En su discurso de agradecimiento al recibir en marzo pasado el Premio de la Feria de Leipzig, el escritor francés Mathias Enard (1972) señalaba que los europeos últimamente parecían haber olvidado quién era Europa. Recordaba que, en la mitología, fue una princesa libanesa secuestrada en una playa cerca de la actual Argelia por un dios del norte que la deseaba, Zeus; que ella pasó sus días en el Mediterráneo, entre Fenicia y Creta: "Europa es una inmigrante ilegal, una extranjera, el botín de la guerra", declaró el autor.

Para Enard, Oriente y sus conflictos, así como el lado oriental de la historia de Europa ha sido más que un interés, una fascinación. Habiendo estudiado árabe y persa, ha pasado largos períodos en Oriente Próximo. En su libro más reciente, Dernière communication à la société proustienne de Barcelone, una nostálgica colección de poemas, recorre distintas geografías y épocas, aboliendo el tiempo y el espacio: aparece el trovador del siglo XI Guillermo de Poitiers al lado del gran poeta árabe, dos siglos anterior, Al-Mutanabbi Mutannabi; o autores del siglo XX como Darwish y Pessoa; todos esos "hermanos de este a oeste, los poetas", que se saludan.

Enard vive (o vivía) en Barcelona, en una de cuyas librerías está la sede de la sociedad de amigos de Proust referida en el libro, que recoge las notas de sus viajes que durante 20 años ha tomado en forma de poesía: el Líbano, Polonia, Rusia, Tayikistán, España. Los poemas se vinculan (o presagian) sus novelas: aparecen los lugares barceloneses que figuran en La calle de los ladrones (2012) y se escuchan los aullidos bélicos -el conflicto libanés en Beirut o la guerra en los Balcanes- que habitan desde su primera novela, La perfección del tiro (2003), hasta la última, Brújula (2015).

Brújula, que le valió a Enard, entre otros, el premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, es el relato de una noche en que un musicólogo, Ritter, insomne, adicto al opio y enfermo (de una afección muy grave que nunca se nombra), repasa en su departamento de Viena momentos de su vida en un monólogo escandido por las horas de vigilia. Evoca lo vivido y aprendido mientras sus pensamientos vuelan hacia el Este: Estambul, Alepo, Palmira, Damasco o Teherán, lugares que han marcado su biografía intelectual y sentimental. Desfilan por su mente amigos y amores, así como músicos, escritores y viajeros de distintas épocas, todos hechizados por Oriente.

Los personajes son un grupo de orientalistas europeos: Bilger, un arqueólogo que enloquece; Faugier, especialista en la prostitución oriental y opiómano; Sarah, quien se refugia en Borneo y estudia extraños ritos funerarios; o el propio Ritter, ahora recluso, ensimismado entre libros y partituras. Las historias de estos personajes convierten al libro (en el centro del cual está el amor, sólo a medias cumplido, de Ritter por Sarah) en una novela.

Si es un libro de amor por una mujer, lo es también de amor por Oriente, sin eludir los aspectos oscuros (guerra, atentados, integrismo religioso) ni la suspicacia ante el "orientalismo" como disciplina (así menciona la "santa trinidad poscolonial, Said, Bhabha, Spivak" y a Said como "el Gran Nombre").

Brújula cuenta una historia, pero el relato se detiene en meditaciones, elucubraciones, recuerdos, referencias históricas o literarias, en una erudición siempre generosa y nunca aplastante, sobre compositores, escritores orientales u occidentales pero "orientalistas", además de viajeros y exploradores. La galería es amplia: Goethe, Chopin, Flaubert, Liszt, Victor Hugo, Heine, Bizet, Felix Mendelssohn, Agatha Christie, Simenon, Chateaubriand, Sadeq Hedayat, Ernst Bloch, Ibn Arabi, Thomas Mann, Annemarie Schwarzenbach, Washington Irving, Fernando Pessoa, Isabelle Eberhardt.

No es, en todo caso, un conjunto de nombres dejados caer. Hay mucha información curiosa: Balzac fue el primer novelista francés que incluye un texto en árabe en una novela (La piel de zapa, edición de 1837); la presentación de Friedrich Rückert, el primer gran poeta orientalista alemán junto con Goethe y a cuyos poemas puso música Mahler o la labor de Alois Musil, llamado Lawrence de Moravia o Alois de Arabia, orientalista y espía de los Habsburgo (y primo de Robert Musil, el autor de El hombre sin atributos), además de las historias de los traductores europeos de Las mil y una noches: Charles Mardrus, Antoine Galland, Robert Burton o Enno Littmann.

Están también las relaciones que establece, mostrando los vínculos de Wagner con Oriente y su admiración por la obra del conde de Gobineau, el estudioso de las razas y del Irán; o presentar a Sadeq Hedayat, autor iraní de La lechuza ciega, (1937) como "hermano oriental y secreto de Kafka"; o la impronta de músicos como Jules Massenet, Reynaldo Hahn, Ernst Chausson, Georges Enesco, todos los cuales escribieron melodías del desierto o de caravanas hasta El canto del almuecín enamorado del polaco Karol Szymanowski.

Hay historias deslumbrantes, como la de la inglesa lady Hester Stanhope, primera reina de Tadmor, quien requería siete camellos para su equipaje y murió en un pueblo de las montañas libanesas. O la de Jalil Pachá de Egipto, diplomático otomano, futuro ministro de Asuntos Exteriores en Estanbul, poseedor de una magnífica colección de pinturas orientalistas: él compró "El baño turco" de Ingres y fue quien encargó a Courbet "El origen del mundo".

Sin Oriente, sin el sueño de Oriente, no habría Proust ni En busca del tiempo perdido, se afirma en Brújula: Proust convirtió Las mil y una noches en uno de sus modelos: el libro de la noche, el libro de la lucha contra la muerte. Enard ha seguido su ejemplo en un logro importante, que en vez de mil y una noches, se trata de una sola noche, acompañado, como dice en Dernière communication à la société proustienne de Barcelone, de "libros venerables y músicas secretas".

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