Mi padre murió de forma natural y mi madre, atropellada. De los cinco hermanos que éramos, el mayor también falleció y el penúltimo se suicidó. Tras una discusión, en Venezuela, agarró un cuchillo carnicero y se lo atravesó en el corazón. No me dejó ningún recado, no me llamó, nada. Ha sido muy duro, porque éramos muy cercanos. Otra muerte que me remeció fue en dictadura, cuando mataron a mi hijo por llamarse igual que yo. Se confundieron. No pudimos averiguar nada, todo quedó impune. Pese a todo, la muerte no me preocupa tanto como a otra gente.
A los 18 jugué profesionalmente al arco en la Universidad de Chile. Hoy, juego fútbol con mis músicos. Pateamos penales y nos damos pases. Creo que llegaré a los 85 años sin problemas. No me arrugo ante nada, ando a pata pelada con lluvia en el patio de mi departamento en Concón. Siempre ando desnudo leyendo por todos lados, al sol o con lluvia. Soy muy activo. Estoy haciendo música o escribiendo una novela. La última obra que haré será para ser recordado por siempre.
Para el Golpe militaba en el MIR y tuve que esconderme en una casa camuflada para que los milicos no me encontraran. Afuera decía "Director general de Carabineros de Chile, Humberto Huerta". ¿Quién iba a allanar esa casa? Los pacos pasaban de largo. Dejé de ver a mi familia para no involucrarlos en nada. Fue la embajada de Venezuela la que me ayudó a salir del país para llegar a Cuba. Ahí tenía tres hijos y algunas mujeres. Al volver supe de la muerte de mi hijo en la Base Naval de Talcahuano.
Llevo más de 30 años con Alejandra, mi pareja. No tenemos hijos, porque nos hemos dedicado a viajar. Nos conocimos en una junta de amigos en Francia mientras comíamos y chupábamos. La clave es el respeto mutuo y la afición a las mismas cosas: nos gustan el cine, la lectura, escritura, somos amigos de escritores y de pintores. La acompaño en sus aventuras y ella en las mías. Somos tan unidos, que hace cuatro años nos detectaron cáncer al mismo tiempo. Los dos estaban encapsulados y fueron operados el mismo día y a la misma hora. Hoy, estamos sanos.
Bob Dylan es el Patricio Manns de Estados Unidos. Lo digo como chiste, pero tengo méritos. De porfiados no me han querido dar el Premio Nacional de Literatura; tengo 500 canciones escritas, he defendido el patrimonio de Chile y de América Latina. Tengo todos los derechos. No me lo dan porque los rectores no han leído nunca un libro mío y los que llegan como jueces tienen sus polluelos bajo el brazo. Supongo que son viejas prácticas chilenas esas, pero la gente me confirma que está de acuerdo con que yo obtenga dicho premio.
Soy muy sensible, pero prefiero ocultar mis emociones, porque puedo terminar llorando. Pongo una cara de fierro, pero por dentro es una procesión. Alejandra llora con cosas que digo cuando estoy hablando con el público, porque siempre me gusta transmitirles mi sentir. En una oportunidad les dije: doy por vivido todo lo soñado. Me emociono fácilmente, sobre todo a mis 80 años. Por eso, mi último disco se llama La emoción de vivir.
Casi muero en las aguas de Europa en 1978. Unos pescadores me invitaron a pescar a altamar. Era Año Nuevo. Todo iba bien hasta que a uno se le soltó una hebilla de hierro. Salí a ayudarlo, pero me pegué y caí en el mar con unas botellas de ron que traía. Abrí una de las botellas y practiqué: por cada ola un pencazo. Cuando me encontraron estaban que lloraban hasta que me vieron tomando de lo lindo. Se burlaron por muchos años de mí por encontrarme echado para atrás tomando para sobrevivir.
Descubrí a los Illapu y soy padrino de Manuel García. Los quiero mucho por eso. Con Illapu, yo era el director de Radio Coya de María Elena, donde organizamos un concurso para ver al mejor conjunto del norte. Se presentaron como 60 grupos y yo los destaqué a ellos. Como agradecimiento, cada vez que he tocado en Europa, hay uno acompañándome. Con Manuel García es distinto. Lo conozco desde que él tenía ocho años, porque se nos arrimaba cuando veníamos a Chile con Alejandra. Hasta hoy viene a mi departamento y nos juntamos a hablar de literatura. Todos ellos son muy agradecidos y leales.
A Michelle Bachelet la conozco, la quiero y somos amigos, pero no entiendo por qué no puede gobernar este país que es tan chico. La última vez que la vi fue en la fiesta del Club Hípico el año antepasado. Estuvimos solos en un rincón chupando. Ella tomaba pisco sour y yo, vino. Creo que es de las últimas veces que la vi tan feliz. Ella se sabe todas mis canciones y canta todos mis discos. Es buena para la guitarra y baila cueca. Es muy animada y divertida. Ahora no, por la cagada que hizo el tarado del hijo. Le dan como caja, además. Quisiera poder ayudarla, pero el problema es de todos los sectores, no de ella.