Mi hijo no juega fútbol
"No me gusta el fútbol", es una frase que las mamás y papás no quieren escuchar. Este deporte tiene un efecto que no sólo se ve en la cancha, sino que también en los recreos, en la casa, frente a la televisión y alrededor de la parrilla. Ir contra esa corriente puede significar quedarse fuera del grupo.

ES SÁBADO en la tarde y la Católica juega con Everton en el estadio San Carlos de Apoquindo. Un panorama imperdible para Gonzalo Ferrari (37) y también para sus hijos Benjamín (7), Nicolás (6) y Josefina (4). Los cuatro comparten el fervor por el fútbol y por el equipo cruzado. Una coincidencia que Gonzalo agradece: justo ese día, Francisca, su señora, tenía que trabajar y no tuvo que romperse la cabeza buscando panoramas para darle en el gusto a cada uno. Primero los llevó a la liga donde juegan los dos mayores y después partieron al estadio. "Es inevitable sentir alivio porque, por mi propia experiencia, sé que el fútbol ayuda mucho a que los niños se integren socialmente con los de su edad", comenta. Esa es la razón por la que muchos papás y mamás se atormentan cuando no lo hacen.
"Que a tu hijo no le guste jugar fútbol en un colegio de puros niños suena hasta macabro", comenta Isabel Villalobos (45). A su hijo Nicolás (10) nunca le llamó la atención jugar a la pelota y, a la larga, se convirtió en un problema que lleva años arrastrándose. Un ejemplo: la próxima semana se celebra el "día del deporte" en el colegio y lo único que hacen ese día es hacer deportes. "Mamá, yo sé que nunca te he pedido esto, pero ¿puedo faltar ese día?", le dijo Nicolás hace una semana. "No le he respondido nada todavía y fui a hablar con la sicóloga del colegio. Otra vez".
Para los papás también es un tema, especialmente si son peloteros. "A los que nos gusta el fútbol queremos tener un partner para ir al estadio o para comentar los partidos", dice el periodista deportivo Álvaro Poblete (37), quien ha escuchado en más de una ocasión la frase "en casa de herrero, chuchillo de palo". Su hijo tenía sólo cuatro años cuando ese sueño se empezó a desmoronar: prefirió un bate de béisbol que la pelota de fútbol. Poblete terminó de convencerse cuando, a los 10 años, el niño le preguntó quién era Marcelo Salas.
La preocupación es extendida. Los papás y mamás saben que pasan y pasan los años y la pelota sigue siendo el juego que reina en los recreos del colegio y en las plazas, especialmente cuando los niños están en la básica. Aunque seamos malos (o no tan buenos), estamos en un país donde manda la pelota. "En los colegios dejan ver los partidos importantes porque el fútbol paraliza al país", comenta Pablo Ugarte, sicólogo en dos colegios del sector oriente. En un cálculo aproximado, el 70% de los niños juega fútbol en los recreos. ¿El resto? Se dedica a los juegos electrónicos, conversar o a otros deportes.
Pese a la creciente importancia que han ido adquiriendo otras ramas del deporte en los colegios, como el atletismo, básquetbol o voleibol, el fútbol sigue siendo el rey. Raúl Tolchinsky, coordinador de Deporte Escolar UC, en el que participan 90 colegios de la Región Metropolitana, dice que la torta se divide así: 238 equipos de fútbol masculino, 174 de básquetbol, 82 en voleibol y 19 equipos de rugby. El fútbol escolar, tradicionalmente masculino, ahora también cautiva a las mujeres: ya hay seis equipos femeninos.
Fútbol y parrilla
¿Qué tiene el fútbol? Más allá de su relevancia atlética, es una ejercicio de cómo manejarse en el grupo, cómo enfrentar la rivalidad, saber ganar y saber perder, una enseñanza que sirve para toda la vida, responde León Cohen, siquiatra y ex arquero de la Universidad de Chile y de la Selección Sub 20 a principios de los 70. "El sentimiento épico en el fútbol es clave. Esa emoción de abordar una misión y unirse para lograr triunfos es muy potente. Al estar definido por la relación grupal, es más intenso que los sentimientos individuales. Implica unirse para tolerar en conjunto la derrota", agrega Cohen, que a sus 63 años cada fin de semana se pone la camiseta del equipo Universitario Santa Mónica en la liga Quilín. "El efecto sociabilizador del fútbol me ha seguido toda la vida. Con el fútbol se establecen relaciones humanas estrechas, nos juntamos a ver partidos, nos mandamos mails, nos enviamos chistes...".
Según Daniel Wann, sicólogo de la Universidad Estatal de Murray que se ha dedicado a estudiar los fenómenos sociales en torno al fútbol, la sociabilidad que se genera en torno al deporte mismo es muchas veces más importante que el juego en sí. "Provoca un sentido de pertenencia en una época donde se está dejando de participar en instituciones formales", comenta. ¿Quién no ha ido a un asado en torno a un partido de fútbol sin siquiera mirar la pantalla de televisión?
