Me está pasando la cuenta la tensión que se vive siendo diputado. A mis 35 años tengo que tomar pastillas para que no se me caiga tanto el pelo, pero estoy perdiendo esa batalla. Bajé un par de kilos después del fallo del TC por la gratuidad que no he podido volver a recuperar, pese a que he tenido hartos asados. No tomo, por suerte, ninguna pastilla con estrellita, pero sí tomo remedios para la guata. No voy al psicólogo, porque soy reacio a esas cosas.
He fumado marihuana. No muchas veces. No soy un fumador habitual ni tengo plantas de marihuana en mi casa. Nunca he comprado, sólo me han regalado y siempre en lugares protegidos. Eso es lo más lejos que he llegado a una droga que tenga alguna sustancia. Eso, respecto de mi postura de la legalización, no interfiere en nada. Estoy a favor del uso medicinal, pero cosa distinta es legalizarla para el uso recreacional, particularmente por el efecto que puede tener con los menores. Para mí, ese es el tema de verdad. Ahí tengo una contradicción, claramente.
Jugando hándbol el profesor se dio cuenta de que saltaba alto y corría rápido, así es que me mandó a atletismo. De ahí en adelante no dejé nunca más de entrenar y me sentía bien, me gustaba y me permitía no sólo descargarme, sino que, a la vez, conocer cosas nuevas. Me fue bien de nuevo en el colegio y me tocó recorrer el país, conocer gente de distintos colegios, distintas situaciones sociales y tenía un buen nivel escolar. Echo de menos volver a eso. Hoy, a lo más, trato de trotar unos 15 kilómetros semanales.
La muerte del hermano menor de Teresa, mi señora, me hizo preguntarme muchas cosas, como mi relación con la fe. El iba en séptimo y yo tenía 27 años. Murió en un accidente. Fue muy duro para todos y también para a mí, porque me di cuenta de la fragilidad de la vida y la sensación de injusticia frente a eso. Antes, se habían muerto mis abuelos, pero ese era el curso natural de las cosas, en cambio, esto no era normal.
Soy muy bueno para decir garabatos. Me pasa de picado y mecha corta, pero como no soy rencoroso, se me pasa rápido y después me arrepiento de lo que dije. Quizá me debería durar más rato lo picado. Me gusta contestarlas todas, soy peleador y algunos me alegan que soy rabioso. Yo no creo que lo sea, pero sí soy enojón. Cuando era chico perdía el control. Ya aprendí a no hacerlo.
Con Gabriel Boric y Giorgio Jackson nos decimos las cosas tal como son, qué es lo que ellos quieren y qué es lo que yo quiero. Ambos son unos tipos profundos e inteligentes, aunque creo también que están profundamente equivocados. Me pasa que tanto a Gabriel como a Giorgio les gusta debatir de fondo, aunque a veces siento que a ellos les gusta ponerse bajo una muralla a tirar piedrazos. Eso está mal y se los digo cuando pasa, pero siento que no nos escondemos la pelota.
Cuando me ven conversando con la bancada estudiantil me dicen que soy amarillo, pero eso no es así. Nosotros podemos ser sinceros, honestos y decir las cosas tal como son y valorar al otro por lo que piensa, pero eso no significa que por hablar con ellos me están convenciendo.
Hay gente joven que me tiene mala y viejos que me tienen buena dentro de la UDI. Hoy, lo que estamos haciendo es reinscribir a gente que cree en este proyecto de cambio, pero también inscribiendo a gente nueva. Y nos ha ido bien buscando jóvenes que quieren volver al espíritu originario de la UDI, pero no el de los 80. A mí siempre me ha gustado meterme en la pata de los caballos, por eso algunos tratan de poner motes, porque se dan cuenta de que yo soy medio vocero de las ideas de renovación de la UDI, pero yo no soy el único que piensa así.
Siempre fui bien torpe con las mujeres. Era demasiado sincero y demasiado rápido. Conocía a alguien, la sacaba a bailar, me gustaba y le decía mis intenciones con ella. Eso no caía bien, porque era como disruptivo. Mi única polola oficial fue mi actual señora. Nos conocimos en el colegio y tuvimos, al principio, ciertos problemas en los que lo pasé mal. Por inseguridades mutuas me pateó algunas veces y esas veces dolieron, pero nos sirvió después para juntarnos con el tiempo y verlo con la perspectiva de qué es lo que queríamos hacer juntos.
Fui feliz siendo mantenido. Hubo un tiempo en que mi mujer trabajaba y yo trabajaba también, pero gratis, en la Vicaría. No tengo ningún problema con eso, porque soy lo menos machista que hay. Nos tocó vivir de todo y sirvió: hoy llevamos 10 años de casados y ya tenemos tres hijos juntos.
No soy buen bailarín, pero me gusta bailar y vencer esa adversidad. Me toca bailar cueca siempre en San Bernardo, que es la capital oficial del folclor. Al principio hacía el ridículo, nunca tan mal como Lagos Weber, eso sí. Este año me gradué con el Festival de las Cuecas Mil. Me dijeron que ahora sí que sí podían decir que el diputado sabía bailar cueca.
Soy bien rockero, tanto, que fui al concierto de Iron Maiden. Son el grupo de rock clásico o heavy metal más importante. Es duro, pero no tanto, hay otros que lo son mucho más. Tengo mis poleras negras y ando en mi moto. A mis hijos les gusta también. Los he ido educando musicalmente, aunque a veces el menor me pide que le ponga un reggaetón. Cuando eso pasa, pongo las canciones no más. Hay que educarlos en la música, pero ellos al final eligen lo que quieren.