Histórico

Mario Vargas Llosa: "Los personajes que más me fascinan son los que rompen los límites"

El escritor peruano repasa su carrera, habla de su predilección por personajes desorbitados, evoca sus principales polémicas políticas y dice que Chile y Perú deben evitar "la plaga del nacionalismo". También critica a los liberales que reducen esa doctrina a la libertad económica y explica por qué, pese a no creer en Dios, considera que la religión es necesaria para las sociedades.

Recorrer con Mario Vargas Llosa el aeropuerto de Lima -donde tomó un vuelo a Santiago el jueves al mediodía- equivale a un curso de introducción al estrellato. No cabe duda  que el galardón de la Academia Sueca terminó por reconciliar a Perú con su principal escritor, intelectual y polemista. Es difícil dar un paso sin que lo detengan para felicitarlo, tomarse fotos, pedirle autógrafos o que escriba una dedicatoria en algún libro suyo. Amable y paciente, el nuevo Premio Nobel atiende cada uno de los pedidos. 

La relación del escritor con su país ha pasado por muchos momentos de tensión y distanciamiento, sobre todo durante el gobierno de Alberto Fujimori. En esa época, cuando aterrizaba en Lima, trataba de pasar lo más inadvertido posible e incluso salir a la calle podía convertirse en un desagrado. No era poco frecuente que recibiera insultos, como "traidor a la patria". "Fui muy impopular en mi propio país", recuerda. Entre los más duros estaban miembros de la elite peruana, que habían apoyado su candidatura en 1990 y después pasaron a respaldar a Fujimori.

Pero todo eso quedó en el pasado, tal como su feroz rivalidad con el Presidente Alan García, de cuyo primer gobierno fue el más enconado opositor. "Yo soy un hombre político, controvertido y diverso.  Y hemos sido alguna vez adversarios. Pero sé saludar la inteligencia, el genio, que es el valor absoluto", dijo García al condecorarlo el miércoles pasado, en el Palacio presidencial de Pizarro.

En sus palabras de agradecimiento, Vargas Llosa dijo que los últimos 10 años eran los mejores de la historia de Perú, por su crecimiento económico y estabilidad política, sin eludir una visión muy crítica del pasado: "Por fin hemos dejado atrás la barbarie".

Si hay algo que caracteriza al nuevo Premio Nobel -además de su aclamada destreza literaria- es no eludir las polémicas. "Ahora la gente es muy cariñosa, muy amable y eso me conmueve. Pero sé que manteniendo mi independencia, defendiendo con mucha claridad las cosas en que creo, a la corta o a la larga, esa 'unanimidad del afecto' no va a durar".

Su vocación de polemista traspasa, con creces, las fronteras del debate interno de su país, como lo demuestra una vez más en la siguiente entrevista.

El escritor aterrizó el jueves por la tarde con su esposa, Patricia, en Santiago, invitado para el 20° aniversario del Instituto Libertad y Desarrollo. Mañana dará una charla en La Moneda y será condecorado por el Presidente Sebastián Piñera. Después, viajará a Lima para pasar el verano, como todos los años, antes de volver a su residencia en Madrid. Lo que más añora en estos días es volver a su estricta rutina de trabajo, interrumpida por las celebraciones del Premio Nobel y, sobre todo, concentrarse en su nueva novela, ambientada en el norte de Perú.

Su discurso ante la Academia Sueca ha sido muy comentado y elogiado. ¿Cómo preparó el texto?
Me costó mucho, porque tuve que escribirlo mientras estaba sumido en un mundo vertiginoso, por la cantidad de llamadas y entrevistas, y al mismo tiempo, preparaba y daba clases en Princeton. Además, por compromisos anteriores, tuve que  viajar a México y a Brasil a hacer conferencias. Pero desde el primer momento tuve la idea de que fuera una síntesis de mi vida, de mi trabajo de escritor, de lo que ha significado mi oficio en mi vida y, también, una síntesis de las cosas que creo y de las cosas que no creo, y, por supuesto, un agradecimiento a algunas personas a las que les debo mucho.

