Cuesta imaginar que alguna vez aquellas escenas de atardeceres románticos, con soles anaranjados y cielos vaporosos, pudiesen haber sido despreciados por la crítica y sus autores marginados de los salones oficiales de pintura en París. Pero así fue. Artistas, hoy considerados maestros, como Paul Cézanne, Auguste Renoir, Camille Pissarro y Edouard Manet, debieron luchar contra el conservadurismo de su época para cambiar los paradigmas del arte, aunque luego ellos mismos se convirtieron en nombres de enciclopedias.
Quizás la pelea más dura de estos pintores, o -si se quiere ver al revés-, la victoria más dulce, fue la esgrimida en favor del grabado, una técnica que también ha sido vista como hermana pobre de la pintura dentro de la historia del arte, pero que representa como ninguna los ideales impresionistas: un arte cotidiano, lejano a las elites y que reflejara la fugacidad de la vida.
Justamente la exposición Los impresionistas. Ruptura y vanguardia del siglo XIX reúne más de 100 estampas y dibujos originales de los maestros impresionistas, y reivindica el rol del grabado en la historia del arte moderno. "La exposición se organizó para Chile y reúne por primera vez dos de los más importantes colecciones privadas italianas en grabado impresionista, que esperamos poder llevar a otros países como México, Colombia y por supuesto España", cuenta Rosa Perales, académica de la Universidad de Sevilla y curadora de la muestra, abierta a público desde hoy en dos salas de Santiago: el Centro Cultural Las Condes y Espacio ArteAbierto de Fundación Itaú.
La exposición recoge dibujos, litografías, aguafuertes de artistas clave, desde Claude Monet, quien fuera sindicado como el padre del movimiento con su óleo Impresión, sol naciente (1872), hasta pintores que se unieron posteriormente al impresionismo, como Toulouse Lautrec, Paul Signac y Alfred Sisley.
Todos ellos, en paralelo a sus trabajos en óleo, cultivaron el arte del grabado, a veces como bocetos iniciales de sus cuadros y otras, como obras independientes. "Ellos vivían mucho de la estampa, eran obras que podían comercializar más fácilmente, al mismo tiempo que lograban llegar más al público. Eran amantes del aguafuerte, ya que les permitía experimentar y tenía ese efecto de esbozo de una obra donde está todo por hacer", explica Perales.
Nacidos como grupo en la exposición de artistas independientes realizada en París en 1874, los impresionistas cultivaron principalmente la pintura al aire libre: sacaron el caballete del taller y se obsesionaron con plasmar la fugacidad del tiempo y la luz. El grabado (posible de reproducir en varias copias) les sirvió para difundir su trabajo entre el público: el propio Dr. Gachet, famoso médico y mecenas retratado por Van Gogh, le facilitó al grupo de artistas un taller de grabado con planchas de cobre para las aguafuertes.
En la muestra destaca una gran cantidad de obras en esa técnica de Manet, quien solía hacer versiones en estampas de sus cuadros como Olympia o un retrato de Charles Baudelaire, ambas de 1869. También hay varias litografías de Renoir, conocido por sus esfumatos, y Degas, quien como en su pintura retrató escenas femeninas, mujeres en sus tocadores y bailarinas.
"Aquí nos encontramos con el individuo como objeto artístico, las escenas cotidianas, los barrios de París, los amigos; es la obra más íntima, pero también la más popular de los impresionistas", concluye la curadora.