A través del vidrio se adivina su figura. Está sentada en la primera mesa, de espalda a la calle. Su inconfundible cabellera la delata. El cielo de Buenos Aires está tanto o más gris que el tono plata de su pelo. Hace frío. Bastante. María Kodama cuenta que está saliendo de una situación de mala praxis, un diagnóstico erróneo que la tuvo a mal traer desde hace unos meses. Pero ya está mejor, encarando un viaje a Ginebra, donde se realizará un gran homenaje a su marido: Borges, como lo llamó toda su vida. Viste un tapado, un chaleco, un suéter. En ese orden. No es exageración, se abre el primero de los abrigos y las prendas asoman una detrás de otra. Se ríe de su triple capa antifrío aun en la tibieza del local. Un café está servido.
El 14 de junio se cumplen 30 años de la muerte del escritor argentino, pero ella, su viuda y heredera universal, nunca pronuncia esa palabra. Siempre habla de la "partida". Y, alguna vez, corrige un verbo dicho en presente. Es. Fue. Somos. Fuimos. Borges partió a los 87 años. "Como decían los florentinos en la antigüedad: 'entró al gran mar'. No sé cuándo lo leí, ni en qué libro, pero me gustó muchísimo", dice. Y asegura no extrañarlo porque siente que está todo el tiempo con ella. No necesita recordar: "Porque como yo me muevo por todos lados dando conferencias sobre la obra de Borges, hablando de él, no hay ningún recuerdo. Es como una presencia dentro de mí misma, es una cosa muy, muy interesante y maravillosa".
El café sigue sin tomarse. Pero no importa. "Me gusta tomarlo frío", revela. Y ahí queda sin tocarlo por largo rato.
Mantener el legado
María Kodama estudió desde los 16 años con Borges, y al final de los días de este, en 1986, contrajo matrimonio con él. Era casi cuarenta años menor. Dice que "no imaginó" lo que vendría después de la muerte del escritor. "Pero sucedió, lo enfrenté, y ya está". Varias fueron las batallas legales que entabló en estos 30 años. Demandó por derechos de diálogos, por calumnias, injurias, por textos apócrifos a escritores, editores, periodistas. Dice que no pudo hacer el duelo por Borges, que -aunque lo sienta presente- es necesario hacerlo. "La infamia no me permitió, la infamia de toda esa gente y cierta parte del periodismo argentino". No se refiere con nombre y apellido a sus detractores. Son "ellos". Los que están detrás de un blindex en su imaginación, son "los monstruos", dentro de ese "manual de zoología terrible", otras veces (varias) los llama "subespecie humana". Pero no los odia, porque el odio es la contracara del amor. Kodamistas y antikodamistas, simpatías y enemigos. Kodama no ha pasado inadvertida en estas últimas tres décadas.
¿Mantener el legado de la obra de Borges resultó alguna vez un esfuerzo?
No es un esfuerzo, es una responsabilidad, porque todos dicen "la guardiana" y esto y lo otro. ¿Qué guardiana? El guardián tiene menos responsabilidad que la de recibir algo que has visto lo que es para esa persona, que da su alma. Entonces, no podés permitir que cualquier loco haga cualquier cosa. No podés éticamente permitirlo. Pero, como para ellos la ética no existe...
La acusaron de muchas cosas, dijeron que era la Yoko Ono de la literatura. ¿Cómo está hoy?
En Estados Unidos nadie habla mal de Yoko Ono, ninguno se atrevió. Yo estoy muy cansada, todo esto me ha saturado. Son 30 años, es una vida. Todos tenemos gente que nos quiere y gente que no nos quiere. Eso es normal. Pero, una cosa es que no te quieran, y otra, que te difamen. Es muy diferente. Yo estoy cumpliendo, aparte de mi amor, mi deber. Cuando Borges partió, un periodista español me preguntó si yo odiaba a toda esta gente. No, yo no los odio, porque el odio es la contracara del amor. Yo podría haber odiado a Borges, porque es poner en negativo una pasión visceral que es la contrapartida de un amor visceral fortísimo. A ellos, yo no los conozco, no existen, entonces evidentemente no puedo tener nada. Y el periodista me preguntó: "¿Pero, qué sentís por ellos?". "Una infinita piedad y gratitud", le contesté. Me miró como diciendo, "enloqueció". (Se ríe.) "Me podés explicar", me dijo.
Iba a pedir lo mismo...
Una infinita piedad porque tal cual se desnudan a través de lo que dicen, desnudan el alma. Nunca van a poder sentir el amor, nunca van a poder ser amados porque no tienen materia de eso para ninguna de las dos cosas. Y eso merece infinita piedad. Y gratitud porque uno no puede saber cómo es, cómo va a reaccionar hasta que no está en una situación límite. Pero ellos me pusieron en una situación espantosa en un momento de una pérdida terrible. Yo conocí a Borges cuando tenía dieciséis años, estudié con él, crecí con él, nos quisimos. Es una cosa monstruosa lo que hicieron. Entonces, ellos me permitieron bucear dentro de mí, cosa que uno no puede hacer salvo que esté en una situación límite, y pude comprobar que hay un centro hecho por el amor de mis padres, de mis amigos, de Borges, que no lo puede mover nada ni nadie. Y descubrir eso es la gratitud que les tengo, porque quizás nunca lo habría descubierto si ellos no me hubiesen puesto en esa situación.