¿Leyó discursos de otros galardonados? ¿Cuál le gustó más?
El que más me impresionó es el de Albert Camus, donde su trayectoria personal aparecía dentro de un contexto, digamos, de ideas, y repite un tema central en su pensamiento: que no se puede disociar la moral de la política, sin que la política se vuelva una forma de barbarie. Es uno de los discursos que me parecen más hermosos. Y me encantó, también, el de William Faulkner.

Usted habló de sus ideas y su carrera literaria. A mucha gente le sorprende su atracción por personajes desorbitados -como Antonio Conselheiro (La Guerra del Fin del Mundo), Maita (La Historia de Maita) o Roger Casement de su recién lanzada novela (El Sueño del Celta)- siendo que usted es una persona muy estructurada.

Un elemento fundamental en mi vocación, desde muy niño, fueron las novelas de aventuras. La literatura fue una manera de vivir, las aventuras que en la vida real eran imposibles de tener. Si bien en mi obra el tipo de aventuras que se viven no son la de los libros de Salgari, Julio Verne o Dumas, en ellas sí hay personajes que tratan de romper los límites, de ir más allá de lo posible. Los personajes que a mí me fascinan más son los que rompen los límites. Eso no quiere decir que muchos de ellos no me repugnen.

¿Qué personaje le repugna?
Rafael Trujillo (dictador dominicano retratado en La Fiesta del Chivo) es repelente. Pero no deja de ser fascinante descubrir que todos nosotros, potencialmente, podríamos llegar a ser un Trujillo si llegáramos a tener el poder absoluto que él tuvo y a tener a nuestros pies a un pueblo entero, sometido a la servidumbre, al terror, al pánico. Ese es el tipo de personajes que me seduce más y me estimula más a fantasear.

Algunos críticos atribuyen esa atracción por los rebeldes y desorbitados a la conflictiva relación que tuvo con su padre.
Más bien, creo que a mi padre le debo dos cosas. Una: haberme metido al Colegio Militar Leoncio Prado, que me hizo conocer Perú. Hasta entonces, yo vivía en un mundito de clase media, muy protegido. En el Leoncio Prado estaba representado el Perú, con muchachos de todas las clases sociales y de todas las regiones. La atmósfera era muy tensa, violenta. Dos: creo que mi padre, con esa manera de ser tan autoritaria me inspiró, precozmente, un amor a la libertad, que creo que es una cosa que tengo muy arraigada desde que conocí el autoritarismo en la propia familia.

El ex presidente de la Academia Sueca Kjell Espmark publicó un libro sobre los premios Nobel de Literatura, en él afirma que al analizar la obra de Borges, su apoyo al régimen militar argentino y chileno fue un tema, aunque personalmente él cree que se lo merecía. ¿Cuál es su opinión?
Bueno, pues entonces, eso quiere decir que el tema político juega un papel importante en el Nobel. Neruda, que cantó a Stalin, es un grandísimo poeta y, desde luego, merecía el Premio Nobel. Pero cantar a Stalin no me parece menos grave que cantar a Pinochet o aceptarle una condecoración. Creo que hubo un doble estándar durante mucho tiempo y que esas cosas han cambiado, en buena hora. Si no hubieran cambiado, probablemente, jamás hubiera recibido yo el Premio Nobel.

¿Estaba convencido de que nunca se lo iban a dar? 
Yo estaba absolutamente convencido de que por mis ideas, las que he defendido y que sigo defendiendo, jamás en la vida me darían el Premio Nobel. Y además, era una convicción que tenía yo hace muchísimos años y por eso fue la enorme sorpresa que tuve cuando me lo dieron.  Ahora, de todo eso, lo que deduzco -y con mucha alegría, por supuesto- es que a mí el Premio Nobel sólo me lo pueden haber dado por méritos literarios.

Los últimos cuatro premios Nobel de Literatura latinoamericanos, además de escritores, eran intelectuales públicos que, para bien o para mal, intervenían en política. ¿No siente que ese tipo de escritor es una especie en extinción?
Espero que no. Si se dejara la política exclusivamente en las manos de la clase política, desaparecerían las ideas, la creación, los grandes proyectos. El lenguaje de la política -algo que, por desgracia, está ocurriendo-se convertiría en una retórica insulsa de lugares comunes, de clichés. Los intelectuales y los artistas, en general, tienen mucho que aportar, en el lenguaje, en la creación de ideas, en una política que sea renovadora y que no sea sólo la gestión de lo existente.

