Néstor Zambrano (62), coleccionista de boletos de Metro desde los años 80, cuando el tren subterráneo de Santiago cumplía menos de una década funcionando, aclara que su afición debe ser una de las más difíciles para un amante de la memorabilia. Ejemplifica con que es más simple reunir estampillas, monedas, billetes, llaves o medallas antiguas, pues existen numerosos grupos dedicados a su recolección en el país, pero, aclara, su oficio resulta más complejo. "Las personas tienen los boletos durante breves minutos en sus manos, los meten al torniquete y luego ¡no se sabe más de ellos".

Este hombre labora en el Metro desde 1978, primero como conductor de trenes y hoy se desempeña en el sistema de despacho de convoyes. Pero lo que lo hace particular es ser miembro de los "Boleccionistas", asociación que reúne a unos 40 aficionados que reúnen tickets de microbuses, trenes, metrotrenes y todo lo relacionado con rieles o ruedas del transporte público.

Su círculo ve con preocupación el futuro del hobby: Metro anunció que los boletos dejarán de venderse el próximo 15 de agosto en las estaciones. La estatal ha tendido a automatizar sus procesos (las líneas 3 y 6 solo tendrán recarga en la tarjeta bip!, sistema de pago considerado como frío por estos especialistas).

El documento de viaje de cartulina, ideado por Thomas Edmonson en Inglaterra en el siglo XIX, posee detalles que el común de los pasajeros no percibe cuando los usa. "Su tradicional cinta magnética, sus diseños simples y algo más: haber sido fabricado para viajar en el 'eje' central del transporte de la ciudad", añade.

Zambrano detalla por qué inició esta colección: "Al comienzo el Metro era un atractivo turístico al que uno iba los domingos con la familia, a conocer los carros y la nueva forma en que se podía pagar. Estos boletos recuerdan esos momentos", dice. Señala que intercambia y exhibe estas piezas por nostalgia hacia su juventud y, como todo aficionado, a sentirse dueño de algún "tesoro" único. Posee 500 unidades de todas las épocas. Le han ofrecido comprarlas por 1,5 millones este año, pero se rehúsa.

En los 70, cuando Zambrano comenzó a trabajar en el Metro, se dio cuenta de que estos pasajes serían parte de la historia. Por ello, hoy aprecia el valor de su boleto favorito. Fue el que más buscó, el que primero muestra y el que considera más bello: se emitió en 1975, cuando se estrenó la red subterránea. Es de color azul, tiene seis triángulos rojos y dos letras que revelan la serie (claves que solo puede detectar quien ha indagado largamente el tema). ¿Cómo lo consiguió? "Una chica que fue boletera en una estación guardó algunos. Supo de mi afición y me lo regaló. Ella nunca imaginó su valor", comenta un tanto avergonzado, pues recibió gratuitamente un pasaje que ha multiplicado cientos de veces su valor.

Memoria

Quien reúne objetos de todo tipo por largo tiempo, estudia, memoriza y comenta casi automáticamente anécdotas respecto a sus hallazgos. Zambrano hace un rápido test de conocimiento a su interlocutora sobre los boletos: ¿Sabía usted que se fabricaban en las propias estaciones? ¿Que existió el cargo de 'boletero' de estación, el que ya desapareció? ¿Que durante un tiempo las personas podían usar este pasaje para andar en Metro y micro? ¿Tenía idea de que existió un boleto que solo servía en la Línea 2 para incentivar las caminatas?.

Cuenta, además, algunas historias especiales en torno a este objeto. Como la del boleto fabricado solo para ser vendido el 31 de diciembre de 1999, pues Metro quiso destacar la llegada del siglo XXI. Y al día siguiente, cuando el planeta cambió de folio, circuló otro diferente para celebrar el primer día de ese año. Son de los más difíciles de conseguir.

Pero, ¿qué sucede cuando se acaba un hobby por una decisión gubernamental que escapa a su voluntad? Afirma que seguirá buscando los tipos de boletos que no tiene. Algunos escasos: los que valían por diez viajes, los que servían para ir y volver, o unos raramente vistos que tenían la foto del usuario.

Pese a su pasión, advierte que ya comenzó a coleccionar tarjetas bip! con distintos diseños. No le queda otra.

De todas formas, cuenta que ya vivió la experiencia de que los tickets que reúne se acaben. Por ejemplo, tuvo que dejar de juntar boletos de las micros amarillas pues llegó el Transantiago. Sin embargo, siguió intercambiando los comprobantes con otros coleccionistas o haciendo muestras de esas reliquias.

Señala que pese a que, aparentemente, esta afición se termina, aún hay personas que guardan estos pasajes, por lo que su pasatiempo seguirá. Pero aclara que "es lamentable que no puedan continuar estas colecciones. Tienen valor incalculable por lo que simbolizan para la ciudad y el transporte". De seguro, Mr. Edmonson pensaría lo mismo.