María Paz Lizama: "Corrí la carrera de mountain bike más extrema del mundo"

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#CosasDeLaVida: "En esa ocasión, 30 personas se quebraron alguna costilla o pierna, 175 se deshidrataron y dos se infartaron. Casi una masacre".




Cuando conocí a mi marido, Eugenio Parra, él practicaba enduro, bicicleta en montaña. Lo empecé a acompañar los fines de semana a los cerros detrás del estadio de San Carlos de Apoquindo y en Lo Barnechea. Al principio me costaba pero rendía bien porque durante años jugué hockey por la UC y así, de a poco entré en el mundo de las bicicletas.

Una vez él fue a una carrera en Puchuncaví y me picó el bichito de las competencias. Un amigo organizaba la HI-TEC Outdoor Week Cerro Castillo, que recorre en tres días desde Coyhaique hasta Cerro Castillo, fui y lo pasé increíble. Mi marido me propuso que hiciéramos juntos la Transandes Challenge, que en seis etapas va desde Huilo Huilo hasta Pucón. Como nunca habíamos corrido juntos nos sumamos a las últimas tres etapas. Quedamos con una sensación de adrenalina increíble, sólo piensas en la bicicleta, te desconectas y conoces lugares como el Parque Nacional de Villarrica y partes del volcán.

Luego me contó sobre la Cape Epic sudafricana, considerada como el Tour de Francia del mountain bike. Son ocho etapas de 100 kilómetros cada una y 2.500 metros de ascenso. Cada etapa es como ir y volver a Valle Nevado en bicicleta y dicen que completar todo el circuito equivale a subir dos veces el Everest.

Pero para entrar no basta con inscribirse, hay que postular un cupo y si quedas seleccionado te da derecho a participar junto a otra persona. La verdad es que no estábamos muy interesados y nos acordamos de pagar a último minuto en marzo de 2015. En junio nos llegó un correo con los resultados y yo salí sorteada por lo que éramos una de las 400 duplas que podía ir. En total son 1.200 competidores porque hay 200 duplas de profesionales. Ningún chileno había participado antes.

Para ir hay que hacer una gran inversión: las duplas deben pagar casi seis mil dólares (cerca de cuatro millones de pesos), cifra que al parecer no alcanza ni a cubrir la mitad de la producción y servicios que incluyen médicos profesionales, masajistas, lugares de abastecimiento cada 30 kilómetros, seguridad, hospedaje. A eso hay que sumar lo que uno tiene que invertir en tiempo y plata en prepararse. Nosotros, por ejemplo, contratamos a un entrenador y nutricionista. Fueron 10 meses de entrenamiento y muchos nos dijeron que estábamos locos.

Al llegar a Cape Town en Sudáfrica sentimos una gran responsabilidad. La primera etapa se llama prólogo, andas cerca de 30 kilómetros y subes alrededor de mil metros. Ese día había unos 40 grados y continuamos (la segunda etapa) con una subida satánica que nos tomó siete horas y 50 minutos. Nunca habíamos estado más de seis horas arriba de la bicicleta, teníamos que comer un gel de carbohidrato cada media hora porque o si no, nos desmayábamos.

Tras eso Eugenio me dijo que era imposible terminar la carrera. Y por un par de horas pensé lo mismo. Llegamos al campamento donde íbamos a alojar, pagamos un extra para hospedarnos en el hotel que está dentro del mismo lugar y nos dimos cuenta de que la mayoría de los competidores había contratado un mecánico para sus bicicletas, ya que éstas quedan casi destruidas. Yo apenas podía caminar y no teníamos fuerzas para nada. Al vernos así el mecánico de uno de los competidores profesionales se apiadó de nosotros y comenzó a ayudarnos gratis.

La rutina es agotadora, te levantas a las cinco de la mañana, a las siete estás arriba de la bicicleta, vuelves a las cuatro de la tarde al campamento, te hacen masajes, te hidratas, te duchas y comes para estar a las ocho durmiendo.

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Al día siguiente, recién el segundo, pensamos que la competencia se iba a suspender porque estaba lloviendo torrencialmente, pero no fue así. Ahí Eugenio no quiso comer y se bloqueó. Yo también estaba agotada, pero tenía que animarlo. La mitad de la carrera se corre en tu cabeza por eso se hace en duplas, sólo abandonarías en el primer instante.

Al tercer día, Eugenio volvió a decir que no podía seguir. Yo tampoco quería. Cada pareja lleva un botón de emergencia con GPS y si lo presionas automáticamente dejas la carrera y un equipo médico llega a asistirte. Él quería apretarlo pero luego pensábamos en lo lejos que habíamos llegado. Cada 20 minutos lo volvía a convencer de continuar y obviamente le quité el botón.

Con los días empiezas a conocer a las otras parejas que van a tu ritmo. Recuerdo a un español que iba con nosotros que se cayó y se fracturó la cadera. No fue el único, cerca de un 25 por ciento de los participantes abandona. En esa ocasión, 30 se quebraron alguna costilla o pierna, 175 se deshidrataron y dos se infartaron. Es casi una masacre. Los calambres son constantes y los glúteos se llenan de llagas y heridas profundas por el roce del asiento.

Pese a todo eso terminamos. Exhaustos. Cumplimos lo que nos habíamos propuesto y llegamos a la meta en 52 horas. En el ranking quedamos a la mitad. Nos dieron medallas y poleras, y con Eugenio juramos no volver nunca más.

Pero... la carrera te hace sentir algo inexplicable, pasas del sufrimiento total, del llanto a la alegría máxima y eso es un poco adictivo. El año siguiente un italiano que habíamos conocido en la carrera nos avisó que no iba a poder ir y nos ofreció su cupo. Aceptamos. Esa vez me deshidraté y casi perdemos la competencia, pero finalmente llegamos a la meta en 46 horas. Juramos que esta vez sí que era la última.

Este año, un mes antes de la versión 2017, un alemán nos contó que su cardiólogo le había prohibido ir y nos ofreció su puesto y ya saben lo que pasó. Esta vez fuimos con un grupo de chilenos y alojamos en casas rodantes, y como ya teníamos experiencia disfrutamos mucho más. Nos demoramos 42 horas en llegar a la meta y ahora nuestros números de carrera llevan un león, lo que significa que hemos corrido tres veces, convirtiéndome en la primera mujer de América en lograrlo, incluyendo Estados Unidos y Canadá.

Ya no juramos que no vamos a volver, pero en 2018 queremos darnos un descanso y saltarnos la carrera. A menos, claro, que alguien nos llame para ofrecernos un cupo.

María Paz es periodista, dueña de la agencia Intersección. Eugenio es  piloto comercial de LATAM.        

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