¿Ve hoy a los escritores y artistas interesados en política?
Creo que la actitud que se ha generalizado entre los escritores es un gran desprecio hacia la política y los políticos. Eso me parece muy grave. Y no ocurre sólo en América Latina, sino que en todo el mundo. Es un fenómeno que hay que combatir. Si no, vamos a dejar el gobierno en manos de lo peor de la sociedad.

Da la impresión de que el Nobel se ha traducido en una especie de reconciliación suya con Perú y viceversa.

Efectivamente. He tenido una relación muy tensa con el Perú, en distintas épocas de mi vida y, sobre todo, durante la dictadura de Fujimori. Fui muy hostil desde el primer momento, como lo soy con todas las dictaduras. Desgraciadamente, la dictadura de Fujimori fue popular. Entonces, eso me hizo ser muy impopular en mi propio país. Estuve a punto de perder la nacionalidad, recurrí a un acuerdo que existía desde el siglo XIX entre Perú y España, para tener la doble nacionalidad. Todo eso fue utilizado por los adversarios de una manera muy sistemática contra mí.

¿Lo ha sorprendido la entusiasta reacción del país al premio?
El premio ha sido recibido en Perú con un entusiasmo, digamos, por gente muy distinta, por todo un espectro político, lo que a mí, desde luego, me ha alegrado y sorprendido mucho, no lo esperaba. Y creo que hay un factor que va más allá de mi persona. Como todos los países, Perú necesita buenas noticias. El país está harto de ser asociado con catástrofes, terrorismo, narcotráfico. Que haya buenas noticias y se dé una imagen distinta del país, levanta el ánimo, la propia conciencia de lo que somos. Creo que eso explica, en parte, el entusiasmo, que a mí me ha conmovido mucho, por supuesto.

Usted, en todo caso, ha estado en minoría muchas veces y ha tomado decisiones que le han significado romper con su entorno. ¿Los momentos más duros han sido su ruptura con la Revolución Cubana, a fines de los 60, y su oposición al gobierno de Fujimori?
Sí, han sido los momentos más duros, aunque diferentes. La mayoría de la clase política e intelectual solidarizaba con Cuba en ese momento y fue difícil, pero al mismo tiempo, fue una manera de recuperar una libertad que no he vuelto a perder. Fue extenuante: las críticas, los ataques, las calumnias, los insultos venían de todos lados. Pero recuperé mi independencia. Antes, estaba muy limitado por ese criterio totalmente chantajista de que no hay que dar armas al enemigo y, por lo tanto, si tienes críticas, cállalas. Ese chantaje voló en pedazos y, para mí, fue la recuperación de una libertad perdida. Lo de la dictadura de Fujimori es más nacional. 

¿Cuál le dolió más?
Siempre duele más lo propio, lo de tu propio ambiente, tu medio. Fui acusado de traidor a la patria y cosas de ese tipo, cosas que tocan mucho a la gente sencilla, común y corriente. Recuerdo algunas de las veces que veníamos con Patricia, porque nunca dejamos de venir todos los años, en que era difícil, incluso, salir a la calle. Me insultaban. Ahora, la gente es muy cariñosa, muy amable y eso me conmueve. Pero sé que manteniendo mi independencia, diciendo lo que pienso, defendiendo con mucha claridad las cosas en las que creo, a la corta o a la larga, esa, digamos, "unanimidad en el afecto" no va a durar.

En términos de derrotas, ¿la más dura fue la de su candidatura presidencial en 1990, a manos de Fujimori?
Fue una experiencia muy dolorosa, porque habíamos trabajado con muchísima gente a lo largo de tres años, una buena parte de esos tres años con una enorme ilusión, porque las encuestas nos favorecían y parecía que todo ese trabajo iba a culminar en una victoria. Al mismo tiempo, en esos tres años, yo descubrí que carecía totalmente de aptitudes para ser un político exitoso.

