Un milagro resucita a Colo Colo

Canchita Gonzales

Un gol de Gonzales resuelve sobre la hora un final de infarto en Sausalito. El marcador y la punta fueron de un lado a otro en los últimos minutos. Los albos conservan el liderato a dos fechas del final.




Everton: Lobos 3; Rodríguez 4, Blázquez 4, Suárez 4, Zúñiga 4;  Medel 4, Ragusa 6 (73' Leyton 4),  Echeverría 4; Cerato 6 (79' Ponce, 4), Becerra 4 y Orellana 3  (63' Almeida 4);   DT: P. Sánchez 4.

Colo Colo: Salazar 6; Meza 3, Barroso 4,Baeza 4; Fierro 3 (65' Gonzales 6) ,  Pavez 4, Valdés 5, Suazo 2 (82', Bolados 4); P. Morales 5 (54', Ramón Fernández 6); Rivero 3 y Paredes 5. DT: P. Guede 3 .

Goles: 0-1, 19': Paredes baja con el pecho un saque de banda y remata a la media vuelta ajustado a un rincón. 1-1, 44': Ragusa coloca al palo un libre directo desde la frontal. 1-2, 85': Ramón Fernández, de exquisito libre directo desde la frontal ante el que Lobos hace la estatua. 2-2, 91': Becerra empuja de cabeza desde el área pequeña tras otro testarazo de Blázquez desde el segundo palo. 2-3, 95': Gonzales, de tiro cruzado que tropieza en un rival y se cuela en el primer palo.

Árbitro: Bascuñán  2. Amarilla a Suazo, Meza, Blázquez, Fierro y

Leyton.  Expulsados (92') Vitamina Sánchez y Gustavo Grondona, ayudante de Guede, por discutir tras el 2-2.

Sausalito, de Viña del Mar. 6.513 espectadores.

Colo Colo y Everton zarandearon el marcador y la tabla hasta el infarto. Con un final memorable, de goles tan decisivos como bruscos. Con la punta desplazándose de un lado a otro sin lógica ni sentido. El Cacique se la quedó a última hora de forma milagrosa con un gol de Gonzales marcado con el alma. Poco antes la había perdido por la cabeza de Becerra, instantes después de haberla rescatado también en la agonía por un libre directo de Ramón Fernández. Un guión de thriller, o de montaña rusa, para perfumar un campeonato devaluado al que nada ni nadie puede competir en emociones. El fútbol no es sólo juego. También es esto. Y Colo Colo no lo olvidará jamás.

Las ganas y la desesperación compartida armaron un partido entretenido. Imperfecto, cargado de errores no forzados, pero apasionante, incierto en el marcador y dotado de un ida y vuelta constante que agradecen las gradas (o la tele, porque en realidad las gradas -esa política chilena tan surrealista-  estaban sin gente, con muchos más claros que llenos). Fútbol ameno y también discutido, poblado por el bando colocolino de miradas y reclamos constantes entre los propios compañeros. Tipos que escenificaban de forma tan inútil como populista que no le entregaran un pase, que no le cubrieran un espacio, que no se corriera más. Una forma grosera de echar la culpa al de al lado y desahogar que había angustia, mucho en juego. Paredes y Valdés, por ejemplo, hablaron y protestaron más de lo que conectaron. Energía desgastada.

Fue más ortodoxo el primer periodo, donde Colo Colo dio primero. Bien movido en el arranque por Morales (luego se fue dispersando y acabó lesionado), logró construirse ocasiones. Barroso envió al larguero la primera y Paredes, en una genialidad personal, ajustó contra la red la segunda. Transformó en gol un simple  saque de banda, que además estaba bien defendido, con un control perfilado con el pecho, debidamente acompasado con el giro y el remate sutil a una esquina. Un gol de futbolista grande y diferente.

Everton no se arrugó por el 0-1. Tampoco por la sensación de seguridad que exhibió quien más boletos tenía para ser manojo de nervios. O sea Salazar, que actuó como si llevara una vida bajo el arco albo. Autoridad y decisión por arriba (salvo en el 2-2) y reflejos y valentía para descoser manos a mano. A Ragusa (28') le desarmó uno que el desinterés de Suazo, su propensión a dormirse y quedarse a la hora de tirar la línea, le había generado (luego el meta tuvo otra doble intervención aún más extraordinaria ante Cerato, 75').

Everton lo siguió intentando. Por voluntad propia y también por invitación, por la fragilidad defensiva de un rival que le concedía segundas y terceras jugadas con desesperantes errores de entrega. Hasta que Ragusa volvió en obra de arte y gol un libre directo y entregó ansiedad al albo.

La segunda mitad reconstruyó el ida y vuelta, pero más roto, descompuesto por las urgencias y la necesidad. Aparente iniciativa de Colo Colo (poco iluminada, poco decidida, poco distinguida, pero constante) y contras venenosas de Everton. El gol estuvo más cerca de quien menos exponía. Guede mascaba chicle, pero no se le ocurría mucha solución. Su equipo, insistente pero plano, estaba a merced de las respuestas de Everton al contragolpe y vivía de la respiración asistida que le aplicaba Salazar con sus paradas.

Y cuando la punta se dirigía hacia la U, el partido se volvió deliciosamente loco. Histérico. Y llegó el gol exquisito de falta de Ramón Fernández (había aparecido sobre la cancha no por la confianza de su técnico sino por la lesión de Morales) que resolvía todo (o no). Y al momento, el cabezazo de Becerra que removía y castigaba a Colo Colo de forma irreversible (o no). Y luego, la resurrección de Gonzales con el gol de su vida. Un final épico y vibrante, quizás de valor título, tan inexplicable como grandioso. Un producto de la fe que guardará siempre el hincha albo en la retina. Un relato inolvidable. El milagro de Sausalito.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.