La última de las preocupaciones públicas del escritor Marcelo Mellado es una paranoia privada. Está agobiado porque, desde hace por lo menos cinco años, no se entrega el Premio Municipal de Arte de San Antonio. Sospecha de una insólita conspiración. Como presidente de la sede local de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), Mellado ha consultado con insistencia al municipio sobre el futuro del galardón. No ha tenido respuesta. "Me gustaría que algún funcionario municipal de San Antonio y concretamente el concejal de cultura, un señor de apellido Núñez, me dijera por qué ya no se da el premio", dice.

Baja la voz, mira hacia los lados como si alguien lo persiguiera y desliza: "Pienso que no lo dan porque tendrían que rechazar mi postulación".

Pero Mellado sale del trance. "Es una paranoia fascinante", reconoce, frente a un café de grano aguado que improvisó en su casa para la sobremesa. Suele ocurrir que el autor de Informe Tapia, sin aviso, se transforma momentáneamente en uno de sus personajes: sujetos envueltos en la medianía burocrática de provincia, a merced de los caprichos de patéticos mandos medios, trágicos, sobre todo cómicos y, aparentemente, sin ninguna importancia. La transformación es pasajera, pero tiene un efecto poderoso: la literatura de Mellado está viva.

Hay otra prueba: Armas arrojadizas, volumen recién publicado por la librería-editorial Metales Pesados, que recoge 14 de los mejores cuentos de Mellado. Es una antología con relatos de sus libros El objetor (1998) y Ciudadanos de baja intensidad (2007) -ambos inencontrables-, dos textos dispersos y uno inédito, titulado De la guerra no convencional. Un libro corrosivo, político y carnavalesco, que retrata, como una nota al pie de la historia oficial, las miserias cotidianas del chileno medio.

LO LITERATOSO
Pocos días antes de Navidad, Mellado llega en bicicleta a la plaza de Llolleo. Se instaló en los alrededores de San Antonio después de una aventura "agrosilvestre" -con fracaso incluido- en Chiloé en los 80 y una pasada infernal por Santiago en los 90. Hoy se gana la vida haciendo clases de Lenguaje y Comunicación a terceros y cuartos medios ("los cisarros de este país") y el mismo día de la entrevista tiene la fiesta de amigo secreto con los profesores de su colegio. Aún no tiene regalo. En realidad, esa no es su vida. No la quiere.

"No tengo el proyecto de desarrollo humano de una clase mediano charcha, como querer ser escritor o querer ser funcionario", dice junto a una cerveza en el restaurante Entre Canelos. El bar Caoba todavía está cerrado. "Establecí en San Antonio una especie de centro operacional de generación de políticas editoriales para construir un negocio cultural, que pasa por la escritura. Es como un partido político, un partido cultural que incluye la Sech filial San Antonio", cuenta impertérrito.

Ligado al Mapu-Garretón en los últimos años del colegio, a inicios de los 80 su hermano, el crítico de arte Justo Pastor, lo contactó con la vanguardia de la época. "Vi las grandes performances de Altamirano, Carlos Leppe, Gonzalo Díaz y Juan Dávila", recuerda. Desde ahí se coló en su escritura una jerga prestada de la teoría literaria post-estructuralista, que mezclada con la parodia del informe burocrático y retórica marxista, le otorgan una rareza muy personal a sus libros. La rabia antisistémica la siguió acumulando cuando en los 90 se paseó entre la Nueva Narrativa. Salió arrancando. "El ambiente cultural, literario, literatoso, era insoportable", dice.

Esos literatos, casi todos, serán su blanco. En el cuento Antología, narra la proliferación de recopilaciones poéticas que inesperadamente brotan en Valparaíso y la angustia de un poeta de segunda fila que ve que su obra carece de toda importancia. Pero a Mellado tampoco le gustan los exitosos. Anota en No iré a Madrid: "No iré a Madrid porque el orden cultural y social me lo impide. Los viejos aparatajes institucionales anquilosados del país me lo impiden. No iré a Madrid porque los que suelen ir para allá son los buenos escritores y uno que otro futbolista, y creo que los políticos invitados y también las putas y algunos delincuentes, y yo no pertenezco a ninguna de esas cofradías".

LA MISION
Mellado atraviesa de nuevo la plaza de Llolleo. Arrastra la bicicleta, le duele una rodilla. Mira de reojo a un ex frentista que, dice, podría pegarle en cualquier momento. "Pero es inofensivo", agrega. Frente a su casa está el Restobar Donde Torito, especializado en perniles y arrollados. Pide una cazuela ("no sé pedir otra cosa") y el propio Torito, un ex dirigente DC muy preocupado por el futuro de Eduardo Frei, se sienta a la mesa. Mellado almuerza ahí casi todos los días. Se suma su pareja, la poeta Florencia Smith. Hablan del computador que necesitan. El quiere uno que sirva para diseñar los libros de la editorial que dirigen, Economías de Guerra.

Enciende el único cigarro del día y se pone a explicar la "literatura de verdad", concepto que ya mencionó al hablar de Jorge Edwards al mediodía. "Todavía existe la obsesión de escribir temas universales. Escribir como hay que escribir. Esa es la literatura de verdad. Yo jamás quisiera ser literato. Tengo la obsesión de distanciarme de aquellas construcciones que tienden a la instalación de las grandes verdades, de los grandes monumentos", afirma.

Mellado habla de asuntos supuestamente menores. Por ejemplo, en El morador narra la experiencia kafkiana de un tímido dueño de casa que necesita la ayuda del municipio para arreglar las cañerías de su vivienda. "Me interesa esa persona que llega a la oficina de atención de un municipio y dice 'tengo un problema con la red de alcantarillado'. Me interesa seguir el curso de una política social desde el ministerio hasta el asistente de San Antonio. Es fascinante", explica.

Cargado de retórica, Mellado sospecha que lo suyo no tiene nada que ver con el arte: "Cuando vives en provincia, descubres que Chile es una gran impostura. Imagínate la impostura que significa ser escritor. Yo no soy un escritor. Soy más bien una especie de operador discursivo y el modo en que hago circular esos discursos es la literatura", dice.

Entonces Mellado tiene de nuevo una transformación momentánea en uno de sus personajes. "Nadie enfrenta los representantes de los grandes poderes metropolitanos en provincia. Nadie enfrenta al mando medio, al poder fáctico, al chulo picante, al CNI menor. Yo enfrento a los nazis menores. Yo enfrento al perro socialista que es poeta, es vicepresidente del partido local, es estudiante, se consiguió un subsidio de la municipalidad... y puede ser presidente de la Sech", dice. Y remata: "Tengo la misión cultural de sanitizar a Chile de la impostura".

Es la hora del amigo secreto. Atraviesa a pie medio Llolleo en 15 minutos, con la bicicleta a un lado. "Llegaron todos", dice al ver el colegio lleno de autos. En una sala está prepada una mesa con canapés y botellas de vino. Se ríe con los colegas y logra conseguirse el regalo que no tenía: una profesora se apiada de él y le pasa un chocolate que tenía guardado. Ella no sabe que la amiga secreta de Mellado es ella. Antes de la fiesta, recorre las salas vacías, igual de desordenadas que el último día de clases. Se pone a revisar los libros de Lenguaje y Comunicación del Ministerio de Educación y descubre algo: hay demasiados cuentos de Edgar Allan Poe.