Es sábado en la noche y en la intersección de la Calle 26 con la 11 la fila da vueltas a la manzana.  Adentro, los cuerpos se mueven al ritmo de Hotline Bling, de Drake. Lo cantan a toda voz, se sacan selfies, transpiran agolpados en la pista de baile.

No es Miami, no es Ibiza, es La Habana. Y la fila es para entrar a la Fábrica de Arte Cubano (FAC), un enorme galpón restaurado que se ha convertido en el punto de encuentro millennial en la capital cubana, pero también en un símbolo de la incipiente apertura, en una muestra tangible de que en esa isla las cosas están cambiando. ¿Muy optimista? Bueno, al menos una isla dentro de la isla. Pero una isla comandada por una generación que tiene iPhone 6, que conoce internet y que, aunque agradecidos de la revolución, coinciden en que este camino será sin retorno.

Es lo que se siente hoy al transitar por las calles de La Habana, llenas de alusiones a Fidel y al Che. Los jóvenes hablan bien de su sistema; se enorgullecen de la educación, de la salud y la seguridad que tienen, pero se dan cuenta cada día más del atraso en que están. Uno de los factores clave: internet. Todavía no existe algo tan básico para un millennial chileno como el internet en su teléfono o en su casa. La red está en los hoteles o en los puntos de conexión determinados, como plazas y esquinas. En esos lugares, un tipo vende tarjetas de conexión por cerca de tres dólares la hora, difícil cifra para un cubano que gana un sueldo promedio de 25 dólares al mes.

Distinto es en la universidad: allá los estudiantes tienen una cuota de conexión gratis que les permite ver el mundo que hay afuera con más intensidad. Y comparar. Y aprender.

Hablan de Facebook, pero de Instagram o Spotify, por ejemplo, casi no se oye. Para qué decir Snapchat (las Kardashians se quejaron cuando fueron a Cuba porque no había).Y para comunicarse con el extranjero, Skype no funciona. La app que la lleva aquí es IMO, de videollamadas.

En la Fábrica de Arte Cubano está lleno de jóvenes bailando, mirando las exposiciones de este centro cultural y de carrete que tiene además la gracia de ser una iniciativa mixta entre el gobierno y el músico X Alfonso. El primero pone el inmueble y el segundo gestiona las exposiciones –foto, pintura, arquitectura, etc.-, bares y pequeñas tiendas que hay al interior de esta enorme ex fábrica de aceite que hasta Mick Jagger visitó en su inaudita pasada por La Habana.

Idania

Tiene 34 años y hace menos de dos montó Clandestina, su tienda de diseño en La Habana Vieja que tiene una pequeña sucursal en la FAC. Uno de los escasos locales donde no venden artesanía local o jockeys verde olivo, sino poleras, estuches o cojines con frases más originales como "Lo malo de ser gay es contárselo a los padres", o afiches inspirados en la Revolución pero desde una línea más pop.

"Me ha costado. Aquí es muy complicado todo y tienes que hacer mucho papeleo, y a veces la gente no sabe muy bien cómo orientarte. Pasa que te desesperanzas cuando ves que nada camina, pero bueno… Una vez logré pasar ese camino de la burocracia, en mi caso al menos he recibido mucha ayuda. Últimamente he visto mucha gente joven que ha abierto cosas nuevas, lo más sencillo son los bares. Además, como emplean a otros, por ahí se entusiasman y crean más".

¿En qué te inspiras para tus diseños si no tienes acceso a ver muchas alternativas?

Chica, no sé. Cuba es una isla supercerrada porque no hay fronteras y el sistema social en que hemos vivido es cerrado. En ese sentido, no hemos tenido mucho contacto y por lo mismo hemos aprendido a hacer las cosas a nuestra manera. Y está bien. Nuestras diferencias son esas.

Yo no tengo internet. Me paso todo el día aquí, en Clandestina, y no sé nada del mundo. Mi socia, en cambio, se conecta, entonces le pregunto ¿qué pasó en el mundo hoy? Y ese tipo de cosas. Pero hasta que no tenga internet en mi computadora, no voy tener internet. No voy a estar saliendo a los parques a cazar una wifi.

