Miles de soldados iraquíes  reforzaban el asedio a Tikrit este jueves, a la espera del asalto final contra los pocos centenares de yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) que resisten  en la ciudad.

Once días después del lanzamiento de la ofensiva, "estamos empezando a aplicar la segunda fase de nuestro plan", explicó el ministro de Defensa, Khaled Al Obeidi, quien se encontraba en la provincia de Saladino, cuya capital es Tikrit.

"El tiempo está de nuestro lado, tenemos la iniciativa", aunque "queremos  limitar al máximo las pérdidas humanas", añadió.

"Tikrit está rodeada" pero "no queremos precipitarnos", afirmó el general  de policía Bahaa Al Azzawi, interrogado por la AFP en Albu Ajil, una localidad  cercana a la ciudad asediada.

Soldados, policías y miembros de las Unidades de Movilización Popular, una  fuerza paramilitar compuesta principalmente por milicias chiitas, logró el  miércoles entrar en Tikrit y retomar el control del barrio de Qadisiyah, en el  norte de la ciudad.

El comandante de las Unidades Hadi Al Ameri aseguró que para los pocos  centenares de yihadistas acorralados en el centro de la ciudad, no queda mucho  que hacer. "Tienen dos opciones: rendirse o morir", advirtió.

INCERTIDUMBRE SOBRE LOS CIVILES
"No necesitamos atacar, porque un ataque podría dejar víctimas entre  nuestras filas", añadió Ameri, cuya organización, Badr, es una de las más  importantes milicias chiitas de Irak.

El avance de las fuerzas gubernamentales, en efecto, es delicada: la  técnica habitual de los yihadistas es esconder bombas y otros artefactos  explosivos en las posiciones que van abandonando. "No nos enfrentamos a tropas  de tierra, sino a un terreno minado y a francotiradores", resumió un alto mando.

Aunque por el momento no se conoce ningún balance de víctimas desde el  inicio de la ofensiva de Tikrit, varias decenas de cuerpos son llevados casi  cotidianamente a Bagdad y a la ciudad santa chiita de Nayaf.

La incertidumbre sigue siendo, por otro lado, el número de civiles  presentes en Tikrit y su situación humanitaria y de seguridad.

"El acceso a las zonas de combate está sometida a restricciones y hará  falta tiempo para obtener información sobre eventuales abusos", explicó a la  AFP Donatella Rovera, de Amnistía Internacional.

  La colaboración chiita-sunita a prueba 

La batalla de Tikrit se ha convertido en la ofensiva más ambiciosa lanzada  por el gobierno iraquí para reconquistar las ciudades y territorios ocupados en  el verano de 2014 por el EI, que ha proclamado un "califato" a caballo entre  Siria e Irak.

Tikrit es mayoritariamente sunita y se trata del ex bastión del antiguo  dictador Sadam Husein, cuyo partido Baaz colaboró con los yihadistas en la  ofensiva de junio.

Con el apoyo crucial del vecino Irán y de la coalición internacional  liderada por Estados Unidos, que reúne a más de 60 países, Bagdad ha logrado  recuperar algunos de los territorios arrebatados por el EI, que llegaron a ser  casi un tercio de todo el país.

Empezó con operaciones para reconquistar las ciudades santas chiitas de  Kerbala y Nayaf y reforzó a las tropas de Bagdad, que después siguieron  avanzando hacia el norte, retomando la provincia de Diyala a principios de año.

Para los especialistas, esta batalla pone a prueba la colaboración entre  las numerosas fuerzas combatientes y la capacidad de los grupos chiitas de  evitar actos de venganza contra los sunitas.

Obeidi, ministro sunita, declaró estar impresionado por el buen  entendimiento sobre el terreno, lo cual "está enviando un mensaje muy positivo  al pueblo iraquí".

"Con nuestra unidad, podemos obtener la victoria", aseguró el primer  ministro iraquí Haider Al Abadi.

El miércoles, el grupo EI llevó a cabo un espectacular ataque  en la ciudad  de Ramadi (oeste), con al menos doce atentados simultáneos con coche bomba.  Entre los kamikazes, figuraría un adolescente australiano de 18 años, que se  encontraba bajo vigilancia, según el gobierno australiano.

En la vecina Siria, más de 50 soldados y rebeldes murieron en combates  cerca de una colina estratégica de la provincia de Latakia (oeste), bastión del  clan de Bashar al Asad, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH).