Zumbahua, Ecuador
Ecuador es la nación sudamericana con más ferias indígenas. De hecho, se dice que se puede viajar por todo el país y visitar un mercado todos los días. Hay uno del que vale la pena acordarse: Zumbahua, el más antiguo de todos. No es tan turístico como el de Otavalo, pero sí más autóctono gracias a que se ha mantenido al margen de flashes y paquetes turísticos.

La aldea de Zumbahua está ubicada a cuatro horas al sur de Quito y escondida a 3.800 metros de altura, entre las montañas más altas de los Andes ecuatorianos. Gracias a esta lejanía con el mundo moderno, cada sábado en Zumbahua aún es posible encontrarse con escenas del pasado, como el intercambio de víveres entre los vecinos del pueblo y comunidades aledañas. Destaca por su rica oferta de artesanía en madera, cerámica y en especial por un colorido trabajo de pintura naif en cuero de burro u oveja.

Eso sí, la feria es caótica. Con tiendas que se levantan por cualquier lugar, llamas y alpacas por las calles esperando a ser vendidas, mujeres que caminan con mercancías sobre sus cabezas mientras van hilando tejidos con lana de oveja, hombres que se instalan desde muy temprano con sacos de frutas de todos los colores imaginables y niños que posan sin pedir -por ahora- "one dollar" al visitante.

La mejor forma de llegar hasta este recóndito pueblo es mediante buses que salen cada media hora desde el terminal de Quito hasta Latacunga, capital de la provincia ($2.000, dos horas de viaje). Desde ahí salen autóctonos buses constantemente hasta Zumbahua ($1.000, dos horas más). Para la vuelta hay buses a Latacunga hasta las 21 horas y a Quito hasta las 22 horas.

Cada sabado.
El mercado de Zumbahua es un hervidero de gente y, sobre todo, de llamas y alpacas que serán vendidas. El pueblo está a unas cuatro horas de Quito.


Mercado de las Brujas, La Paz, Bolivia
En pleno centro de la capital boliviana, subiendo por la turística calle Sagárnaga, se cruza una empedrada, larga y angosta calle a la que muchos turistas dateados llegan para confirmar in situ su nombre y su reputación.

Es la Calle de las Brujas donde se ubica  el mercado del mismo nombre. Un lugar de encuentro con manifestaciones religiosas aimaras anteriores a la llegada del catolicismo y más ligadas a la pachamama.

Creencias que, al parecer, no se han olvidado entre la mayoría de los habitantes de la ciudad, quienes llegan todos los días hasta acá para comprar algún esotérico producto o en busca de un yatiri o hechicero de poncho y chullo para que le realice algún ritual chamánico, ya sean encantamientos o cura de males, como penas de amor, enfermedades, mal de ojo, fortuna laboral o limpieza de malos espíritus en casa.

Para cada propósito, el Mercado de las Brujas ofrece una serie de productos, como halcones muertos, amuletos, pócimas, hierbas, cactus San Pedro hechos polvo y listo para irse "de viaje", y  algo que impacta: fetos de llama disecados o hechos charqui. Un inusual producto conocido como sullú y que es utilizado para realizar todo tipo de ofrendas a la tierra.

Lo cierto es que esta feria de hechizos está abarrotada de objetos extraños y desconocidos, por lo que vale la pena preguntarle a la cholita o al curandero de turno para qué sirve alguna. Seguramente, más de una sorpresa se llevará y de paso se acercará un poco a la mística cultura de este pueblo precolombino.

Vitrineo macabro. Los puestos venden fetos de camélidos, armadillos disecados y un cuanto hay de productos extraños.

Tarabuco, Bolivia
Todos los domingos en el terminal de Sucre se vive una actividad inusual. Desde muy temprano, un intenso trajín mezcla a turistas e indígenas, que esperan que alguno de los minibuses que ascienden 65 kilómetros por montañas los lleve a Tarabuco, antiguo pueblo donde tiene lugar uno de los mercados más auténticos de Bolivia.

Y aunque Tarabuco es un mercado de frutas, verduras y coloridos aliños indígenas, aquí destaca la artesanía textil, especialmente los pallays, telares elaborados con una técnica de hilado y teñido ancestral. Es un trabajo ofrecido a la venta en tiendas, carpas y en las mismas calles que se ven decoradas por esta tradicional artesanía que llama la atención por su finura, sus intensos colores y su diseño, que suele representar la vida cotidiana de las comunidades yamparas que habitan la zona.

Los tejidos llegan a ser el orgullo de esta cultura y es común ver a muchos comuneros con sus vestimentas típicas, siendo perseguidos por un turista queriendo tomarles una foto. Es que es un traje particular, distinto al tradicional vestido de aimaras que, además de los pallays lleva monteras o sombreros de cuero negro que responden a una tradición adoptada de los cascos españoles. Es otra artesanía que vale la pena  traerse de recuerdo.

A eso del mediodía, cuando la feria comienza a declinar, aparece el pujllay, música ejecutada con quenas y charangos y que se realiza en diversas ceremonias de fecundidad para la floración en los campos.

Variedad. Numerosas frutas y verduras poco comunes para nosotros, pero también aliños se ven en este mercado.

Silvia, Colombia

Como "la Suiza de América" se le conoce en Colombia al pueblito colonial de Silvia, debido a su ubicación entre montañas andinas y por sus casas blancas de rojos techos de teja, construidas siguiendo el estilo de los chalets europeos. Pero de Europa poco tiene este pueblo inserto en el sureño departamento del Cauca, ubicado a dos horas y media de Cali, a 2.500 metros de altitud y al cual se llega en coloridos buses que salen y vuelven a cada hora ($2.500).

Cada martes, el mercado del pueblo se convierte en el punto de encuentro de los indios guambianos o misak, como se hacen llamar, una etnia que tiene asentamientos por las montañas circundantes desde tiempos remotos y que hasta hoy conserva intacto un profundo vínculo con la naturaleza y con sus tradiciones ancestrales. Su dialecto es una de ellas, el cual les permite comunicarse sin ser entendidos ante la mirada atónita del público que llega a la feria, y que incluye criollos, negros, mestizos y mochileros de todo el mundo que vienen a conocer su cultura.

Y es que más que los coloridos frutos, tejidos típicos y hierbas a la venta, lo que hace único al mercado de Silvia son los guambianos, quienes desde muy temprano se pasean por las calles del pueblo con sus anacos, vestimenta tradicional de hombres y mujeres, que tiñe de faldas y sombreros negros, ponchos azules y collares blancos a esta hermosa zona de los Andes colombianos.

Cosmopolita. Hasta Silvia llegan personas de diversas culturas: negros, criollos, guambianos y mochileros del mundo.