Miguel Bosé (61) advierte que aún le falta información. Que para opinar del Chile que comenzará en marzo, con el inicio del mandato de Sebastián Piñera y la partida de una de las gobernantes más cercanas al cantante, Michelle Bachelet, debe estar en terreno, absorbiendo el pulso de cada país.

"No sé nada de Chile, no sé lo que está pasando y cuando llegue allá me voy a enterar", asegura, en un desconocimiento que suena poco usual para un cantante siempre atento a los noticiarios, reportando cada cierto tiempo en sus redes sociales la marcha de España y Latinoamérica, aunque esta vez se le puede perdonar: recién la última semana regresó de unas largas vacaciones con su familia.

Pero hay algo que Bosé sí sabe de Chile. Antes incluso que Piñera llegue a La Moneda, el martes 20 de febrero, el español tendrá su propia investidura al subirse a otro recinto emblemático, la Quinta Vergara, para materializar su décima presentación en el Festival de Viña del Mar, un récord absoluto.

Una marca que abre distintas puertas de la memoria colectiva, escenas como aquella del debutante de 25 años que en 1981 cantaba apretado en mallas blancas; o mucho tiempo después, en su última presentación, en 2013, cuando el coro masivo en Te amaré lo hizo soltar un par de lágrimas que parecían genuinas en un hombre ya adulto, curtido en tantas batallas.

"Viña en mi carrera y en mi vida fue clave. Sobre todo cuando yo empecé a hacer el Festival, Viña se retransmitía en directo para todo el continente americano, iba desde Estados Unidos hasta Chile y Argentina. Y eso hacía que al día siguiente te pudieras hacer conocido de inmediato en todas partes. O que el Monstruo simplemente te sacara y tu carrera se acabara ahí mismo, era así. Yo tuve la suerte de ser aceptado y luego de volver, volver y volver", recuerda el intérprete con cierto tono evocativo.

Después de tanto tiempo, ¿cómo lo hace para que un escenario como Viña se vuelva desafiante y no un hábito?

Bueno, hay una ventaja que está hecha: en mi caso la carrera ya está consolidada. Cuando tú sales al escenario, hay una serie de éxitos y la gente va a escuchar lo que quiere cantar, o lo que les tienes que cantar, y que son un patrimonio de muchas generaciones. Entonces, con eso ya por delante, todo sale con un brillo especial. Eso es lo que va a pasar ahora. El año pasado celebré 40 años de trayectoria, este año son los 41, y estoy atravesando un momento muy único. Por tanto, lo que yo voy a dar a Viña es patrimonio de la gente, ya no es mío. Yo estoy allí porque la gente ha decidido apostar por mí. Todas mis canciones ya no son mías, son de la gente. Uno las toma y las usa de la manera en que tu público te diga.

Además, en su vuelta a la Ciudad Jardín, el hombre de Sol Forastero llegará con 61 años, ingresando a una fase definitiva de su existencia y de su carrera. Quizás algo de ese cambio de folio se puede distinguir en algo tan impersonal y solemne como una entrevista promocional: Bosé suena mucho más pausado que hace un tiempo, masticando cada respuesta, con un tono de voz mucho más áspero.

En 2016 cumplió 60 años. ¿Cambió en algo la manera en que ahora enfrenta su carrera, de las cosas que le quedan por hacer, de mirar en retrospectiva lo que ya ha hecho?

No, yo creo que te pasará a ti también con el periodismo, si es una carrera que amas, jamás tendrás la sensación de que hay un techo, de que esto se acaba pronto. Siempre quieres hacer algo nuevo, siempre quieres descubrir cosas que te estimulen, o si no no hay forma de seguir. Además, no es sólo la carrera y la cosa que más amas, sino que los tiempos hacen que la misma profesión se entienda de otra manera, que evolucione de otras formas, hacia otros horizontes que son infinitos. Entonces, la carrera se convierte en algo que no acaba nunca.

Y su vida personal, ¿la ve distinta en estos momentos?

