Mafalda, la niñita preguntona a quien no le gusta la sopa, fue concebida para anunciar electrodomésticos. "Surge, en efecto, por un pedido de una agencia de publicidad, aunque luego el proyecto no prosperó", dice la historiadora Isabella Cosse (Montevideo, 1966), quien ha dedicado un libro al personaje del argentino Quino (Joaquín Lavado, 1932). "Lo paradójico es que ese impulso haya dado lugar a una historieta que confrontó al consumismo y que se difundió internacionalmente porque expresaba la contestación social y al emergente Tercer Mundo que, para muchos círculos culturales en los 60, expresaba la utopía por venir".

Como historieta, Mafalda nace en 1964 y deja de publicarse en junio de 1973. Apareció en revistas y diarios, luego en libritos recopilatorios. En 1969 se editó en Italia Mafalda la contestataria, con presentación de Umberto Eco. Del rechazo al destino doméstico de las mujeres, del cambio de época, de sus cuestionamientos políticos, de su éxito en Europa y América, de su legado y vigencia se ocupa Isabella Cosse en Mafalda: historia social y política.

Mafalda no eludió referirse a momentos críticos de la política argentina, como en la viñeta publicada tras el Golpe de Estado del general Onganía, en 1966, en que Mafalda, en primer plano preguntaba: "Entonces, eso que me enseñaron en la escuela...". En España, bajo Franco, no podía venderse a menores de 18 años. Y en el Chile de 1975, informa Cosse, alguna prensa criticó la decisión del canal estatal de incluirla en su programación, porque era una "muestra intelectual marxista".

¿Por qué Mafalda sería un emblema de la clase media argentina?

Mafalda, el personaje en sí mismo, le dio forma (en el sentido de que corporizó) inicialmente a la clase media intelectualizada a escala pública y masiva en Argentina. Rápidamente, con la incorporación de los otros personajes de la banda, la historieta colocó en el centro una representación de una clase media heterogénea atravesada por las diferencias ideológicas y culturales. Eso ocurrió porque Quino trabajó sobre contradicciones y problemas que afectaban especialmente a ese sector social, aunque también abordaba cuestiones sobre la condición humana en su conjunto, con lo que posibilitó que la tira traspasase su origen clasemediero.

También aparece como un símbolo del feminismo...

El trazo y el personaje tenía un componente andrógino (la niña decía malas palabras, descolocaba a sus padres, jugaba con varones) que confrontaba con las imágenes que caracterizaban a las niñas (y aún siguen en parte haciéndolo) como dulces, suaves y tímidas. El personaje encarnó la desestabilización del orden de género. Ello, sin duda, la convirtió en un símbolo para el feminismo y muchas feministas la usaron para expresar sus reclamos y, a la vez, muchas niñas vieron en Mafalda que era posible ser como ella.

En el debate sobre la posición política de Mafalda: de pacifista o pequeña burguesa a reaccionaria o subversiva. ¿Cómo la ve?

Lo interesante es que Mafalda permitió esas dos percepciones sociales y, sobre todo, que las discusiones sobre la ideología de la historieta y del personaje -que asumieron gran virulencia en ciertos espacios sociales- nos hablan de la importancia atribuida a un personaje de historieta en la disputas por definir los posicionamientos políticos. Ese tipo de interpelaciones  la convirtieron en un fenómeno social.

Ud. destaca su impronta a nivel político, la viñeta del día del golpe de Onganía...

He destacado ese momento porque a partir de él Mafalda se transformó en un emblema antiautoritario que vehiculizó una corriente de opinión que reclamó la vigencia de la democracia. Fue entonces que la historieta se expandió con reproducciones en diarios del interior, hubo lectores que comenzaron a recortarla y pegarla en oficinas y vidrieras. Por entonces, la publicación del primer libro por editorial Jorge Alvarez fue un éxito que se agotó de inmediato.

Si fue un símbolo antiautoritario, ¿por qué no fue censurada en Argentina?

En efecto: hay una gran paradoja. Mafalda era disonante con el discurso autoritario de la Seguridad Nacional. Mafalda, justamente, encarnaba a las nuevas generaciones que cuestionaban el orden establecido. Quino sintió que debía irse del país y los editores de Mafalda -Daniel Divinsky y Ana María Miller- fueron censurados, estuvieron presos y fueron exiliados. Pero Mafalda siguió circulando. Creo que intervinieron diferentes factores. En parte Mafalda estaba ya canonizada. Había sido publicada en innumerables diarios y revistas dentro y fuera de Argentina, se habían vendido cientos de miles de ejemplares, había llegado a la televisión. Pero, en parte, también, esa paradoja permite entrever la existencia de contradicciones y grietas en las políticas represivas. Y, también, de pensar los resquicios que encontraron para resistir quienes confrontaban con el terrorismo de Estado.

¿Cómo explica su éxito en otros países de Latinoamérica y del mundo?

Lo primero es la capacidad de Quino para trascender lo coyuntural y plasmar dilemas de la condición humana y problemas que involucraban a las sociedades occidentales en los años 60 y 70: la modernización sociocultural, la radicalización política y cultural de los jóvenes, las desigualdades mundiales y la emergencia del Tercer Mundo y la visibilidad ganada por las consignas feministas. Existía un público más o menos global que podía reírse de sí mismo con ese humor conceptual que trabajaba sobre las fisuras producidas por esos fenómenos. Lo segundo son las múltiples apropiaciones, adaptaciones y re-significaciones que se produjeron en cada espacio de la mano de múltiples actores, el propio Quino, por supuesto, pero también editores, periodistas y especialmente el público.