El poeta y músico Mauricio Redolés está en una cruzada para defender al barrio Yungay, en la comuna de Santiago, al límite de Quinta Normal, de los desórdenes que se producen durante las fiestas y tocatas. Como la Fiesta del Roto Chileno, que tradicionalmente organizan vecinos y organizaciones sociales del barrio, y que se está realizando este fin de semana y hasta el martes. “Yo no estoy en contra de las fiestas, estoy en contra del pichí y la caca”, repite una y otra vez. En esas situaciones, dice Redolés, la gente que va, además de hacer todo tipo de necesidades, “deja basura, se saca la ropa sucia y la tira en la calle”. Decirles algo puede ser una pésima idea, como él mismo aprendió cuando intentó dialogar con dos mujeres que estaban en la puerta de su casa en la calle Cueto. “Salí y las minas me dicen: ‘¿Qué mirai, viejo pa, pa, pa? ¿Por qué no pasai el baño si mirai tanto?’”.
Esa y otras malas experiencias propias y de sus vecinos lo motivaron a escribir un par de columnas en Facebook donde habla de la falta de organización, seguridad y de baños químicos durante las fiestas, lo que, según él, es reflejo del abandono que vive el barrio patrimonial. “¿Quién se ha preocupado del destino del Liceo Amunátegui? Un liceo de 1890 que se incendió o lo incendiaron en una toma, y que en los años 40 era uno de los cuatro de hombres más importantes. Ahora está botado. En la plaza Baldomero Lillo, que está a menos de una cuadra de la junta de vecinos, en la noche defecan, orinan, quiebran los bancos. La placa que recuerda que ahí estuvo la casa de don Eusebio Lillo está hecha trizas. ¡No se puede leer! Estas fundaciones que hablan de Yungay podrían escribir por último con un plumón en la placa que ahí vivió el autor de la letra del himno nacional. ¿Dónde está la preocupación por el barrio ahí?”, dice.
Opiniones como esa han provocado reacciones a favor y en contra e incluso lo han enfrentado a la junta de vecinos. “Me invitaron a una reunión donde fui denostado. Una de las cosas que me dijeron fue que yo era un nostálgico de los tiempos de Pinochet. ¡A mí, que fui preso, torturado y expulsado de Chile! También dijeron que criminalizaba los movimientos de los barrios y las fiestas, todas cosas que yo no dije”.
¿Cómo se explica esa reacción?
Lo tomaron como un ataque a ellos y es todo lo contrario. Tal vez se sienten responsables del abandono del barrio, porque si yo te digo: hagamos una fiesta en el Forestal, ponemos baños químicos y fuerza de orden, fantástico. Pero si no lo hacemos, pueden llegar 15 mil personas, como a la fiesta de Melón con vino (en el Parque O’Higgins), y esto se va multiplicando por el libertinaje que se produce. Un caballero, seguramente jubilado, pintó su casa en la calle Rosas con mucho esfuerzo hará una semana atrás y ya está toda rayada. El otro día, una señora de unos 70 y tantos años estaba con un balde y un escobillón limpiando los grafitis. ¿Quién los defiende a ellos? ¿Quién se preocupa por ellos? Nadie.
¿A qué se refiere con que se tolera todo lo “buena onda”, aunque vaya en contra de la comunidad?
El otro día alguien me decía: “Pero si así son los cabros”. Está esa mirada paternalista “ah, son los cabros que les gusta marcar su territorio, no has entendido nada de sociología urbana”. Váyanse a la conchadesumadre con la sociología urbana. Además, si actuamos en función del respeto, ¿ellos respetan la fachada del vecino? ¡No!
¿Y qué le responden?
“Ay, estai transformándote en vieja facha”. No sabía que ser vieja facha era vivir con el hedor de la caca. ¿Y a las viejas izquierdistas les gusta, entonces? Me carga la mugre en la puerta de mi casa del sector ideológico que sea. Mira, esto también muestra el decaimiento del barrio: hay una empresa de limpieza de calles que se llama Genco y que estaciona los camiones de basura al frente de nuestras casas con la pestilencia más horrible. Anoche se estacionaron afuera de mi casa, tomaban y tomaban cerveza. Son trabajadores cansados, no los criminalizo, tienen todo el derecho del mundo a tomarse una cerveza, pero eran las cuatro de la mañana y yo esperaba que se fueran porque el olor era insoportable. Todo eso va generando una situación de abandono, deseos de irse del barrio y después vienen las inmobiliarias y construyen bloques de edificios. Uno ve todos los días a vecinos diciendo “me quiero ir”. Este era un buen barrio y ya no lo es. A lo mejor Santiago era una buena ciudad y ya no lo es tampoco.
¿Y qué hace usted?
Esto es spray (muestra las manos). Me encontré una mesa de pool botada y rayé: “Por favor, no mear ni hacer caca aquí”, y la puse al frente de mi casa. Todos los días hago algo. ¿Se logrará? Bueno, yo voy a luchar hasta el momento que me digan: le compramos su casa en 300 millones. Ya, gracias, chao.
¿Ha pensado en dejar el barrio?
Yo no escogí este barrio. Llegué a los cinco años porque mis padres compraron una casa y posteriormente yo compré otra para estar cerca de ellos. Y me encanta el barrio. También viví en Londres, en San Joaquín, estudié dos años en Valparaíso, estuve preso y me gustan los 40 años que llevo acá. Encontrarse con los vecinos antiguos es una señal de identidad muy grande. Pasar a comprar sobres a una librería que está hace 50 años, de don Segundo Zatón, en calle San Pablo, es una experiencia maravillosa, una conversación de 40 minutos de otros tiempos, ver los juguetes antiguos que tiene. Yo le hice una especie de ópera bailable al barrio en 1998. Pero no digo “aquí vivo y aquí muero”.
El pueblo unido
¿Sabe celebrar la gente?
Es una buena pregunta. ¿Cómo celebramos los chilenos? ¿Por qué la celebración tiene que ver con la destrucción? ¿Cuál es la relación que se hace ahí? Porque los que ahora hacen desmanes no sufrieron represión, les contaron que hubo represión, muertos y todo eso. Entonces ellos dicen “estamos contra el Estado burgués”, que es un discurso anarco medio básico.
¿Es falta de educación?
Es un problema de toda la sociedad y no un problema de la escuela y los profesores. La educación tiene que ver con Jadue, con los autopréstamos del Congreso, con todo lo que pasa, pero cargarle a la educación los problemas de cultura urbana es desmedido, es echar la olla con todo sobre los profesores que ya con tratar de dominar a 40 niños en una sala tienen suficiente. (…) Mi padre, que era profesor de educación básica, me enseñó a ser caballero y creo haber conservado mucho de eso, aunque no se note: le doy la pasada a la señora, me levanto del asiento en el metro si está lleno. Pero eso me lo enseño mi papá.
Usted habla del “flaite” disfrazado de pueblo que viene a estas fiestas. Si los que vienen no lo son, ¿quién es el pueblo?
Don Segundo Zatón es el pueblo. La señora de calle Santo Domingo es el pueblo. La gente que viene a mi taller es el pueblo. Gente linda, de respeto, que no anda meando en cualquier parte, se aguantan. Si es tan simple como eso. Y si llegan a orinar porque tienen incontinencia total y ven que los están mirando, piden perdón. A todo el mundo le ha pasado alguna vez. Pero estos otros te echan la choriada: sale para allá, tal por cual... No, yo no acepto eso.
¿De dónde cree que viene toda esa rabia que se expresa en las fiestas?
Es parte del desengaño, del descreer que sufre la sociedad chilena, pero de eso hace ya un rato.
¿Y qué viene después del desengaño?
