Los viajes cada vez demandan una dificultad mayor por la salud de mis padres. Los dos están vivos, luchando con sus enfermedades y ahora me toca ir a Rusia por varios días. Para la Copa América del año pasado estaba transmitiendo un partido en vivo desde Estados Unidos mientras a mi padre en Chile lo estaban operando con riesgo vital. Los admiro mucho y resulta complejo separarme por tanto tiempo.

Estudié dos años en un colegio de niñas. Me habían echado de kínder y no sabían dónde matricularme. Entonces entré a la Escuela Experimental de Niñas República del Ecuador, donde mi mamá hacía clases de educación diferencial. Ella siempre se emputece cuando cuento esta anécdota. Lo que nunca supe es por qué seguí hasta segundo básico en ese lugar.

Viví frente al cuartel general de la CNI. Al lado había una comisaría y una casa de putas que servía a todo el personal. Quedaba en República con Toesca, en Santiago Centro, era un barrio increíble.

En la universidad me hicieron bullying por guatón y perno. Era un huevón que andaba echando la talla, con un humor muy rápido, pero también hiriente. A algunos les caía bien y a otros, mal. Recibía pesadeces, pero también las decía. Después, cuando empecé a ganar plata pude comprar a mis amigos. Los llevaba al cine y los invitaba a comer churrascos.

Me importa un carajo hacerme amigo de los jugadores. En mi primer reporteo dejé de ser hincha de Unión Española. Me mandaron a viajar con el equipo a Concepción, era la primera vez que me subía a un avión. Tenía 17 años, estaba guatón y lleno de espinillas. Me trataron mal. Pasé de la idolatría total a conocer en la intimidad a los jugadores y no me gustó. Esa experiencia me sirvió para entender que los jugadores y los periodistas van por mundos separados.

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Foto: Marcelo Segura Millar / La Tercera

Foto: Marcelo Segura Millar / La Tercera[/caption]

Con Juan Cristóbal Guarello somos muy distintos. A mí me dan risa un montón de cosas que a él le parecen increíblemente serias. Es parte de mi núcleo cercano. También lo son Claudio Palma e Ignacio Valenzuela, pasamos meses completos juntos cuando vamos a cubrir un campeonato.

En Italia conocí a una modelo argentina. Tenía que entrevistar a Iván Zamorano en Milán. Iba viajando en tren, en asientos de primera categoría, porque los de segunda eran muy malos. La niña lloraba, porque en segunda corría peligro. En un gesto de caballerosidad le pagué la diferencia y viajamos juntos toda la noche, aunque no pasó nada. Bajamos de la mano en la estación y nunca más supe de ella.

Al cine chileno le falta generar personajes con empatía. Vas a una película y te cuesta encontrar personajes con los que puedas identificarte. Estoy constantemente viendo cine chileno y me gustaría encontrar con mayor frecuencia lo mejor de nuestra identidad en la pantalla.

Aún soy bacheletista. Hay pocos gobiernos que hayan estado mejor inspirados que este segundo gobierno de Michelle Bachelet. En la génesis hubo un interés real por cambiar la inequidad de este país. De hacer las reformas que parecían más necesarias. Lamentablemente, la ejecución ha sido muy mala.

No veo Los Simpson. Hace 20 años que vienen diciendo que me parezco al Jefe Gorgory, a esta altura eso no me provoca mucho. Eso sí, me vincula con mis hijos más chicos. No me hago problemas, entiendo que me parezco a un personaje de cómic.

Me estoy poniendo viejo y veo señales de eso. Encuentro que el fútbol se juega peor que antes y que las bandas sonoras de las películas antiguas eran mucho mejores que las de hoy. También me empezaron a salir pelos en las orejas y no sé cómo cortarlos. Me tienen desesperado.