Luego de tres días viajando por el espacio el Eagle se posó sobre la superficie lunar la noche del lunes 20 de julio de 1969, mientras a 384.400 kilómetros de distancia, más de 500 millones de personas seguían en directo el alunizaje de la misión Apollo 11 a través de la televisión. Entonces, la célebre frase: "Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad".

Las palabras de Neil Armstrong dieron la vuelta al mundo, conmemorando el hito que reimpulsó la reputación de América en la carrera espacial y dio pie a otras cinco misiones tripuladas al satélite. Desde entonces, 12 humanos consiguieron poner los pies sobre la Luna y 380 kilos de muestras lunares fueron transportadas a la Tierra entre 1969 y 1972.

Sin embargo, luego de seis misiones, los planes estadounidenses de conquistar la Luna se extinguieron junto con el presupuesto de la Nasa. "Serán, probablemente, los últimos norteamericanos en lo que queda de siglo en posar sus pies sobre el suelo lunar", dijo el ex Presidente Richard Nixon mientras observaba la última misión del programa Apo- llo llegar a la Luna. Su predicción sería profética, 45 años después del Apollo 17 ni un humano volvió a pisar el satélite.

Pero cuando parecía que la atención de la Nasa había migrado a otras zonas del espacio, el Presidente de EE.UU. Donald Trump, decidió devolver protagonismo a la Luna y este lunes aprobó la Directiva de Política Espacial 1, un llamando a la agencia espacial a redireccionar sus misiones al satélite natural como una forma de sentar las bases para un viaje a Marte.

La iniciativa fue, además, anunciada como una estrategia para recuperar liderazgo espacial y potenciar nuevas misiones más allá de la órbita terrestre, pero el anuncio fue tomado con escepticismo por la comunidad científica. Durante los últimos 45 años la falta de presupuesto federal y la ausencia de un argumento científico que justificara un viaje de $ 100.000 millones de dólares mantuvieron a los titulares de la Casa Blanca dentro de los límites de la órbita terrestre.

En su gestión, Barack Obama canceló el programa Constellation que pretendía retornar a la Luna en 2020, argumentando que el satélite era una zona ya conocida y que había "mucho más espacio que explorar". Su interés era Marte, y anunció misiones tripuladas al planeta rojo antes del 2030.

Según Michael Rich, académico de la Facultad de Astronomía en la U. de California en Los Ángeles, la nueva propuesta del presidente americano está más relacionada con su ambición por el control del espacio que con nuevos descubrimientos científicos. "En esta administración un viaje a la Luna podría ayudar a avivar el eslogan del que tanto se jactan (Make América Great Again), además de ser una buena distracción para otras políticas menos positivas, como poner un muro o peor, una propuesta militar. Es como una forma de mantener a un niño fuera de problemas a través de un hobbie", dice Rich a La Tercera.

La Directiva de Política Espacial 1 fue aprobada sin plazos ni presupuestos, lo que levantó dudas sobre su viabilidad. En su propuesta gubernamental 2018 Trump destinó unos 19.000 millones de dólares a la Nasa, menos del 1% del presupuesto del gobierno federal y cinco veces menos el costo estimado que declaró la Nasa en 2005 para un eventual regreso a la Luna.

Pero según explica a La Tercera David Southwood, ex director de Ciencia y Exploración Robótica en la Agencia Espacial Europea (ESA), pese a los costos, será enriquecedor para la ciencia.

"Las misiones humanas a la Luna han sido históricamente caras, pero una vez que se decida realizar nuevas misiones y se sepa cómo costearlas, no dudo que habrá nuevos descubrimientos científicos. Así como los geólogos pueden encontrar misterios en la Tierra, donde hemos vivido por tanto tiempo, también puede suceder en la Luna. Aún hay mucho que aprender", dice Southwood.

"El programa Apollo envió sólo a un científico profesional a la Luna (Harrison Schmitt), por lo que hay mucha ciencia que hacer aún ahí", agrega a La Tercera Doug Millard, curador del Science Museum en Reino Unido.