También, también, también. Hay cosas que has hecho y que dices basta, no las volverías a hacer. Y hay otras que son fascinantes y te haces el tiempo para abordar. Te dedicas realmente a lo que quieres. Pero recuerda que no eres tú quién decide cuándo hacer un proyecto o cómo hacer algo a nivel personal. Esas cosas te llaman.

Entre las experiencias que llamaron a la puerta del también actor en el último tramo de su vida está la grabación en 2016 de un unplugged para la cadena MTV, donde reunió a personalidades tan diversas como Marco Antonio Solís, Juanes, Pablo Alborán y Natalia Lafourcade para desarropar algunos de sus mayores himnos, como Amiga, Amante bandido, Nada particular o La chula: simplemente quiso darse un gusto y sacudir su catálogo como pocas veces en el último tiempo.

¿Eso fue quizás darse el espacio para embarcarse en algo que nunca había hecho?

Si, sabes que sí. Yo no tenía ningunas ganas de hacer ningún disco acústico, porque mi música no es acústica para nada. De verdad no veía cómo podía trasladar todo mi mundo sónico a un mundo acústico. Pero sí había una manera. Y al final se hizo de una forma muy única y muy divertida de construir.

Ya hizo un álbum unplugged. ¿Qué le queda por hacer ahora?

Tengo muchos proyectos plantados, sembrados, vamos a ver cuál nace primero. Mientras tanto sigo componiendo, estoy a la espera de que vengan otros planes, que aparezca algo que me diga 'estoy listo para que me abordes'.

Entre las reflexiones que aparecieron con el curso de los años está una reciente, que guarda relación con los contemporáneos que han ido cayendo en el camino, casi todos de forma inesperada, en plena actividad, días y hasta horas después de haber pisado un escenario en el absoluto esplendor de sus capacidades: Juan Gabriel, Prince, George Michael, David Bowie.

Y este último toca la propia historia de Bosé: cuando en la primera mitad de los 80 quería sepultar su rótulo de fenómeno juvenil, decidió abandonar las mallas y su rostro bien rasurado para adoptar un aspecto andrógino, ambiguo, que resonaba mucho más a Inglaterra que a Latinoamérica, lo que exhibió en una de sus obras cumbres, Bandido (1984), cuya imagen de portada, con su rostro maquillado y colorido, tenía una estudiada similitud con la imagen de Bowie para Aladdin Sane (1973).

"Cuando él murió fue una gran pérdida. Fue una de las personalidades históricas más determinantes para la música, por su capacidad de innovación, por su libertad de expresión, por su creatividad para abordar la música y todo en general en la vida. Por sus apuestas, etcétera, etcétera. Ha sido un personaje muy decisivo para todos y yo creo que todos lloramos su tremenda pérdida y su ausencia".

Usted durante décadas ha intentado lucir la misma capacidad para reinventarse que tenía Bowie. ¿Alguna vez se sintió su símil en España?

Noooo, en absoluto. A ver, yo creo que tenemos que dejar un poco ya de compararnos en el mundo latino con los personajes del mundo sajón, porque no es saludable, no nos hace bien. De alguna manera, parece como si fuéramos de segunda, de serie B. Cuando dicen Miguel Bosé, ya con otra edad, es como el George Clooney latinoamericano o español: ¡nooo! Me molesta. Perdona, pero él no tiene nada que ver conmigo, no han tenido un padre torero, no han tenido una madre actriz, no han tenido la carrera que yo tengo. Y respecto al público, yo soy mucho más viejo que él. O sea, él es el Miguel Bosé norteamericano.

¿Le incomoda que se vea así?

Hay mucho de esta necesidad que tenemos los latinos de compararnos con los norteamericanos o los sajones: somos otra cosa. Tenemos nuestra personalidad propia, que brilla de por sí sola y somos mil veces mejor, más talentosos, más brillantes y mucho más poderosos que los sajones, por lo que acabemos ya con este complejo.