Al que no le gusta la pelota se queda fuera de esa dinámica. Los adultos probablemente ya han aprendido a convivir con eso, o ya tienen otros grupos de pertenencia, pero para un niño chico puede significar la exclusión. Esa es la principal preocupación de muchas mamás. Así, al menos, los ven en los clubes deportivos. Maher Zeidan, coordinador de deportes del Club Palestino, cuenta que ellas llegan a matricular a sus niños de entre cuatro y seis años en el taller de fútbol para que hagan amigos o para que no los molesten en el colegio. Agrega que casi la mitad lo hace porque hay una recomendación de un médico o un sicólogo detrás.
Una mamá del colegio Verbo Divino cuenta que a su hijo que está en kínder nunca le ha gustado el fútbol y que eso es un problema en un establecimiento sólo de hombres como ese, porque muchas situaciones giran en torno a ese deporte. "No es sólo adentro del colegio, sino que también hay muchos cumpleaños en que la actividad principal consiste en contratar a un entrenador que les organice partidos y los haga chutear. El mío, entonces, se aburre y se inseguriza". Para tratar de ayudarlo compró un arco y lo metió a clases de fútbol en el Sport Français, pero tampoco sirvió, y a las pocas sesiones lo tuvo que sacar porque estaba produciéndose el efecto contrario y ya no quería saber más de la pelota. "Le prometí que sólo vamos a jugar cuando él quiera, si es que alguna vez quiere". Casos como este tampoco son raros, el colegio ha empezado a promover que en los recreos los niños también realicen otras actividades, restringiendo algunos días el juego a la pelota. Algo parecido ocurre en el colegio Notre Dame, donde se han instaurado "los recreos sin pelota" en algunos momentos de la semana para que los niños desarrollen otros pasatiempos y los que no juegan fútbol tengan oportunidad de relacionarse con los que sí lo hacen.
Aunque los papás comparten la preocupación cuando el hijo es alérgico a la pelota, sus motivaciones también incluyen otros elementos. Cuando a ellos sí les gusta practicar o seguir este deporte no pueden evitar la proyección. Quieren que el hijo sea lo que ellos no fueron: buenos para la pelota, populares y, por qué no, jugadores profesionales. Gabriel Jaume, director de la Escuela Boca Juniors de Huechuraba, comenta que es un espectáculo verlos a la orilla de la cancha viendo a su hijo jugar. Les gritan, les dan instrucciones, les dicen cómo hacerlo. No le dan bola al entrenador, que justamente está para eso. "Se meten a la cancha y uno los tiene que estar sacando", cuenta.
Para muchos de ellos el fútbol encarna ciertos valores que los padres asocian con el liderazgo, explica Pablo Ugarte. "El fútbol entrega oportunidades en términos sociales que se asocian con el más popular, el reconocimiento, con cierto estatus ante el resto y ahí viene el problema, si a mi hijo no le gusta el fútbol y a la mayoría de sus compañeros sí…".
Sin presiones
"No te pongas a jugar a la pelota con Nicolás", le dijo la sicóloga a Isabel Villalobos cuando lo llevó para ver cómo resolver su antipatía por el fútbol. Isabel reconoce que pensó varias veces ponerse a chutear la pelota con su hijo. También lo mandó con los tíos al estadio. Pero la solución no iba por ese lado.
De hecho, presionarlos es una mala idea. El orientador del colegio Kent School, Raúl Peñaloza, cuenta que cuando los niños son obligados a jugar y son malos lo pasan peor: los cuestionan, los molestan, los segregan y los critican ante cada error.
Si bien la amistad del grupo de peloteros puede durar años de años, los que no juegan lo pasan mal sólo en la básica, sobre todo en el primer ciclo que termina en cuarto básico, concuerdan los expertos, lo que no es un gran consuelo, pero al menos es algo. Ugarte explica que a medida que los niños crecen se abre un espacio para otros relatos. Se agrupan por temas como los gustos musicales, las actividades fuera del colegio o por lo que quieren estudiar a futuro. "Lo importante es que los niños logren identificar sus propios gustos personales, que se sientan cómodos con lo que hacen y que los adultos los ayuden y apoyen en eso", dice Carolina Santelices, jefa del Departamento de Psicología y Orientación del Colegio San Ignacio El Bosque. Que los banquen si no les gusta el fútbol, en definitiva.
Es lo que le tocó hacer a Álvaro. "Como él no juega fútbol, yo aprendí a jugar su deporte. Casi todas las semanas vamos a la cancha y tenemos la camiseta del mismo equipo… pero de béisbol".
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