No es una función circense bajo una carpa, tampoco un concierto musical ni un texto dramático sobre la tarima de un salón cercado por butacas. Lo que parecía un día normal, la puesta en escena que desembarcó en el GAM hace algunos días, dirigida por el actor, gimnasta y artista circense Juan Pablo Corvalán, ocurre en el living-comedor del antiguo departamento de Juan y Magdalena, una pareja que vive un día como cualquier otro, enrielado por la llana rutina mientras todo permanece en religioso orden.

Pero cuando un regalo aparece junto a su puerta, se convierte en el umbral que los arroja a transitar por mundos oníricos hasta arrancarlos por completo de su realidad: la extraña aparición no solo es el boleto de ida a un mágico viaje de 40 minutos en el que se funden circo, música y teatro, sino que además da vida a las ollas, cucharones, botellas y cada elemento que los rodean. Es prescisamente cuando el título de la obra cobra sentido.

"No es circo como tal, pues no hay un número de virtuosismo tras otro", dice Corvalán, "tampoco teatro, a pesar de que la acción ocurre en una sala e incluye elementos dramáticos. Y tampoco podría decir que es música, pues es solo uno de los puntos que cruza el montaje. Es todo junto y revuelto, como una sinfonía de la propia vida", cuenta su creador y también director del grupo Circo Virtual.

Asesorado en la dirección por el actor y miembro de La Patogallina, Martín Erazo, la obra es sino un híbrido del circo contemporáneo, "un experimento en el que hay malabares con pelotas de rebote para provocar la reflexión sobre el valor que le otorgamos a nuestro espacio privado, cuando estamos a solas y nadie nos ve. Cuando damos rienda suelta a la imaginación", explica.

Corvalán encarna a Juan, y la percusionista Magdalena Pachecho a Magdalena. "Fue fundamental que ella estuviera presente, pues la música a partir de elementos comunes, como los de cualquier otra cocina, cobra un sentido relevante", cuenta. Además, el montaje incluye la técnica del mapping -proyección de ilustraciones en superficie- a cargo del diseñador Tomás Ives, quien sobre el lavaplatos, el refrigerador y el sofá, dibuja los universos paralelos donde sus protagonistas se despojan de lo que creían un día común. "A ratos, lo que se ve sobre el escenario es mágico, como un sueño", resume.