El curso de la música popular ha perpetuado clasificaciones y etiquetas para definir la médula de los álbumes: por ejemplo, discos conceptuales, aquellos donde una sola temática conduce a las canciones; o también trilogías discográficas, una aventura lanzada en varias entregas y que por lo general tiene como eje una ciudad; o los reconocidos grandes éxitos, síntesis de trayectorias que acumulan décadas.
Pero con toda propiedad esta temporada ha visto consolidarse un rótulo casi inédito: el "disco epitafio", aquel donde un creador, consciente que está a las puertas de la muerte, plasma esa cruda sensibilidad antes del viaje definitivo, para que después se revele como su epílogo y su testimonio final.
Lo hizo David Bowie el 8 de enero, cuando lanzó su último título, Blackstar, apenas dos días antes de su fallecimiento. El trabajo era el retrato de un hombre que vivía contra el tiempo, intuyendo que en algún momento perdería el duelo contra el cáncer de hígado diagnosticado 18 meses antes, por lo que en las composiciones habla de "estar en el cielo, con cicatrices que no se pueden ver", mientras en el video promocional lucía vendado y atado a una cama.
Hace menos de un mes fue el turno de Leonard Cohen. El canadiense presentó el 21 de octubre You want it darker, producción donde bastan sólo un par de minutos para comprender su sentido fúnebre: el título (Lo quieres más oscuro) es casi una invitación a la penumbra que significa la muerte, mientras que el trabajo parte con coros casi celestiales, timbre de fábrica del músico, aunque esta vez con un simbolismo mucho más rotundo.
En ese mismo track, de talante sombrío y cansino, el también novelista confiesa que "está fuera de juego", "roto y cojo". Y todo lo remata con resignación: "Estoy preparado, mi Señor". En Traveling light hay alusiones más metafóricas ("imagino que soy alguien que simplemente ha renunciado a mí y a ti"), mientras que Steer you way es un compendio de imágenes religiosas propias de los ritos funerarios.
No es común que los artistas olfateen su partida con tanta precisión. Si se rastrean ciertos paralelos, Violeta Parra editó Las últimas composiciones (1967) tres meses antes de su suicidio, con canciones que ilustraban rabia, desencanto y melancolía antes de la inmortalidad. Lo mismo sucedió con Ian Curtis, de Joy Division, grupo que, antes que su líder se quitara la vida, lanzó dos discos repletos de mensajes lúgubres y llamados desesperados.