Los aniversarios son siempre buenos puntos de inflexión y de rescate. Este año celebramos 200 años del nacimiento de uno de los estadistas más notables y controversiales de nuestra historia republicana.

Manuel Montt Torres, Presidente de Chile entre 1851 y 1861, fue uno de los políticos más connotados de su tiempo. Su gobierno dio inicio a las primeras obras ferroviarias amparadas por el Estado, impulsó la colonización del sur de Chile, el establecimiento de un programa coherente de educación primaria y secundaria, y un cuanto hay de obras públicas y desarrollo legislativo. También durante su administración se sucedieron dos cruentas guerras civiles y tuvo lugar un grave conflicto entre la Iglesia y el Estado. Estos hechos le agregan polémica al personaje, haciendo más atractiva la reflexión sobre su persona y obras.

Aunque suene aventurado y un poco anacrónico, Montt fue uno de los primeros presidentes en provenir de la clase media. Si bien pertenecía a una prestigiosa familia de Petorca, no poseía mayor fortuna, situación que se agudizó luego de la guerra de Independencia. Estudió con beca en el Instituto Nacional y tuvo que trabajar para pagarse los estudios de Derecho. De ahí en adelante, Montt no hizo otra cosa que brillar en el mundo de la política, la judicatura y, luego, en  la diplomacia.

Con el tiempo, sin embargo, un manto de silencio cayó sobre su figura; incluso dentro de la comunidad de historiadores no parecía existir gran interés en volver sobre los pasos de quien representó un quiebre fundamental entre nuestro pasado colonial y aristocratizante y un futuro republicano que apuntaba más a ensalzar los méritos que el abolengo.

La iniciativa entonces tuvo que venir del mundo privado. Fue la Fundación Manuel Montt, creada en 1911, la que convocó a una veintena de autores para analizar la obra del ex presidente. El resultado es un libro contundente, que reivindica al mandatario. Los dos tomos, editados por Bernardino Bravo y Felipe Vicencio, incluyen textos de Gonzalo Vial, Iván Jaksic, Rafael Sagredo, Antonio Dougnac, Miriam Ducens, José Miguel Barros y Enrique Brahm, entre otros. En ellos aparece la obsesión de Montt con el desarrollo de la educación y el progreso del país, y el ahínco en imponer el orden como único camino hacia el progreso.

Sin embargo, no todo pueden ser halagos. Aunque se trata de un libro de consulta obligada para entender esa etapa de la historia de Chile, faltó indagar en la biografía misma del personaje, en sus motivaciones sicológicas, para saber de dónde vienen sus anhelos, temores y, también, para saber qué balance histórico realizó el propio Montt de su actividad pública. Quizás se pensó que Montt valía más por sus obras que por su propia personalidad; un error frecuente cuando se trabaja con grandes hombres de la historia que han sido olvidados.

En todo caso, salvo por sus carencias biográficas y sicológicas, este trabajo colectivo deja pocas cosas sin tocar, lo cual explica la amplitud de materias abordadas: educación, política, diplomacia, economía, ciencia, religión y literatura. En cada uno de estos ámbitos Montt se alzó como estadista.

Nota aparte merecen los esfuerzos de Felipe Vicencio y Bernardino Bravo, quienes editaron las diferentes visiones que se pueden sostener sobre un personaje tan relevante como Montt. Vicencio, además, fue el recopilador de imágenes, tarea que le da un valor agregado invaluable a esta publicación que viene a saldar una deuda vergonzosa de nuestra historiografía con un Presidente postergado.