un opción para Jorge "Coco" Aravena. Ni cuando lo están echando del departamento por constante morosidad en el arriendo. Fue un maoísta solitario entre los comunistas y socialistas que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia; escudado en un manual llamado Cinco tesis contra el liberalismo, dejó que su esposa lo mantuviera durante la Unidad Popular y, aunque nadie lo persiguió, tras el Golpe de 1973 se refugió en la embajada alemana y se exilió en Berlín. De regreso en el Chile democrático, pasa el tiempo viendo películas clásicas. A Luis Sepúlveda le gusta pensar que Coco es el personaje más cercano a él de su última novela, La sombra de lo que fuimos.
No es que Sepúlveda no le trabaje un peso a nadie; pasa que a Coco le cuesta olvidar que no está en una película. "A los 60 años ve el mundo y la vida como un guión de cine", dice el escritor. Habla desde Brasil, donde está como "invitado de honor" de la Feria del Libro de Ribeirâo Preto, en otro episodio de la verdadera película que terminó siendo su vida. Un filme con todos los ingredientes de un blockbuster: militancia política, exilio, guerrilla en Nicaragua, millones de libros vendidos, éxito mundial y varias, varias mentiras.
La última gran escena de la película de Sepúlveda sucedió en febrero pasado, cuando ganó el Premio Primavera, dotado de 150 millones de pesos, por La sombra de lo que fuimos. La novela es un ajuste de cuentas con el pasado: un grupo de ex militantes de izquierda que regresan del exilio se reúne para llevar a cabo una misión aparentemente política. Están solos, no reconocen el Chile actual, sus vidas tienen poco sentido. Pero le doblarán la mano a su destino. En clave humorística, Sepúlveda imagina un final feliz para la generación de derrotados por Pinochet. "Yo soy de esa generación", dice Sepúlveda.
"La idea del libro -cuenta el escritor-, apareció hace un par de años, comiendo un asado en casa de unos amigos en Santiago, todos con pasados similares: militantes de izquierda, todos estuvimos presos durante la dictadura, habíamos conocido el exilio y el difícil retorno, teníamos hijos y nietos en el mundo. Conté un día de la vida de un grupo de sexagenarios parecidos a nosotros, con mucho humor y con mucho amor".
Pero derrotado no es una buena palabra para definir a Sepúlveda. Y los días de su vida no se parecen en nada a los de La sombra de lo que fuimos. Socialista hasta hoy, salió al exilio en 1977 para deambular por Latinoamérica y Europa, hasta que en 1989 saltó a la fama mundial con la novela El viejo que leía novelas de amor. Fue traducido al inglés, alemán, francés e italiano, mientras su leyenda, alimentada por él mismo, crecía desproporcionadamente.
Pero llegó el momento en que se se desmintió que Sepúlveda hubiese sido del Grupo de Amigos Personales de Allende (GAP) y tampoco ganó, como decía, el premio Rómulo Gallegos ni el Casa de las Américas. En 2003, Roberto Bolaño comentó: "Sepúlveda debería pedir perdón de rodillas en una plaza pública por lo mal que escribe".
Sepúlveda no se disculpó. Acaso escribió menos. Publicó cuentos, artículos, apostillas políticas, nada con la ambición de La sombra de lo que fuimos. Esta novela no sólo es su visión sobre su generación, también algo más atrevido: una suerte de ucronía sobre su propio destino. ¿Qué hubiera pasado si Luis Sepúlveda nunca hubiese llegado si quiera a imaginar que escribiría Un viejo que leía novelas de amor, esa novela que, según sus cuentas, vendió 18 millones de ejemplares? ¿Adónde habría ido a parar?
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