El 26 de julio, Draghi dijo que su entidad haría "lo que sea necesario" para preservar el euro, y lo reforzó con un giro expresivo: "Créanme, esto bastará".

Continuó con esa idea la semana pasada haciendo una declaración más oficial en el sentido de que el BCE "puede llegar a lanzar operaciones directas de mercado abierto de una magnitud adecuada para alcanzar su objetivo", señalando que el banco se apresta a comprar más bonos para bajar los costos de endeudamiento de los gobiernos en problemas como Italia y España.

Los optimistas esperan que Draghi esté tratando de poner fin a la incertidumbre en la política que ha caracterizado a la crisis del euro. En vísperas de 2008, muchos inversores pensaban que en la estructura de la unión monetaria estaban incluidos potenciales rescates grandes –una visión que se reflejaba en los rendimientos casi idénticos de los bonos alemanes, griegos, italianos y españoles.

Esa confianza se desmoronó cuando los acontecimientos en Grecia, Irlanda y Portugal demostraron que el BCE no podía respaldar toda la deuda pública sin importar las circunstancias. Ahora, la lógica es que si Draghi pudiera simplemente restablecer la promesa de un "respaldo" ilimitado e incondicional, volvería a poner el genio en la botella.

Sopa de pescado

Una mejor analogía sería que es más fácil hacer sopa de pescado con el pescado que la inversa. Una vez que se entendió que el BCE no necesariamente respalda la deuda gubernamental de la eurozona, es difícil dejar de confiar en esa noción. Probablemente sea por eso que los mercados se desplomaron la semana pasada cuando Draghi no pudo proponer una acción concreta para flexibilizar la política monetaria, bajando la tasa de interés meta del banco o comprando más bonos.

Un interrogante más general es qué podría, de todos modos, lograr Draghi con una política monetaria más flexible. La eurozona tiene muchos problemas, entre otros una falta de competitividad en la periferia, un crecimiento crónicamente flojo en países como Portugal e Italia, finanzas públicas profundamente dañadas en Grecia y España, y una fuerza de trabajo que no tiene suficiente movilidad para ir donde están los empleos. ¿Cuáles de todas estas cosas se podrían resolver bajando las tasas de interés en todas partes?

La apuesta es, quizá, que el crédito fácil inflará los precios y los salarios nominales en el núcleo germano de la eurozona debilitando el euro, de modo que los países periféricos se vuelvan más competitivos en relación a Alemania y el resto del mundo. Es difícil ver cómo funcionaría esto en la práctica. Ciertamente no cambiaría el hecho de que Alemania siga volviéndose cada vez más productiva y aventaje a sus socios.

Es posible que las políticas de Draghi puedan ganar tiempo para los "cambios estructurales" más profundos en la periferia, aunque siga siendo poco claro cuáles son y qué podrían cambiar a corto plazo. Despedir a trabajadores del sector público en medio de una honda recesión no aumentará el crecimiento ni transformará la productividad industrial. Cuesta ver de qué manera dar crédito ilimitado a los políticos de los países en problemas incrementará la posibilidad de una auténtica reforma del tipo que fuere.

Lo más probable es que un cambio en las políticas del BCE empeore aún más la situación europea. En primer lugar, Draghi esencialmente estaría concediendo dominancia fiscal, demostrando que si los gobiernos tienen déficits presupuestarios, pueden contar con el banco central para financiarlos. Más importante aún, las consecuencias políticas podrían ser terribles si el BCE verdaderamente lograra avivar la inflación alemana y debilitar el euro.

Historia económica

La inflación es impopular y muy injusta. Quienes piensan que una inflación más alta ayudaría de alguna manera a los pobres y oprimidos en la Unión Europea debería estudiar la historia económica con más atención.

Podría llevar a los alemanes a poner en duda la viabilidad del euro, aumentando el riesgo de que la moneda se fragmente por razones políticas. Los alemanes no cedieron su soberanía monetaria al BCE para facilitar rescates de gobiernos irresponsables y de bancos dementes que financiaron burbujas inmobiliarias. Volcar más transferencias fiscales de Alemania al conjunto no hará más que agravar la situación.

Quizá Draghi esté planeando el mismo juego con las autoridades fiscales que solía jugar Banca d'Italia con los políticos italianos en las décadas de 1980 y 1990 –mantener las tasas de interés lo suficientemente bajas como para evitar el quebranto fiscal, pero lo bastante altas como para mantener la prudencia fiscal como prioridad. Que nadie se equivoque, con o sin inflación, se trata de una estrategia de tasas de interés reales altas.

No obstante, los niveles de deuda en Italia y otros países de la eurozona son mucho más elevados ahora que entonces. Y tasas de interés reales relativamente altas no traerán aparejado el crecimiento del sector privado, que es lo que Europa necesita más que ninguna otra cosa.

Draghi y el BCE están aumentando el riesgo de que la eurozona se haga pedazos. Esta situación sería fea para muchos, y no sólo en Europa.