Las emociones toman la palabra cuando Simeone habla de "lo valioso que es jugar un minuto" con ese discurso, con ese temperamento suyo que no se rinde ante nadie. Ni siquiera ante el sol de esta calurosa mañana en el entrenamiento del Atlético, en Majadahonda, en la zona Norte de Madrid, donde las bromas de Griezmann no disimulan la categoría de estos días, indefensos ante lo inolvidable. Incluso, la comunicación del club recurre al pasado a través de ese vídeo de hace dos años, recién terminada la final de Lisboa, en el que Juanfran no pedía la compasión de nadie, al contrario. "Tranquilos", instaba, "que volveremos". Y Juanfran, a los 31 años, más delgado que nunca, con un rostro en el que se le salen hasta los pómulos, ha cumplido la palabra como si fuese el guión de una película.

Hoy no es un día cualquiera en el entrenamiento del Atlético. Hay periodistas venidos de todo el mundo, Majadahonda es Manhattan por un día. Hay, incluso, periodistas japoneses preparados para escuchar ideas como la de Koke con un instinto innato, incapaz, pese a todo, de enloquecer en un sitio tan grande: "Hay que afrontar esta final como si fuese la última, porque no se sabe si habrá más". Valores como los de Godín, que ya ha empezado a jugar con siete días de antelación: "Ya me estoy imaginando situaciones del juego; ya estoy pensando, incluso, como manejarlas".

Un discurso, en definitiva, que toca la piel al que probablemente sólo falta para acabar con el silencio de la sala una banda sonora como la de Vangelis en Carros de fuego y recordar que, efectivamente, una rueda de prensa también puede ser como una película. De hecho, los que hablan se tratan a sí mismos como "hombres afortunados".  "A los 30 años, veo difícil volver a tener una oportunidad tan grande", explica Augusto, venido este invierno de un mundo distinto, el Celta, donde se manejan imaginaciones más tímidas.

Nada que ver con la fotografía de Simeone que aparece por todas partes, inseparable de la seriedad y la ambición. Los ojos son los que delatan al personaje. Las palabras sólo le acompañan en esta mañana llamada a explicar sentimientos, más que situaciones de juego. "Nuestro estilo es diferente, nuestro estilo es la renovación", añade Simeone, envalentonado, quizá, como un viejo dinosaurio en el último día de su vida, capaz de minimizar al Madrid, al que sitúa jugando al contragolpe, o de instaurar a Griezmann "entre los tres mejores futbolistas del mundo".

Así que la mañana no concede éxito a esas preguntas que hablan de la revancha o de la urgencia. Simeone las reemplaza por un guión mejor:  "El fútbol puro y ahí no entra la revancha". Quizá porque hoy tampoco queda nostalgia ni rencor de lo que aquella noche ocurrió en Lisboa, donde claro que ya estaba Koke. Tenía entonces 22 años. Hoy, tiene 24 y está más hecho con la palabra; recién pasado por la peluquería, parece un artista de cine frente al microfono. "Nunca he vuelto a ver el gol de Ramos en el minuto 93 en Lisboa, nada de nada. No me gusta y como no me gusta, entonces no lo veo".

Joven y viejo a la vez desde los 30 años que ya cumplió, la voz de Godín da la impresión de impartir justicia: "Estoy convencido de que los detalles decidirán la final". Quizá por eso nada más terminar el entrenamiento había un taxi a la salida que esperaba a Simeone, directo al aeropuerto de Barajas, con destino a Milan. Allí fue a inspeccionarlo todo, desde la fachada del hotel en el que se alojará el Atlético hasta la altura de la hierba en San Siro. Coleccionista de detalles, como los hombres apoderados de un sueño y que en el caso de Simeone late en cada palabra o mirada. Máxime cuando una televisión argentina le transmitió un mensaje grabado desde Buenos Aires de su hijo Giovanni que no esperaba ni él ni nadie. Y entonces, el Cholo, con la emoción de los hombres vencidos por el momento, recordó que esto no es casualidad: "Llevo cuatro años y medio alejado de la familia y no es fácil, supeditado a la calidad del tiempo en vez de la cantidad. Pero creo que hemos encontrado esa calidad".

Es uno de precios de estar aquí, parte de su valor sentimental y de su vida viajera. La oportunidad de volver a jugar una final. La voluntad de llegar hasta un día como éste en el que ya no queda casi nada que decir a los futbolistas. Si acaso, recordarles "lo valioso que es cada minuto que uno va a jugar", y eso es lo que Simeone repitió en la intimidad del Atlético, en ese día de puertas abiertas, en el que sólo le faltó apropiarse de aquella cita de Tennessee Willians: "Son los pequeños detalles los que hacen grandes amigos".

Y por eso, cuando llegaba la hora de sentarse a comer, Simeone se sentó en el sillón trasero de un taxi desde el que empezaba el viaje a Milan para no dejar nada al azar. Porque el azar es como el minuto 93. También gana y pierde finales. La del p´roximo sábado entre Madrid y Atlético ya se está jugando.