La paciencia latinoamericana es proverbial y la chilena va a la cabeza. Es lo único que te puedo decir. Aquí surgió mucho desengaño y eso genera que la gente se refugie en la tarjeta de crédito, en el consumismo, en considerar que el político es engrupido, en tratar de que sus niños no se metan en nada en política. En no leer, no desarrollarles el mate. A mí me da vueltas una afirmación de Marx: la historia universal sería muy fácil si la lucha pudiese emprenderse con infalibles posibilidades de éxito. Vale decir, tú te propones algo y eso no significa que lo vayas a lograr. Si fuera así sería todo fácil, pero no. No sabemos qué puede pasar de aquí en adelante, si la tontera va a profundizarse y vamos a caer en mayor depresión todavía y de repente va a salir un concejal que diga “cambiémosle el nombre a Yungay y pongámosle Shanghái” y tus nietos van a decir que viven en el barrio Shanghái.
¿Se ha idealizado la palabra pueblo?
Es la diferencia que hacía Marx entre lumpen proletariado y proletariado, y no son estados estancos. Hay una mutación permanente, incluso una persona de clase media o alta puede ser también lumpen. Hay una idealización de pueblo, sí; pero tenemos idealización de todo. También del barrio, que ya no es lo que era y nunca volverá a serlo, estoy consciente de eso, pero, bueno, entonces matemos a los viejos y empecemos a demoler todo, si total, qué importa.
El business
¿Qué opina de sus colegas músicos? ¿Ve identidad cultural en ellos?
Mucha. En Ricardo Duhart, en Mario Rojas, en la cumbia chilena, a veces. A lo mejor Ricardo Duhart no les dice mucho -Reverendo Dú y Ricky Durante son sus otros nombres-, pero toca en el bar Altazor todo los sábados.
¿Y en los que suenan en las radios?
Los que suenan son los que ponen los programadores y ellos tienen su propio negocio.
Pero hay una nueva camada de músicos chilenos...
Porque los tocan en las radios y eso es vital. Yo gané tres premios Altazor el 2014 y no me tocan. Te puedo mostrar las liquidaciones de la SCD.
¿No ha ganado plata con la ley del 20 por ciento?
¿Y ésta? (muestra su polera). Me gané una polera en la SCD, si soy Redolés nomás po. Oye, viejo, ponte que tú eres productor, descubres a “Gritóbal” y le produces un disco. Pero, además, eres socio de otro, que es responsable de una radio, y de otro más, que es programador. Oye, toquen Gritóbal po, ya saben ya. ¿Y en el gran festival de la “Lolapaloza” quién es la estrella? “Gritóbal”. Ése es el negocio: radio, productor, artista. Averigua buen averiguador quiénes son los productores de los artistas que tocan mucho en las radios. Está bien, es legal, pero ellos te van perfilando el gusto, no al revés. No es que los jóvenes digan: “Manuel García, Manuel García”, ah, ya, toquemos a Manuel García. No, lo tocan igual. Es como Paz Froimovich: ellos diseñan la ciudad, no los urbanistas, las constructoras dicen cuántos edificios ponen en Lira, lo dijeron ellos mismos en The Clinic. Cuando toqué en Recoleta para el 18 de septiembre, en el Parque O’Higgins, en El Quisco, “oh, Redolés, ¿por qué no te tocan en la radio?”, porque no soy parte del negocio.
¿Le gustaría ser parte del negocio?
Por supuesto, me gustaría ser parte y que me tocaran, es normal.
¿Por qué está fuera del negocio, según usted?
Pucha, ahí hay que entrar a ver criterios estéticos de las productoras y de las radios. A lo mejor soy muy guatón, muy chico, muy feo, digo garabatos, mis canciones hablan del saqueo de Chile o de cómo un traficante engaña a la PDI o de los lanzas internacionales, que a lo mejor son realidades que no interesan mucho, pero si haces una canción que dice: “Me gusta el color de tus zapatos...” (canta suavemente), ah qué buena, ven para acá. Si es así.