Usted ha dicho que en esa elección aprendió mucho sobre Perú, sobre la política y sobre sí mismo. ¿Qué aprendió, además de descubrir que no tenía aptitudes para ser un político exitoso?
Yo había viajado mucho por Perú y tenía la idea de que era un país profundamente pacífico. Era una idea falsa, que no existe para ninguna nación. Cuando escarbas, hay siempre unos monstruos que pueden salir a la luz, en ciertas circunstancias. Desde luego, el desarrollo, la democracia, la civilización atenúan el peligro. Pero en el Perú, a partir de los años 80, eso salió a la luz y con una violencia terrible. Fue lo peor que recuerdo. Otra cosa que aprendí es que los planes de gobierno no importan nada. Me sentía muy orgulloso de haber conseguido que profesionales de alto nivel, que nunca habían querido participar en política, trabajaran en un programa de gobierno. Creo que nunca, en la historia de Perú, se ha trabajado tanto en un plan de gobierno. Pero descubrí que eso no importa. Importa el carisma, el desplante. Pero también cometimos errores nosotros.

¿Qué aprendió sobre sí mismo?
Que estoy absolutamente negado a la política. En primer lugar, porque el arte de mentir -que un político exitoso tiene que dominar inevitablemente- yo lo detesto. En segundo lugar, hay un problema de lenguaje. Los asesores decían: "Nadie entiende lo que dices, tienes que simplificar el lenguaje. Tienes que repetir, repetir y repetir ideas sencillas, accesibles al sector menos educado". Al final, a pesar de haberme prometido a mí mismo que jamás recurriría a los clichés ni a los eslóganes ni a los estereotipos, me veía cayendo en eso. Pero sería muy injusto hablar sólo de lo negativo. Hubo mucha gente idealista. Además, para un escritor, ver la "historia viva" es una experiencia extraordinaria. 

Muchos quedaron impresionados con el homenaje que le hizo Alan García, quien fue uno de sus adversarios más enconados. ¿Cómo es la historia de esa reconciliación?
En la última elección presidencial quedaron, para segunda vuelta, Ollanta Humala, que representaba el chavismo, y Alan García. Escribí un artículo exhortando a los peruanos a que votaran por García como mal menor. Pensando en su primer gobierno, dije que había que votar por él, aunque fuera tapándose la nariz. Para mi gran sorpresa, su segundo gobierno ha sido completamente distinto. Supo no sólo mantener el modelo liberal del gobierno de Toledo, sino que, incluso, profundizó esas reformas, afortunadamente para el Perú.

¿Cómo fue la reconciliación personal? Ustedes se dijeron cosas duras.
Tuve un problema de salud, estuve en el hospital y él envió un edecán a saludarme e hizo una declaración pública muy cariñosa. Entonces, yo fui a agradecerle. Fue la primera vez que nos vimos después de muchísimos años. Tuvimos una conversación cordial ahí, en el Palacio de Gobierno y después nos reunimos a cenar. En esos días surgió, de pronto, la posibilidad de construir un museo dedicado a las víctimas de la violencia, gracias a una donación que propuso hacer el gobierno alemán. El gobierno, en una primera instancia, rechazó este proyecto, porque había resistencia de parte de los militares y el sector político más conservador. Yo defendí mucho este museo y Alan García me pidió que conversáramos. El aceptó mis razones y me pidió que presidiera la comisión encargada del museo.

¿Desde entonces conversan con frecuencia?
Estuve presidiendo esta comisión y por ese motivo, alcancé a verlo hasta un par de veces más, pero bueno, ha sido una relación de visitas breves y cortas, pero, indudablemente, desde el punto de vista de las ideas, ha habido un acercamiento. Sin ninguna jactancia, yo diré que el que cambió fue él, porque yo seguí defendiendo, exactamente, las mismas cosas que hace 20 años.

