Una gélida y blanca noche de invierno salió como pudo de casa, con un solo zapato puesto y con un hijo en cada mano. Mary (no damos ni su verdadero nombre, ni su país de origen, porque así nos lo ha pedido) cuenta así cómo abandonó todo lo que tenía después de cinco años de palizas, de horas encerrada en el sótano. Dice haberse negado a sí misma durante mucho tiempo lo que le estaba pasando, por miedo, por inseguridad en un país ajeno. La gota que colmó el vaso fue ver que sus hijos empezaban también a recibir bofetadas.
Como tenía permiso de residencia, recibió las mismas prestaciones que cualquier otra mujer danesa. Estuvo tres meses en el Centro de Atención a Mujeres Maltratadas de Frederiksværk. Durante un total de diez, tuvo la ayuda de una psicóloga, pagada por el Estado, que además de escucharla, la convenció primero, de que no estaba bien que su novio le pegara y después, de que podía y debía rehacer su vida. En el centro recuerdan que celebraron con ella su 30 cumpleaños con banderas, una roja y blanca, la danesa, otra con los colores de su país de origen. También hubo torta, de nata y fresas. Hoy vive lejos, en otra ciudad, con sus hijos, un trabajo y una nueva pareja. Estudió una diplomatura, está trabajando de lo que estudió y sacando a sus hijos adelante.
Dinamarca acumula el más alto porcentaje de denuncias de violencia de género de la UE, no sólo del ámbito familiar sino también laboral. Una macroencuesta publicada recientemente por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE muestra que un 52% de las mujeres danesas considera haber sufrido alguna forma de violencia física y/o sexual, frente a una media europea del 33%. El resto de Escandinavia también aparece en cabeza del reciente informe. En estos países, la incorporación de la mujer al mercado laboral se produjo mucho antes que en los países del este y sur de Europa y la defensa de los valores progresistas es compartida por ambos sexos. Los expertos señalan a un engrasado mecanismo que facilita las denuncian como uno de los factores que explican los datos. En el caso danés, la llegada de familias refugiadas e inmigrantes procedentes de otras culturas es también según los estudiosos otra de las razones. Por último, achacan parte del problema a una educación excesivamente progresista.
Gracias a la ayuda que recibió del Estado de bienestar danés, Mary ha conseguido pasarse al bando de las mujeres independientes, al que representan no solo Helle Thorning-Schmidt, actual jefa de Gobierno y primera mujer que logra el cargo en Dinamarca, sino también ese nutrido 17% de danesas que ocupan puestos de dirección (la media comunitaria es del 9,5%) en empresas que operan en el país. En Dinamarca, el año que viene se cumplirán 100 años del voto femenino, primer escalón en la igualdad de género.
Mary no tuvo que abandonar Dinamarca, pero otras mujeres sí. Algunas van a Suecia, donde la lengua es similar y el esfuerzo de adaptación menor. Las hay también que cambian su nombre, su identidad. El objetivo es que se sientan más seguras y puedan empezar de cero. Y lo fundamental, es que "estudien, algo que les guste y que les devuelva el respeto por sí mismas. La educación hace también rico a un país", dice Lene Hækmand. En sus 14 años de directora del centro de mujeres maltratadas de Frederiksværk, Lene ha visto a muchas mujeres empezar de nuevo. "Aquí pueden hacerlo, esa es la gran diferencia con otros países europeos, entre ellos España, porque el Estado les concede además de apoyo psicológico y logístico, el kontanthjælp, una ayuda de aproximadamente 10.000 coronas al mes libres de impuestos, unos 1.400 euros", dice. La independencia, entre otras la económica, favorece que el número de mujeres víctimas de la violencia de género que consiguen salir de su situación sea en Dinamarca muy alto. "Solo el 10% de ellas vuelven con sus maltratadores, hace unos años el porcentaje era del 50%", subraya Lene.
Una de las razones por las que se ha conseguido darle la vuelta a las estadísticas es la aprobación, siendo primer ministro de Dinamarca Anders Fogh Rasmussen (2001-2009), de la primera ley estratégica contra la violencia de género. Una ley que, entre otras cosas, recoge que "no tiene por qué ser la maltratada la que denuncie al agresor, la policía también puede hacerlo", explica la pedagoga especializada en violencia de género, Maja Christensen. Ella añade que las mujeres maltratadas en Dinamarca reciben gracias a esa ley el asesoramiento de un trabajador social que les ayuda a buscar casa, colegio para los niños y les explica qué servicios tiene el barrio o la ciudad a la que se mudan para alejarse de su agresor y de su entorno. "La clave es que no se sientan solas" sentencia Maja Christensen, sea cual sea su origen. "Del total de mujeres que hemos atendido aquí en los diez años que yo llevo trabajando con casos graves de violencia de género, la mitad son danesas, la otra mitad extranjeras con permiso de residencia. El porcentaje de refugiados e inmigrantes que Dinamarca acoge es, junto con Suecia, uno de los más altos de Europa".
Esa es según los expertos una de las razones que explica que el último informe sobre violencia de género realizado entre los 28 miembros de la UE coloque a Dinamarca como el país europeo con más casos de violencia machista, pero no la única. Karen Helweg Peterson, del Observatorio danés de la Violencia, no confía en esas estadísticas europeas y asegura que "tiene que haber defectos en la forma de elaborarlas. Se hacían preguntas directas y abiertas a mujeres elegidas al azar y te aseguro que aquí hay menos tabúes que en otros países del sur o el este de Europa para hablar de violencia y que los límites los colocamos también en lugares diferentes".
Para Morten Kjæum, director del FRA, el centro que hizo la estadística para Eurostat, la Oficina Europea de Estadísticas, Dinamarca tiene, no obstante, un problema real con la violencia de género y tanto la sociedad como las instituciones están mirando hacia otro lado. "En una sociedad industrializada y progresista como la danesa a los menores se les da libertad desde edad muy temprana, pero una libertad mal entendida y poco controlada. Desde los 8, 9 y 10 años se mueven solas por las ciudades, sin ser conscientes ni de los peligros, ni de cómo defenderse de ellos".
Birgit Soederber, presidenta de los Centros de Acogida para mujeres en Dinamarca, ofrece ejemplos concretos. "Las cifras son alarmantes y nos estamos quedando atrás. Cuando hacemos campañas sobre violencia en el noviazgo y llamamos para ofrecer visitas y charlas en los colegios públicos, hay muchas escuelas que nos dicen que no, que no es necesario, que ese tipo de comportamientos no ocurren en su centro entre los adolescentes de 13, 14 o 15 años que empiezan a tener sus primeras relaciones". Los padres trabajan, tienen poco tiempo y tampoco hablan lo suficiente con sus hijos. "En Dinamarca por ejemplo, no criminalizamos la compra de sexo y a las mujeres jóvenes, muchas de ellas todavía sin criterio propio, se les da la impresión de que todo vale y cuando se ven en ciertas situaciones no pueden o no saben pararlo. Lo mismo con los chicos, ellos tienen que aprender que un no, es un no". De hecho, sentencia Kjæum, "estamos haciendo a nuestros jóvenes más vulnerables ante la violencia y el acoso sexual que en otros países europeos".