Denis, Laura, David e Isabel

Denis (24) mira con esa seguridad que sólo tienen los buenmozos que saben que lo son. Se ríe con Isabel (20) y Laura (21), ambas estudiantes de diseño. "Yo no sé de política, a mí háblame de fiesta…", dice el moreno coqueto. "Soy cocinero, casi chef. Ahora no estoy trabajando, pero hasta hace poco trabajaba en La Guarida –un restaurante famoso-. Nací aquí, he vivido toda mi vida en La Habana, y me gusta mucho. Pero claro que me gustaría viajar, a unos cuantos países de Latinoamérica, pero después me quedo en Europa", se larga reír. Las chicas también son de aquí y a diferencia de Denis, sí hablan de política.

"Yo he visto un cambio para bien. Lo mejor es que se han abierto muchas puertas, muchas posibilidades que antes uno no conocía. Se ha dado la facilidad de escoger, te han dado opciones que antes no tenías o que tenías en forma extraoficial. Más libertad. El mismo internet, por ejemplo. Antes estaba en cero, ahora lo tenemos en un 10 por ciento de lo que tiene el mundo entero, pero lo tienes", dice Isabel.

¿Cómo toman los cambios sus padres?

Isabel toma la palabra: "Creo que depende no sólo de las generaciones, sino también de las personas. Cuando vinieron los Rolling Stones, mis padres me contaban que ellos tenían prohibido oír la música, y era algo que hacían clandestinos. Y ahora su hija va a un concierto de ellos y gratis. No lo podían creer. Pasa que tienes que ir aceptando los cambios, y no porque no te quede más remedio, sino porque esto es algo bueno. A mí lo que no me gusta ahora con la apertura, es que a veces los turistas tratan de convertir a Cuba en un destino de fiesta, una nueva Ibiza, más allá de todo lo que es Cuba. Mucha cerveza, mulata, ron, como ella", dice, y apunta a la chica que Denis ya se está engrupiendo.

¿Hay clases sociales?

"De existir, existen, pero tampoco es algo superevidente", dice Isabel.

En eso, David (24), interviene en la conversación. "Yo conozco gente muy rica. Jóvenes que salen todos los días con más de 100 dólares. Y tienen autos, tienen casas, están en barrios residenciales como Plaza o Miramar".

Ustedes estudian diseño, ¿qué proyección laboral tienen?

Hay mucha gente que tiene una profesión, pero trabaja de otra cosa. Sucede que   probablemente a largo plazo va a ser más rico si se mantiene en lo que estudió, ejerciendo su profesión, pero a corto plazo, no. Trabajar de mesero da más resultados ahora que trabajar de otra cosa -acota David.

Daniel

"Tengo 22 años y estoy recién graduado de Lenguas Extrajeras en el Pedagógico. Actualmente trabajo de guía de turismo mientras espero comenzar el Servicio Social, en que voy a ser profesor en una escuela secundaria. Todo el servicio tiene que ver siempre con la carrera que estudiaste. Yo estoy enamorado de mi país, me encanta. Pero veo que todo los cambios que hemos visto han sido para bien. Tenemos internet y he podido ver los sitios que me gustan de cultura, arte, música. Y Facebook".

Laura

Laura tiene 21 años y estudia sicología en la Universidad de La Habana. Como Jessica, trabaja de jueves a domingo –de ocho de la noche a tres de la mañana- en la Fábrica de Arte. "No necesito dinero realmente para vivir, pero sí para darme gustos, comprarme mis cosas, para independizarme. Vivo con mi abuela. Mi madre con mi hermano y mi papá están en Estados Unidos desde hace dos años.  A mí me encanta La Habana. Lo que más me gusta es la gente. Obviamente que añoraría visitar el mundo, conocer otras culturas, ver cómo es otro país, pero bueno… Ha habido mucho avance", dice, mientras me manda una foto por Airdrop a mi celular.

Jessica

En el pasillo que lleva a la escalera para subir al segundo piso de la Fábrica, Jessica (24) toma pedidos y reparte tapas y sánguches propios del libre mercado: baguette, prosciutto, berenjenas asadas. Casi quínoa.