¿Va a intervenir en la campaña presidencial del 2011?
Lo haré sólo en una segunda vuelta y si es que hubiera el riesgo de un retroceso en el modelo democrático y liberal. Afortunadamente, creo que no se va a dar esa situación. La mayoría de los candidatos representa, con variantes, la continuidad del modelo, sobre todo entre los que parecen ir punteando las encuestas, como Alejandro Toledo y Luis Castañeda. La excepción es la hija de Fujimori, que quiere sacar a su padre de la cárcel, lo que sería un retroceso radical.

¿Cómo ve las relaciones Chile-Perú?
Es fundamental que demos una batalla constante contra toda forma de nacionalismo y multipliquemos las iniciativas, para ir acercando e integrando nuestros países. En el caso de Chile y Perú, eso ya comenzó. Hay intercambios económicos importantes, que hay que multiplicarlos, Creo que ahora la situación está en muy buen pie. Hay un diferendo que ha ido a una jurisdicción internacional que ambos países acatan, y eso yo creo que ha desactivado mucho una cierta campaña que, en un momento, llegó a crear una tensión entre los dos países.

¿Qué tipo de campaña?
Es una campaña que tiene siempre los mismos objetivos. El nacionalismo es una plaga muy asentada en América Latina, una plaga que permite que se gaste mucho dinero en armamentos. También hay demagogos que lo utilizan, que saben que eso apela siempre a las bajas pasiones de la gente. Creo que ocurre eso tanto en Chile como en el Perú. Pero pienso que quienes explotan el sentimiento nacionalista representan una minoría muy pequeña.

¿García es un político nacionalista?
No. Alan García, en eso, es muy realista y muy pragmático y tiene muy claro que la integración es algo fundamental en América Latina y que eso debe hacerse, pues, a través de intercambios cada vez más constantes, importantes, eso, entre Perú y Chile, se ha estado dando.

En Chile existe la percepción de que en la elite peruana hay muchos resquemores, a raíz de heridas no cerradas de la Guerra del Pacífico y la ocupación de Lima.
No creo que sea cierto. La inmensa mayoría de los peruanos no está en este tema, no es algo que le preocupe. La reciente visita del Presidente de Chile al Perú no ha recibido ningún tipo de hostilidad. Ha sido recibido con mucha cordialidad. Estoy seguro de que en la visita que va a hacer el Presidente del Perú a Chile, en enero, va a pasar lo mismo. Estamos en un momento, en los dos países, de progreso, de desarrollo, de modernización, de afianzar la democracia. Todas las tensiones deben ir desapareciendo.

¿Ha conversado el tema con Piñera?
Conversamos sobre la importancia de que Chile y Perú mantengan una relación fluida, que permita superar eventuales focos de tensión. Y lo he visto muy receptivo. Una de las razones por las que apoyé a Piñera es porque no solamente es un liberal en el campo económico, un demócrata, sino un hombre muy realista, un empresario, que viene de un  mundo en donde hay que ser pragmático, tener en cuenta la realidad. Y yo creo que tener en cuenta la realidad significa hacer todo lo posible para que Chile y Perú olviden el pasado y miren juntos el futuro.

¿Cómo ve el fallo de La Haya?
Creo que con La Haya va a quedar absolutamente resuelto un tema, yo creo, por los precedentes que conocemos, que el fallo de La Haya no será tan absolutamente radical como para mantener viva la tensión. Creo que tenderá más bien a establecer puentes y a contentar, de algún modo, a ambos litigantes.

Usted se declara un liberal en todos los campos: político, económico y también en ámbitos como la legalización de la droga y los matrimonios gays. ¿Es un liberal sui generis en términos latinoamericanos?
Es verdad que apoyo la legalización de la droga, el matrimonio gay, el aborto y la eutanasia. Pero el liberalismo es un espectro donde hay muchos matices, hay muchos liberales que no están de acuerdo con ese tipo de libertades sociales, que yo defiendo. La ventaja que tiene el liberalismo es que se aceptan los matices, que uno no tiene que ser víctima disciplinada de las mayorías. Justamente, las minorías, dentro de una concepción liberal, deben ser tan respetadas como las mayorías, y esa es la razón por la que yo soy un liberal. Por desgracia, en América Latina está muy diseminada la idea de que un liberal es un señor que piensa que, con un mercado libre, se resuelven todos los problemas. Eso es un disparate, no tiene nada que ver con el liberalismo.

