Ayer se les halló con vida. A todos, a los 33. También se les suministró agua potable. Hoy, ya se les envía alimento en gel, linternas, oxígeno, papel y lápiz para que escriban los mensajes a sus familias que les esperan ansiosas.

La angustia de saber si los mineros estaban con vida terminó el domingo, día de la Resurreción, día en que también 33 familias volvieron a respirar un poco más tranquilas. El sondaje dio con el tan esquivo refugio del yacimiento San José.

Pese a que aún falta sacarlos desde los 688 metros de profundidad donde permanecen, la espera ahora tiene otro sabor. El de la champaña que ayer se descorchó y el de la esperanza, como el nombre del campamento que se montó a metros de la bocamina. 

Esta historia, que ayer llevó a los chilenos a volcarse a las calles y plazas para festejar la noticia con banderas, ceacheí y bocinazos, trae al presente el rescate de otros obreros que también debieron soportar estar bajo tierra.

Ocurrió en 1999. Ese jueves 25 de marzo, el derrumbe en la mina San Andrés comenzó como un rumor. Minutos después, el aullido de las sirenas de la estación de Bomberos de Andacollo confirmaban el hecho. Comenzaba el drama.

"Yo no le tomaba el peso de la situación, porque tenía unos ocho años al momento del accidente de mi papá. Pero recuerda que mi mamá no sabía qué hacer", dijo a La Tercera Daniela Aguilera, hija de Remigio, uno de los tres mineros atrapados.

Vio que su rostro algo malo reflejaba. "Yo le decía que podía ser mentira, porque nadie nos avisaba. Estábamos en la casa, cuando se escuchó la sirena. Después pasó una tía a hablar con ella y nos confirmó que era cierto: mi papá había quedado enterrado".

Remigio Aguilera Pacheco
(de entonces 33 años), quedó bajo toneladas de tierra junto a Arturo Herrera Alfaro y Ermo Rojas Varas.

La esposa del primero, Rosa Perines, recuerda que "cuando me enteré quedé aterrada, fue horrible. Lloraba, rogaba a Dios que saliera luego, era horrible. Mi guaguita estaba chiquitita, hacía un frío terrible, estábamos arriba de un cerro (esperando) tenia ocho meses".

Los rescatistas debieron maderar la rampa obstruida que desembocaba en el pique para sacarlos del interior de la montaña, donde extraían oro. 

"Nuestro rescate lo hicieron con maderación, con pura maderación llegaron hasta nosotros, sacando mineral y poniendo marcos para que no cayeran obstáculos por los lados y para que no fuera cediendo el terreno", recuerda Aguilera. Eran palos de entre 10 y 12 pulgadas de espesor que atrapaban el "estéril", en jerga minera.

Agrega: "Yo estaba abajo con vida, pero sabía que nos iba a costar salir, que no iba a ser al tiro. Pero después de cinco días salimos con vida y, gracias a Dios, acá estamos, luchándola igual y siguiendo adelante con el trabajo en la minería".

Los tres compañeros de labores estaban con luz y agua, pero "presos". El penúltimo día de marzo los rescataron. Hoy, la mina está cerrada.

"UNOS EXCELENTES MINEROS"
Remigio Aguilera Pacheco sigue internándose bajo tierra para extraer el mineral y llevar el sustento a su hogar. Por eso rinde un homenaje a "los 33", que esperan que la máquina excavadora de Codelco perfore hasta el refugio y permita su rescate.

"Son unos buenos mineros, que sabían el riesgo que estaban viviendo y la lucharon. No decayeron. Siguieron esperanzados, esperando el momento en que establecieran comunicación con ellos. Son unos excelentes mineros, unas excelentes personas".

Sacarlos del lugar demoraría entre entre tres y cuatro meses. Pero los plazos no detienen la alegría de este minero por sus colegas. "Me alegro que estén todos con vida, gracias a Dios y a la Virgen que están bien".

El minero dice que "me gustaría juntarme con ellos, verlos. No los conozco. Saber de ellos, de su familia. Sería una bonita experiencia".