En la noches trabaja ahí, en el día esta periodista hace el Servicio Social que deben cumplir todos los jóvenes al terminar la universidad. Lleva dos años y le queda uno más, pues para las mujeres son tres y no dos como en el caso de los hombres, a los que se les suma el que hicieron en el servicio militar.

Ella cumple con esta obligación como reportera en la "radio Habana Cuba, la emisora internacional de onda corta", formada el 61 para comunicar al mundo los logros de la Revolución. "Es una de las plazas de trabajo que todos los jóvenes quieren, porque es en la calle y es mejor para buscar historias. Tengo un programa también, que se llama "Mujeres Cubanas".

¿Cómo sientes la censura en la radio?

La palabra ni siquiera es censura. Los propios periodistas jóvenes hoy hacemos un llamado a quienes están por encima de nosotros a hacer un periodismo un poco más picante, más llamativo. Buscamos una nueva visión. Y lo que llamamos censura es lo que nosotros mismos no tratamos de hacer. Y tenemos que hacerlo.

Trabajas con temas sociales, pero imagino que cuesta reportear política.

Sí, cuesta. Lo mío es más fácil porque son historias humanas. Pero, por ejemplo, me tocó reportear cuando vino Obama y es difícil incluso con las autoridades norteamericanas. Es todo mediante comunicados de prensa.

¿Cómo percibes los avances del último tiempo?

Mira, lo que te puedo decir es que hace dos años Cuba no era así. Las personas no tenían una visión de mundo tan amplia, porque no conocían. Creo que desde la implementación de los llamados lineamientos -que son soluciones para transformaciones económicas, sociales y políticas-, a partir de esa propia revolución que se armó y que hasta el mismo gobierno aceptó, ha habido cambios.

Los lineamientos de los que habla Jessica son un conjunto de reformas al modelo cubano que comenzaron a discutirse en 2010 y en cuyo proceso de creación se incluyó a la población. Algo así como lo que hoy ocurre en Chile con los cabildos y el proceso constituyente.

¿Y se tomaron en cuenta?

Como dice Raúl: "Sin prisa pero sin pausa". Un poquitillo lento, pero se nota. Los jóvenes, por ejemplo, pedíamos mucho pluriempleo, para que pudiéramos estudiar y trabajar a la vez, y se nos respondió.

Se ve mucha desocupación. Gente sentada en las veredas viendo pasar la hora.

Es que el cubano es bueno para el negocio, entonces el tipo que ves parado en el esquina está negociando. Es decir, a partir de las carencias que pueden existir en los lugares de abastecimiento, ellos traen cosas y los venden. Pero es un mercado gris, porque todo el mundo sabe que existe.

Hay harta desigualdad, ¿no?

Después de la apertura, sí. Aquella desigualdad que existía a ultratumbas, hoy ha proliferado enormemente. También ocurre que hoy no todos los jóvenes van a la universidad, porque como pueden trabajar, piensan que no les conviene estudiar cinco años y después no ganar dinero. Yo, por ejemplo, gano el equivalente a 15 dólares mensuales en la radio. Y eso es menos de lo que gano en una noche aquí, en la Fábrica de Arte. Entonces, una muchacha se pregunta para qué pasar por la universidad si puede empezar a ganar dinero ahora. El problema es que el país no produce, entonces no hay cómo pagar un sueldo acorde a lo que estudiaste.

Aquí están todos los jovenes vestidos a la moda, pero no se ve ninguna tienda parecida en las calles. ¿Cómo lo hacen?

Es la influencia de las series, de las películas o revistas.

Pero si no hay.

Aquí existe una cosa que se llama "el paquete semanal" (un disco duro con información descargable que se reparte de casa en casa a cambio de 10 dólares, el más grande) en el que te encuentras revistas, series, documentales, hasta blogueras. Por ejemplo, hay uno que se llama Secretos de chicas, que me gusta para aprender a hacerse peinados.

¿Y dónde compras esa ropa o ese iPhone?

Hay una página web de mercado negro en la que se consigue de todo. Se llama El revolico.