¿Cómo define el liberalismo?
El liberalismo es la doctrina de la tolerancia, un cuerpo de ideas que quiere insistir en que tenemos que evitar matarnos aunque pensemos distinto, aunque tengamos dioses distintos, aunque tengamos costumbres diferentes. Es un mundo, fundamentalmente, de ideas y valores. La libertad económica es una consecuencia de esa libertad ancha, amplia, que abarca todos los estratos de la vida social. Es verdad que hay liberales que sólo piensan en la libertad económica y están dispuestos, en nombre de la libertad económica, a sacrificar a las otras libertades. Eso, para mí, no es aceptable. Creo que hay que darle al liberalismo ese semblante, su semblante original. Es una doctrina que defiende la coexistencia en la diversidad, la democracia, la libertad económica y la tolerancia para con el otro, con el que piensa distinto. Por supuesto, dentro de un consenso general a favor del sistema.

Hablando de tolerancia, usted que no cree en Dios, ¿cuál cree que es el papel de la religión en el mundo de hoy?
Creo que los seres humanos, en su inmensa mayoría, no pueden prescindir de Dios, no pueden prescindir de una trascendencia. Sólo una minoría muy pequeña llena el vacío que deja la muerte de Dios, la desaparición de Dios, con la cultura. Hay un sector -y yo me cuento en él- que con la cultura reemplazamos esa inseguridad y ese vacío terrible que crea en el ser humano el no creer en una trascendencia, en una vida más allá de esta que vivimos. Creo, además, que cuando se ha intentando por la coacción, por la fuerza, suprimir a Dios y suprimir la religión, lo que resulta es mucho peor. La mayoría de los seres humanos necesita creer que hay algo más. Entonces, cuando no hay eso, hay confusión, hay desesperación, y eso en el campo social significa: caos, violencia, brutalidad. Para la mayoría de los seres humanos, las tablas de valores son inseparables de la religión.

¿Considera la religión necesaria, entonces?
La religión establece valores, establece unos límites entre lo que es bueno y lo que es malo, lo que es aceptable y lo que no es aceptable, entonces, yo creo que, hablando en términos estrictamente sociales, la religión es necesaria, para dar estabilidad, para dar serenidad y para que exista una moral sin la cual la vida es caos. Entonces, ahora: lo que es muy importante para mí es que la religión no se identifique jamás con el Estado, que el Estado mantenga una independencia absoluta, y al mismo tiempo, no solamente tolere, también estimule la existencia de religiones en el seno de la sociedad. Ahora, cuando la religión captura el Estado y se identifica con el Estado, la libertad está en peligro, la libertad entra en un proceso que puede generar la desaparición de la libertad y una dictadura. Entonces, estimular la práctica de la religión, sin ninguna duda. Pero sin identificarla jamás con el Estado.

¿Cómo ve el fenómeno de Wikileaks?
Es un caso típico de luces y sombras, de esos que Isaiah Berlin llamaba "las verdades contradictorias". Por una parte, maravilloso. La transparencia, la libertad, que todo salga a la luz del día. En teoría, es perfecto. Pero en la práctica, es una utopía insensata. Si desaparece la privacidad, la confidencialidad, se paralizarían los gobiernos. Los gobiernos más democráticos quedarían sin posibilidades de actuar. Tiene que haber una legalidad y la información tiene que estar, de todas maneras, sometida a esa legalidad. Una legalidad que debe garantizar la mayor libertad posible en la información, desde luego, pero la desaparición de la confidencialidad y la privacidad a lo que conduce es a que las sociedades democráticas serían destruidas por un exceso, justamente, de esa libertad. Eso favorecería a los regímenes donde organizaciones como Wikileaks no tienen ninguna posibilidad de existir.

¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de las revelaciones de Wikileaks?
Lo que prevalece es una inmensa chismografía, muy superficial, frívola, que hace las delicias de la prensa del corazón. La inmensa cantidad de informaciones que se han publicado no tienen ningún valor político profundo y lo único para lo que sirven es para delatar querellas entre personas, prejuicios pequeñitos o, pura y simplemente, tonterías.

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