En una calle al frente de la frontera con Siria, un tanque del ejército turco está estacionado detrás de un pequeño pedazo de tierra.
Vigila el espacio de 100 metros de tierra que lo separa de la frontera.
La ciudad turca de Akcakale ha sentido algunos de los efectos del conflicto en el vecino país: ha sido golpeada varias veces por proyectiles disparados desde el otro lado de la frontera.
Muhittin Siria Kaydi, un residente, puede ver Siria desde su jardín, al frente de su casa. Solía trabajar como cambista de dinero en un puesto fronterizo cercano.
Pero la casa de cambio tuvo que cerrar, y ahora Kaydi se encuentra desempleado.
Dice que para él ha sido difícil convencer a sus siete hijos de que su casa es segura.
"Les digo que se calmen", señala, "pero cada vez que una puerta se cierra, mis hijos piensan que es una explosión. Salir a jugar les genera demasiado miedo".
El miedo no ayuda
El 3 de octubre, cinco miembros de la familia Timucin murieron cuando un proyectil cayó en su patio.
A una calle de distancia de la frontera, trabajadores instalaron una nueva puerta en la casa de la familia.
Los conductores que pasan por la casa en coches se detienen para echarle un vistazo.
También a cien metros de la frontera, en el centro de la ciudad, Mahmut Denli se sienta detrás del mostrador de su tienda de joyas.
En ella, un pequeño televisor que sintoniza la agencia de noticias Bloomberg está puesto sobre una caja fuerte.
"Si algo ocurre en la frontera, somos los primeros en sentirlo", dice Denli.
"Durante el último mes, hemos vivido en medio de los altibajos. Pero yo vivo aquí, tengo mi vida aquí. ¿Cómo me puede ayudar el miedo?"
La vida continúa
Los esporádicos bombardeos han mantenido cerrada durante varias semanas la escuela primaria de la ciudad de Sah Suleyman.
"Mis tres hijos estaban realmente aburridos en casa", dice Denli, "así que hablé con el director de la escuela para pedirle que la vuelva a abrir".
El miércoles, las autoridades decidieron que había suficientes condiciones de seguridad como para hacerlo.
En el patio principal, en la tarde, decenas de niños se organizan en filas para ser contados por sus profesores.
Un curso participa en una ruidosa carrera de relevos: los niños corren a tocar una pared pintada con un personaje de los Pitufos.
En frente del colegio, dos jeeps blindados negros están estacionados afuera de un edificio de la policía.
No muy lejos, un grupo de alumnas de una escuela religiosa charla en un salón de té al aire libre.
El miedo de los refugiados
Un joven llamado Nuri se presenta como un refugiado sirio de un pueblo al otro lado de la frontera.
Dice que llegó a Turquía hace diez días.
No obstante, asegura que prefiere no vivir en uno de los más de diez campamentos que Turquía organizó para los más de 100 mil refugiados sirios que han entrado al país.
Teme que las mujeres de su familia sean maltratadas en el campamento.
El gobierno turco insiste en que proporciona condiciones humanas para todos los refugiados sirios.
Un grupo de hombres de edad avanzada se sienta en pequeños taburetes de madera delante de un puesto de tabaco.
"Cuando el Parlamento aprobó su proyecto de ley la semana pasada (que autoriza medidas transfronterizas contra Siria), los sirios se alejaron de la frontera", dice un funcionario público retirado, Musa Vural.
"Esto nos dio un respiro", afirma mientras prende un cigarrillo frente al puesto.
"No deberíamos ir a la guerra con Siria. Hay que ayudar a los sirios heridos. Nosotros somos musulmanes, ellos son musulmanes", añade.