"¡Infame bicho!", basta esa única frase para que un loro embalsamado, muerto por 25 años, vuelva a la vida y violentamente ataque a picotazos a un hombre hasta matarlo. La embestida dura un minuto, involucra chorros de sangre y narices destrozadas, también alocuciones imposibles del pájaro y sumisas respuestas de un hombre que presencia los hechos. La escena está casi al final de un cuento que tras varias páginas amenas sobre un chileno bohemio en París se transforma en un texto inquietante. Es posible que El pájaro verde (1933), de Juan Emar, sea un cuento de terror. Uno de los primeros en la literatura chilena.
Registros no hay. Nadie ha llevado la cuenta sistemáticamente. Quizás a nadie le interesó si en el género del terror se apareció en nuestra literatura. Pero ahí está, late como un fantasma: "Existe sin que nadie lo haya nombrado. Está en el reverso del canon. Es el lector quien tiene que descubrir ese ángulo escondido del horror. Claramente José Donoso es un autor de terror", asegura Alvaro Bisama, hoy uno de los encargados de traer de vuelta el miedo. A su manera, claro.
El autor de Ruido es parte de Machetazos, una colección de oscuros y sangrientos relatos inéditos que lanza Ediciones B. "¡Cinco historias de terror extremo!", se advierte en la portada del libro ideado por su editor, Patricio Jara. Además de Bisama, aportan María José Viera-Gallo, Pablo Illanes, Felipe Ossandón y Francisco Ortega. Acá no hay monstruos ni zombis: hay asesinos, satánicos, locos, torturadores, caníbales y desesperados.
Viera Gallo en Una fábula caníbal arranca menos explícita con el diario de vida de una quinceañera en problemas en Santiago. Al final, en el sur donde vive su padre, un caníbal enciende la cocina. "Si existe una literatura chilena de terror habría que rescatarla. La academia no las mira. La amortajada, de Bombal, me parece de un fantástico exquisito", dice la autora de Memory motel.
Illanes narra en Los maracos la aventura de un adolescente gay que arranca con su asaltante y mata a todo quien se cruce en su camino. Ossandón, en Una chica divertida, cuenta una historia de muchachas osadas, con torturas y asesinatos incluidos. Los dos son sangre, drogas, calle y exceso. Ambos relatos dialogan mejor con el cine de terror -Illanes con el suyo: su sangrienta película Baby shower - que con la historia literaria local: no hay, por ejemplo, ecos de los cuentos góticos de Historias personal del miedo (1994), de Tomas Harris.
Ortega piensa en otras referencias: desde seres mitológicos (pihuchenes, huitranalhue, etc.), hasta la Quintrala. En la literatura nombra la novela Patas de perro, de Carlos Droguett, y vuelve a Donoso: "El obsceno pájaro de la noche me parece la gran novela de terror local, su idea de la casa como escenario maldito me parece perfecto", dice. Pero su cuento echa mano de otra historia que todos conocemos: La nieta: una historia femenina retrata a una psicópata que tuvo una abuela torturadora en la dictadura.
También Bisama se inspiró en un hecho real: en Poser imagina la vida de un sureño satánico que, como Rodrigo Orias en 2004, mata a un sacerdote en la Catedral en plena misa. Locura, satanismo, metal y sangre. Hecho de testimonios de quienes alguna vez trataron al asesino, se parece menos a la historia de magia negra de La endemoniada de Santiago, de Braulio Arenas, que al libro del mismo título -editado en 2010 también por Jara- que recoge el testimonio del presbítero José Raimundo Zisternas sobre una niña poseída por el demonio en el Santiago de 1857.
Bicho tan raro como la antología Cuentos chilenos de terror (2010), Machetazos es otro eslabón en una historia quebrada donde también aparecen relatos de Marian a Callejas, Gonzalo Contreras, Guillermo Blanco, Manuel Rojas, Teófilo Cid, etc. Atrás, bien atrás, Bisama apunta a Don Guillerno, de José Victorino Lastarria, como un posible origen de una tradición fantasma: en 1860 publicó una novela sobre un monstruo que acecha a Valparaíso.