El oficio de escritor no es como el de oficinista. No sabe de horarios ni de permisos. No es un oficio del que sea posible desprenderse marcando una tarjeta o dejando la chaqueta colgada dentro de un ropero. Cuando menos no el oficio de escritor a la manera en que lo practica el argentino Pedro Mairal.
Nacido en Buenos Aires, en 1970, Mairal acaba de publicar por Emecé su libro de crónicas Maniobras de evasión -que ya había circulado en 2015, editado por Ediciones Universidad Diego Portales-. Son 39 crónicas, seleccionadas por Leila Guerriero, en las que el autor de La uruguaya devela su lado B, aquello que hace cuando no escribe.
La paradoja que ofrece el volumen radica en que Mairal no puede escapar a su condición de escritor, al punto que cuando no escribe ficción sigue escribiendo, ya sea columnas para diarios y revistas, algún prólogo, una ponencia o, simplemente, tomando apuntes como ocurre en Notas de aeropuerto: "El peso de la palabra Ezeiza. Los bosques vacíos. El tipo al que subían de los pelos a una terraza del aeropuerto, entre disparos, durante la vuelta de Perón en el 73".
Lejos de ser textos de segunda categoría, los artículos aquí reunidos alcanzan momentos comparables a lo mejor de su literatura. Así ocurre en las crónicas en las que habla de su madre y de cómo la afasia cambio el curso de su vida: "El mundo pierde un poco de sentido cuando tu madre deja de mirarte. Por eso estoy volviendo a escribir después de mucho silencio. Para viajar de vuelta a su lado en el auto, y verla mirarse y reírse, una rubia hermosa en su verano largo, al volante, manejando con las ventanillas bajas, con el pelo suelto al viento".
El mismo vuelo lo alcanza en ese otro texto en el que explica su desinterés por el fútbol, aquello que lo "vuelve un poco menos argentino, un poco menos hombre". En él intenta hacerse entender planteándole a un taxista cómo se sentiría si lo que reinara de manera omnipresente fuera el ballet y no el fútbol.
La antología recoge también un par de artículos que, en algún momento, le valieron a Mairal la fama de cronista del cuerpo femenino. En esa línea aparecen Ensayo sobre las tetas y El culo de una arquitecta, piezas finas y bien documentadas sobre dichas partes del cuerpo que se emparentan con otros artículos donde la pulsión sexual adolescente aflora con una mezcla de ingenuidad. Imperdible es la crónica en la que recupera su infancia tardía y las fabulaciones a partir de la expresión "su vulva aterciopelada", las que alcanzan su clímax cuando descubre en la casa de un amigo un sillón de terciopelo encarnado.
En otra de las crónicas detalla el éxito temprano que significó su debut literario: Una noche con Sabrina Love. Ganadora de la primera versión del Premio Clarín de Novela, con un jurado de lujo que formaron Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante, Una noche con Sabrina Love catapultó a Mairal a la división de honor de las letras argentinas cuando solo tenía 27 años.
Su fama se multiplicó con el rodaje de la versión cinematográfica de la novela, interpretada por Cecilia Roth. Es una crónica por momentos hilarantes, porque Mairal pasó del anonimato a la gloria y de ahí a ser el centro de comentarios maledicentes, del estilo de "ganó el premio porque es sobrino de Bioy" o "el padre debe ser abogado de Clarín", cuestiones que él cuenta con una ironía infinita.
El libro ofrece encuentros con otros escritores, visitas a universidades, el backstage de algunas de sus crónicas, todo aquello que cabe en la vida de un escritor cuando no está escribiendo ficción. El mismo lo explica en un breve texto sacado de su blog El señor de abajo:
"La novela que no estoy escribiendo estos últimos meses es una sucesión de imágenes de la periferia de los congresos literarios, la espalda de las charlas de las ferias del libro, eso que pasa en las combis y en los aviones que llevan y traen a los autores, lo que se ve en los aeropuertos, o en la televisión del hotel, o en las escapadas exploratorias entre dos mesas redondas por las calles nuevas".
Y es que a fin de cuentas, hay escritores que terminan reemplazando su vida ordinaria por una vida que podríamos adjetivar como metaliteraria, en donde hasta algo tan cotidiano como ver una película cursi o velar el sueño de tu hijo puede convertirse en literatura. Ese es el caso del notable Pedro Mairal.