Desde Ginebra -la ciudad suiza donde Borges "partió al gran mar" y donde está su tumba- viajará a Alemania y luego a Nueva York, para cerrar los homenajes en el Instituto Cervantes, cuya biblioteca lleva el nombre de Jorge Luis Borges. También está organizando, desde la fundación homónima que dirige, el Premio Jorge Luis Borges de cuento para estudiantes secundarios de habla hispana. "Los estudiantes son el futuro", asegura. Ya había trabajado con adolescentes a través de los concursos de haikus. Justamente, por esta labor y la difusión de la cultura japonesa su Majestad el Emperador del Japón le dará la condecoración Orden del Sol Naciente, Rayos de Oro y Plata. "Y eso me alegró por mi padre, porque pienso que en algún lugar donde esté va a estar muy contento. Adoro a mi padre", señala. Su papá, Yosaburo, nació en Japón. Luego de que su abuela murió se vino a la Argentina, donde conoció a María Antonia Schweitzer, con quien se casó y tuvo a María. Desde pequeña ella se crío en dos civilizaciones diferentes. "Eso hace una gran riqueza, pero hasta que lo entendés es muy complejo".
Ciencias y literatura
"De todas las formas más lógicas, ¿no le parece a usted que la reencarnación es la más lógica para la vida después de la partida?", le preguntaba Borges. Ella le decía que sí, y él le pedía: "Si eso existe, nosotros seguro varias veces nos hemos reencontrado, entonces prometámonos volvernos a encontrar". "Prometido, pero usted sabe que yo soy muy sincera, la próxima: yo científica", era la respuesta de María. "¡No me diga eso, por favor!", respondía el escritor, que quería seguir siéndolo en la próxima vida.
Su papá era químico. ¿Le habría gustado ser científica de verdad?
Lo que pasa es que yo tengo una formación para el lado de la ciencia. No sé, a mí me atrajeron siempre las naves espaciales, la vida en el espacio. El viaje a la Luna era mi pasión cuando era niña. Yo le decía a mi abuela: "¿Voy a poder viajar a la Luna?". "Nunca", me contestaba. "Pero, ¿se va a llegar a la Luna?", insistía. "Nunca", me volvía a decir. Mi fastidio con el tema la llevaba al paroxismo. Cuando el hombre llegó a la Luna, yo llegué a la Luna, porque era tal mi deseo.
De la Tierra a la Luna, tal como escribió Julio Verne. Alguna vez lo comparó con Borges. ¿Por qué?
Fijáte que en Borges como Verne, y en la antigüedad también, hay una cosa muy interesante. Los que hacen literatura fantástica es como si tiraran una semilla que es vista por alguien en la infancia, luego ese ser crece y de pronto se despierta la inquietud que leyó en su niñez. ¿Y si esto fuera posible, si fuera cierto? Y en Verne todas las posibilidades se dieron: el submarino, la vida submarina. Con Borges y otros escritores pasa lo mismo: hay toda una especie de corriente de física cuántica, matemáticos, de gente dedicada al estudio de la memoria, de la cuarta dimensión, de las computadoras, Internet, todo eso es realmente fascinante, y está ya en Borges. El jardín de senderos que se bifurcan, es la Red y las historias de la Red. Es increíble. Yo pienso que los escritores dejan la semilla a alguien que después va a continuar y a hacer realidad eso que aparentemente era un delirio.
La vida cotidiana
En el país del "voseo", Kodama nunca tuteó a Borges: "En Buenos Aires, tenemos la costumbre de tutear. A los profesores en la facultad, al taxista, a todo el mundo lo tuteas. Vos, vos, vos. Para mí la forma de la intimidad es el usted. Lo siento así, no pretendo que todo el mundo lo sienta como yo", dice.
María Kodama duerme cinco horas por día. Se acuesta siempre a las 3 de la madrugada y se levanta a las 8. Una hora más tarde sale de su casa y trabaja hasta las 9 de la noche. "Corto todo ahí, me arreglo y salgo todas las noches". No tiene televisión, no lee diarios, menos Internet. "Cuando me entero de los sucesos lo hago a través de mis amigos". Siempre mantuvo su figura delgada, tanto que puede ponerse alguna prenda que guardó desde los 17 años. Es miope, pero no usa lentes porque no le gustan, y el color de su cabellera no es un capricho de la moda, sino un tema genético que heredó de su madre y su abuela. Su meditación son baños de inmersión leyendo las tragedias griegas. "Los griegos son geniales, hicieron la más perfecta disección del alma humana, todo lo que hay después está basado en eso. Es como si ellos hubieran tomado la esencia del ser humano en las tragedias".
¿Alguna vez sintió que su dedicación a Borges postergó su carrera de escritora?
No para nada, porque yo no tengo interés de publicar. Borges me quería hacer el prólogo de un libro de cuentos, yo no quería. Cuando se enloquecía mucho, yo publicaba en algún diario, en alguna revista. "Borges, usted hizo su camino como quería, déjeme hacer el mío como yo quiero", le decía. "Tiene razón", me respondía. ¿Qué me iba a decir? (ríe).
¿Borges tenía un humor muy especial?
Sí, más que humor, tenía una ironía muy especial. Porque el humor a veces es banal, pero lo de él era una cosa más profunda. La ironía implica otra historia.
¿Y se divertían mucho?
Muchísimo. Ayer vi la película 45 años con Charlotte Rampling, el trabajo de ella es extraordinario. Ella paseaba al perro, llegaba a la casa, él estaba leyendo, ella preparaba las cosas. Era una relación muy monótona. Y yo veía eso y decía: "Pero qué es esto, ¡cuarentaicinco años! Yo ni cuatro minutos aguanto".
¿Piensa en la muerte?
No. Es como si me dijeras: ¿Pensás en la vida? Esas son cosas morbosas argentinas (y revuelve el café que ya se enfrió lo suficiente).