Manifiesto: Alvaro Díaz, creador de 31 Minutos
Estudié Periodismo en la Universidad de Chile y era la raja. Entré en el año 90, éramos la primera generación en democracia, toda la herencia del Pinochetismo venía en retirada. Una vez hicimos una toma de un mes, que coincidió justo con el Mundial de Estados Unidos y que terminó un día después de la final. Obviamente, había gente que la sostenía por razones más importantes, pero habíamos otros que estábamos preocupados de poder ver el Mundial. Un mes de toma, con tipos simpáticos, eran unas vacaciones.
Al principio, Pedro Peirano no me caía bien. Era famoso en la carrera, el que siempre se sacaba todos los 7, el amigo de todos, el que iba a todas las fiestas. No lo soportaba mucho, hasta que un día trabajamos juntos en una revista y descubrimos que teníamos el mismo sentido del humor. Eso nos hermanó. Hasta el día de hoy, sé que hay tallas que sólo con Pedro nos vamos a reír y que si las compartimos nadie las va a entender. Eso nos ha permitido que siempre tengamos algunos proyectos juntos, pese a ser muy distintos.
Las gaviotas que ganamos en el Festival de Viña con 31 Minutos las usamos para utilería. De las antorchas, no tengo idea. Recuerdo que las usamos para la obra de radio Guaripolo, pero ahora no sé, supongo que deben estar en las oficinas de la secretaria de Aplaplac.
En el colegio vivía un poco en una burbuja. Estudié en un colegio de curas holandeses que estaban muy vinculados a la gente de la Vicaría de la Solidaridad, al mundo de la izquierda, en plena dictadura. Y a mí me encantaba. Nunca supe lo que era que te prohibieran escribir algún diario mural o no decir lo que estaba pensando. Yo no soy creyente, pero hay una serie de valores y formación católica que van a persistir hasta que me muera. Algunos son una especie de karma.
Sufro de claustrofobia y vértigo. Por eso, siempre busqué trabajos que significaran salir a lugares abiertos, fuera de Santiago. Soy un enamorado de la provincia chilena, y cuando pude viajar, lo hice. Nunca tuve trabajos estresantes, siempre he tratado de ser mi propio jefe. Estudié Periodismo porque era lo que me parecía más fácil y lo que me abría la posibilidad de viajar.
Debo conocer el 80% de Chile entero. La primera vez que fui a mochilear fue en segundo medio, a Chiloé. Fue sin querer, con dos amigos íbamos a la casa de otro amigo que al final no nos esperó, entonces tuvimos que mochilear medio obligados, en paraderos bajo la lluvia. Nuestra gran felicidad era si nos paraba una camioneta o un camión. Llegamos hasta Cucao sin plata y al final terminamos viajando de pie en una micro ilegal desde Chillán hasta Santiago. Eso me hizo ver que podía viajar solo y que no me iba a pasar nada.
Si hay algo que me ha acompañado en la vida es la música. Empecé haciendo temas para 31 Minutos. Luego conocí a los hermanos Ilabaca, de Chancho en Piedra, y descubrí que podía trabajar en la música desde otro lado, desde la idea de alguien que sabe hacer canciones. También he compuesto junto a Pedro Piedra y ahora estoy grabando temas para editar alguna vez un disco. Es algo que a mí me hace infinitamente feliz, es un arte en el que no pude desarrollarme y a los 40 años descubrí que sí puedo hacerlo.
Para trabajar tenía un antimétodo. En las reuniones para hacer Plan Z nos poníamos a tomar vodka y a fumar. Había que hacer una lista del uno al cien y llenarla con ideas. De la idea 40 en adelante salía cualquier cosa, pero a veces uno lo agarraba y nos dábamos cuenta de que se podían hacer. Sin guiones, sin un plan de producción y sin presupuesto funcionaba perfecto. Sólo necesitas a alguien que te lo tolere, a gente completamente desordenada. Descubrí que esa anarquía era completamente funcional a un programa muy libre.
Me pareció un abuso todo el ataque que hicieron los humoristas en el Festival de Viña. Hubo un afán del humorista evangelizador que trataba de decir verdades. Con el tiempo he empezado a sentir simpatía por Sebastián Dávalos o Giorgio Martelli, porque lo que hicieron es una exacerbación de lo que mucha gente hace y que estaría dispuesta a hacer. No era humor político, lo que se hizo en Viña fue pregonar como lo hace un evangélico en la Plaza de Armas.
Mi familia es fundamental, sin ellos nada de lo que hago tiene sentido. Han sido mis compañeros de viaje y también focus group de mis proyectos. Mis hijos son bien geniales, son desordenados y les va mal en el colegio. Se parecen a mí, en parte, y en otras no se parecen en nada. Ellos son bastante más libres que yo, se han desarrollado sin miedo y sin culpa, lo que a veces es tu copiloto permanente. En ese sentido, soy un admirador de ellos.
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