"¡Veinte años! ¡Pero qué viejos estamos!". Así reacciona Marcelo Filippini, al contestar en Montevideo el llamado de La Tercera. ¿La razón? El 28 de mayo de 1995, enfrentó en la final a Marcelo Ríos, en un día que sería histórico para el chileno, pues conseguiría su primer título ATP, en la ciudad italiana de Bolonia.
Ese día fue particularmente feliz para el deporte chileno, pues al éxito del zurdo, se sumaron el cuarto lugar de Eliseo Salazar en las 500 millas de Indianápolis y el triunfo 2-1 de la selección chilena frente a Canadá, en Edmonton.
Naturalmente, lo del zurdo fue significativo porque se transformó en el comienzo de un camino glorioso, que tres años más tarde lo llevaría al histórico número uno del mundo.
Con 19 años, el Chino era considerado una de las grandes promesas del tenis mundial. "Para la ATP, los jugadores del futuro eran (Mark) Philippoussis, (Vincent) Spadea y Marcelo", cuenta Nelson Flores, periodista y biógrafo del zurdo.
El favorito de los italianos era el crédito local, Renzo Furlan. Sin embargo, el propio Ríos, 69º del ranking mundial, se encargó de dejarlo fuera en segunda ronda, con un ajustado 6-4 y 7-6 (6). En el debut había eliminado al zimbabuense Byron Black (5-7, 6-3 y 6-0), mientras que en cuartos de final superó al austriaco Gilbert Schaller (24º), por 6-1, 3-6 y 6-2.
La semifinal era uno de los partidos más esperados del torneo, porque juntaba al de Vitacura con Philippoussis (131º). Un parejo 6-4 y 7-6 (6) le dio la alegría al nacional, y le causó, de paso, un gran disgusto a su rival y a su progenitor.
"Cuando terminó el partido, entró indignado el papá de Philippoussis y lo insultó en griego. Le dijo que no sabía usar la cabeza, entre otras cosas", recuerda Flores.
El esperado momento había llegado. Marcelo Ríos enfrentaba su primera final ATP, ante Filippini, un rival con mucha experiencia y levemente mejor rankeado que el chileno (era 63º). Los pronósticos hablaban de una final estrecha. De todos modos, la ATP había tomado ciertos recaudos en caso de que ganara el chileno. "Me llama Nicola Arzani, que era parte de la ATP, y me pregunta cuál es el himno de Chile, y me pone una grabación. Y se escuchaba Vencereeemos. Él creía que esa canción era el himno nacional de Chile. Y eso se explica, porque Bolonia es una ciudad universitaria, que además acogió a muchos exiliados, entre ellos Inti Illimani", detalla Flores.
La final fue rápida. Ríos, como si estuviera en el patio de su casa, cede su saque en el comienzo, pero después del 1-2, gana seis juegos seguidos y se queda con el primer set, por 6-2. Luego, un quiebre bastó para cerrar el duelo, con un 6-4, y convertirlo en el primer chileno en ser top 50, desde 1986 (quedó 48º).
"Recuerdo que no jugué bien. Esa final la tengo grabada, hace tiempo me la mandó un amigo. Perdí bien con el Chino, no tuve muchas chances. Hubo varias veces que me hizo jugar muy mal, por su forma de juego. Como dicen ustedes, era un cabro chico, pero ya se sabía que iba a ser bueno", apunta el charrúa, quien hoy comenta para la cadena DIRECTV y también forma jugadores.
El uruguayo, además, afirma que el Chino daba particulares señales de confianza: "Era capaz de decir que un rival era malo, aunque fuera el 20 del mundo. Y luego entraba ¡y le ganaba! Era un gran talento".
Con ese mismo desparpajo le respondió a Flores, cuando le preguntó si sentía emocionado. "Para nada... 'Qué tanto color le ponen, si les gané a cinco hue'ones malos'. Luego me tira la bandeja que le dieron y me dice: 'Llévatela a Santiago, porque es muy pesada'", relata el periodista.
Su padre, Jorge Ríos, conserva algunos reconocimientos de esa jornada. "No me acuerdo de ningún detalle, pero guardo en un lugar destacado un cuadro que la ATP les entrega a los primerizos, donde aparecen todos los detalles del torneo", apunta.
En Italia, Ríos también se ganó la admiración de las mujeres. "Es una bella bestia, me dijo una italiana en la tribuna", sostiene Flores, quien agrega: "Luego nos fuimos a tomar unas cervezas con el Chino y con Larry Stefanki, su entrenador, y ahí destacaba lo bueno que era para absorber lo que le decía. El creía que era muy junior todavía, pero ese día dio el salto de madurez".
Ese día comenzó el camino a la gloria.